Miles de patriotas independentistas nicaragüenses, salvadoreños, hondureños y guatemaltecos fueron condenados a muerte, sufrieron prisiones perpetuas como el Padre Tomás Ruiz y otros enfrentaban las represiones en calles, caminos y montañas
El primer país en sacudirse el yugo colonial en América Latina fue Haití, en 1804. Sí, los antiguos esclavos negros, rebelados y mediante una revolución popular, se dieron el lujo de expulsar al Ejército colonial francés, con el cual, su jefe Napoleón Bonaparte, se paseaba impune y triunfante en sus conquistas por Europa, después del triunfo de la Revolución Francesa Burguesa y de proclamarse (el general Bonaparte) emperador de Francia, y de ese modo, restablecía el orden monárquico que había motivado la toma violenta de La Bastilla y de la ejecución en la guillotina de los reyes despóticos por parte de los revolucionarios, encabezados por Maximilien de Robespierre .
Aquella Revolución Francesa Burguesa, encabezada por jefes del capitalismo naciente en Europa, en 1879, proclamó libertades liberales y la igualdad entre los hombres, y de paso ese viento huracanado revolucionario de libertades anticoloniales, trajo sus soplos hasta la América colonizada y sojuzgada; y puso en jaque al hasta entonces omnímodo poder de los colonizadores sanguinarios, quienes ya habían matado a 51 millones de indígenas (nuestros abuelos) desde que Cristóbal Colón, equivocando el rumbo (lamentablemente) llegó a nuestras tierras en octubre de 1492.
Para minar más el poder omnímodo de los colonizadores españoles, portugueses, ingleses y franceses, los antiguos esclavos negros de las plantaciones plataneras y de todo tipo en Haití, estos colonos caribeños decidieron enfrentar a sus antiguos amos blancos, rubios y bestiales ocupantes de nuestras tierras, y expulsaron al Ejército de Francia, que poderoso e imparable, se paseaba triunfante por Europa, con Napoleón Bonaparte a la cabeza.
Precisamente al triunfo de este movimiento independentista haitiano, el audaz Simón Bolívar, Libertador de América del Sur, pudo obtener armas y tres mil hombres facilitados por los triunfantes anticolonialistas haitianos de la Isla La Española, adonde inicialmente llegó Cristóbal Colón en octubre de 1492.
Todos estos movimientos militares, políticos, libertarios y sociales, conmovieron, estremecieron el poder palaciego en España y sus dominios de terror de “ultramar” en América, adonde llegaron repartiendo machetazos, balazos, puñaladas, decapitaciones, ahorcamientos, cortes de tajo de piernas, brazos y manos, degollamientos con cuchillos muy filosos, embestidas con caballos entrenados, hogueras de la “Santa Inquisición” de Tomás de Torquemada, y descuartizamiento de seres humanos con perros entrenados especialmente en estos menesteres genocidas, todo basado en que ellos, los europeos españoles, rubios, sanguinarios y brutales, tenían, indiscutiblemente, un avance tecnológico militar, de conocimientos científicos, políticos y sociales superiores a los de las comunidades indígenas nuestras, que apenas contaban con arcos y flechas y mucho miedo a lo desconocido.
Vientos libertarios repercuten en América
Todos estos acontecimientos libertarios, en Europa, Haití y los movimientos independentistas en América del Sur (jefeados por Simón Bolívar, San Martín, Sucre), repercutieron en las Provincias de Centroamérica, especialmente entre tres grupos bien definidos, que ya en esos momentos se disputaban la posibilidad de arrebatarle el poder a los militares y funcionarios del régimen colonial español, cuyo asiento principal estaba, en 1821, en Guatemala, encabezado por el Brigadier General Gabino Gaínza.
Estos tres grupos eran: criollos, intelectuales (médicos, abogados, literatos, etc.) y dirigentes indígenas y mestizos como el Padre Tomás Ruiz (chinandegano-nicaragüense), quien participó, inclusive, y jefeó la llamada Conjura de Belén, en Guatemala.
Los llamados criollos eran hijos de españoles, nacidos en América durante la colonización.
Los académicos o intelectuales eran, mayoritariamente, mestizos, indígenas y comerciantes medianos y pequeños, que tenían concepciones distintas a la de los criollos en la lucha por la Independencia. Estos abrazaban las ideas liberales y republicanas de la Revolución Burguesa Francesa, recién triunfante en Francia y que avanzaba indetenible en Europa. Es decir, estos intelectuales propugnaban por el establecimiento de la República, y en el caso de Centroamérica, la República Federativa de Centroamérica.
Los criollos le disputaban el poder político, militar y económico a sus padres y madres españoles, quienes ostentaban por nombramientos del Rey de España los cargos militares y políticos.
Esos criollos, en la mayoría de los casos, eran poseedores de enormes extensiones de tierras (latifundistas), eran grandes comerciantes, eran encomenderos, traficaban con mercancías, y gozaban, por supuesto, de los grandes privilegios por haber mantenido a nuestros indígenas como esclavos durante 300 años, y de ese modo la mano de obra les salía regalada, mientras, al mismo tiempo, mataban a todos aquellos indígenas, mestizos y negros (esclavos africanos, capturados o comprados y traídos a América por la fuerza) que pretendieran rebelarse contra los colonialistas españoles.
Además, estos criollos eran partidarios de la anexión de estas Provincias Centroamericanas a México, con Iturbide como Rey, y de ese modo seguir manteniendo el dominio colonial español. Incluso, pensaban, tenían planeado, arrebatar el poder a sus padres españoles y establecer ellos, los criollos, la monarquía constitucional, según el historiador Frances Kinloch Tijerino, autor de Historia de Nicaragua del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica (Universidad Centroamericana).
En cambio, según Severo Martínez Peláez y Jorge Eduardo Arellano, estos intelectuales o académicos, apoyados por una parte de la masa de mestizos e indígenas, presionaban, conspiraban, para que la lucha revolucionaria independentista desembocara en el derrocamiento completo del régimen criminal colonial español.
Patriotas por la República. Criollos por monarquía constitucional
Los criollos y los funcionarios del régimen colonial se entendían muy bien, y al parecer ambos estaban claros de que era necesario maniobrar políticamente para que finalmente el poder económico, político, militar, propagandístico e ideológico quedase en manos de los hijos de los españoles. Es decir, el yugo colonial español ponerlo en manos de los españoles nacidos en América Central, en este caso en El Salvador, Honduras, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Según Severo Martínez Peláez, guatemalteco y autor de la Patria del Criollo, y Jorge Eduardo Arellano, nicaragüense, autor de Historia Básica de Nicaragua, la enorme mayoría de mestizos e indígenas no estaban interesados en el movimiento independentista, debido a que quienes lo jefeaban eran precisamente los “criollos” y los llamados intelectuales o académicos, entre los cuales había también presbíteros, médicos, abogados, maestros y distintos profesionales de aquellos días de 1821.
De acuerdo con Martínez Peláez, Arellano y numerosos autores, entre otros, el médico independentista republicano Pedro Molina, la primera rebelión revolucionaria notoria, en 1808, en Guatemala, la encabezó Simón Bergaño Villegas, quien propugnaba porque el régimen español sanguinario español fuese derrocado por medio de las armas, y que se establecieran las Repúblicas correspondientes en Centroamérica.
Bergaño Villegas y su grupo de compañeros rebelados, entre intelectuales, mestizos e indígenas, fueron juzgados por los opresores españoles en Guatemala, quienes condenaron a muerte a los que consideraron cabecillas principales, a otros les aplicaron condenas de cárcel perpetua en mazmorras guatemaltecas y algunos fueron desterrados a Chiapas, por ejemplo.
Dos años después, el 16 de septiembre de 1810, se produjo el llamado “Grito de Dolores”, mediante una Insurrección o rebelión popular de decenas de miles de indígenas y mestizos, jefeados por el Padre Miguel Hidalgo, en la Parroquia de Dolores, en México. Estos insurrectos en México demandaban la abolición de los tributos y la esclavitud y exigían poner fina al régimen colonial genocida.
Como es sabido, el Padre Hidalgo y el numeroso grupo de mestizos e indígenas fueron derrotados, capturados y fusilados algunos por el ejército colonial español, entre otros, el Padre Miguel Hidalgo. El movimiento independentista de Hidalgo fue asumido por el también sacerdote José Morelos.
Esto no detuvo la lucha, pues el 5 de noviembre de 1811 se produjo la llamada Insurrección Independentista de San Salvador, El Salvador, encabezada por el presbítero José Matías Delgado, Presbítero Nicolás Aguilar, don Manuel Antonio Aguilar, don Manuel José Arce, don Domingo Antonio de Lara, don Miguel Delgado, don Juan Delgado, don Carlos Fajardo, don Francisco Morales, don Pedro Pablo Castillo, don Mariano Fagoaga y don Mariano José de Lara.
19 días después, el 24 de noviembre de 1811, se produjo la rebelión revolucionaria independentista de Santa Ana, en El Salvador. Esta la encabezaron José Agustín Alvarado, don Leonardo Antonio Fajardo, José Guadamuz Miranda, doctor Bernardo Letona, Vicente Fajardo, Antonio López y Marcelo Zepeda. Todos estos patriotas salvadoreños fueron perseguidos y sacrificados brutalmente por los colonizadores españoles.
Condenados a muerte
El 22 de diciembre del mismo año 1811 se registra otra rebelión revolucionaria independentista, esta vez en Granada, Nicaragua, jefeada por Miguel Lacayo, Telésforo Argüello, Juan Argüello, don Manuel Antonio de la Cerda, Joaquín Chamorro, Juan de la Cerda, Francisco Díaz Cordero, José Gabriel O´Horan, José Dolores Espinoza, León Molina, Cleto Bendaña, Vicente Antonio Castillo, Juan Espinoza, teniente coronel de Milicias Pío Argüello, don José Manuel de la Cerda, Pedro Guerrero, Silvestre Selva, Mateo Antonio Marure, Francisco Cordón León.
Casi al mismo tiempo, se produjo la Insurrección o rebelión de León, encabezada por el Frayle Benito Miguelena, José Gabriel O´Horan, José Francisco Barrundia, José Francisco de Córdova, Juan de Dios Mayorga, Santiago Celis, Fulgencio Morales y José Venancio López.
Las autoridades genocidas coloniales españolas fueron especialmente salvajes, brutales, con los insurrectos granadinos, porque estos con su acción armada potente lograron destituir a todos los funcionarios del régimen colonial en Granada y también obligaron a renunciar de sus cargos privilegiados a algunos criollos o hijos de españoles nacidos en Nicaragua. 16 de los insurrectos fueron condenados a muerte, nueve recibieron condenas de cárcel perpetua y 130 penas de varios años de cárcel. Además, le confiscaron sus propiedades a todos los implicados en la Insurrección, en otros, a la patriota Josefa Chamorro.
La Historia de Frances Kinloch Tijerino afirma que los insurrectos granadinos andaban armas de fuego, machetes, cuchillos, garrotes, varillas metálicas, pedazos firmes de madera, cadenas y otros instrumentos sólidos para golpear severamente.
¿Murió Rafaela en el cruce de balazos en Granada?
Cuando uno lee las páginas de Rafaela, del doctor Pasos Marciap, se entera de que al ocurrir los tiroteos y enfrentamientos en la Plaza de Granada, entre los criminales españoles y los patriotas granadinos, presuntamente en esos cruces de balazos habría muerto Rafaela, la heroína del Fuerte de San Carlos, en el Río San Juan.
Casi inmediatamente, el 2 de enero de 1812, se produjo el llamado levantamiento revolucionario independentista de Tegucigalpa, Honduras. Este lo jefearon Julián Francisco Romero y José Antonio Rojas.
El 23 de febrero de 1812 se registró la llamada Sublevación de Chiquimula, en Guatemala, donde realmente ardían las discusiones sobre los intentos fallidos por la Independencia en las Provincias de Centroamérica.
Los jefes visibles de esta Sublevación de Chiquimula fueron: Rafael Arriaza, Pedro Barillas, Manuel Antonio Calderón, Presbítero Esteban Carcaño, Norberto Calderón, Ramón Contreras, Francisco Cordón, Mariano León, Patricio Cordón, Victoriano Madrid, Manuel María León, Gabriel Marroquín, Ángel Morales, Francisco Mariano Moreno, Francisco Ordóñez, José María Orellana, Capitán José Esteban Páiz, Juan Orellana, Capitán Juan Carlos Páiz, Ramón Páiz, Miguel Pío Páiz, Ramón Páiz, Isidro Salguero, Norberto Urrutia y Juan de Dios Mayorga.
La Conjura de Belén, jefeada por el Padre Tomás Ruiz
Uno de las últimas rebeliones populares, ya cercanas al 15 de septiembre de 1821, fue la llamada Conjura de Belén, en Guatemala, donde aparece como uno de los jefes principales el Padre o presbítero indígena Tomás Ruiz, chinandegano, nicaragüense, quien también participó en la Insurrección o rebelión de León.
Estos insurrectos o sublevados en el Convento de Belén, elaboraron un plan para apoderarse del cuartel de armas, sublevar al pueblo guatemalteco y liberar a los presos políticos o revolucionarios independentistas de Guatemala, y que por supuesto abundaban en las cárceles de los criminales españoles en América del Sur, en toda Centroamérica, en México, en Granada, en León, en Rivas, en Masaya, en San Salvador, en Santana, en Tegucipalga, en Chiquimula, en Chiapas, en Dolores (México) y en la propia ciudad de Guatemala.
Ruiz, según los relatos, fue capturado, juzgado y desterrado a mazmorras religiosas en Yucatán, donde murió virtualmente abandonado. Corrió igual suerte que miles de patriotas que luchaban por la llamada Independencia de Centroamérica.
Según los historiadores de las insurrecciones o rebeliones previas a 1821, en el Convento de Belén, Guatemala, se registró nuevamente una especie de asamblea de conjurados, encabezados por Tomás Ruiz, con el fin de gestar un movimiento revolucionario, que tenía como finalidad derrocar, demoler y aniquilar por completo tanto al Ejército ocupante como a todo el aparato de dominación colonial.
Conjura incluía entregarle armas al pueblo
El Plan incluía entregarles las armas al pueblo guatemalteco y sustituir al gobierno colonial corrompido y saqueador con gente capacitad y del propio pueblo.
Para estos fines, previamente se habían efectuado Juntas o reuniones en la casa de Cayetano Bedoya y Juan de la Concepción, todas coordinadas por el Padre Tomás Ruiz. A estas reuniones, presuntamente, acudieron también Manuel Julián Ibarra, guarda del Almacén del Cuerpo de Artillería del ejército español; José Francisco Barrundia, alférez del Escuadrón de Dragones Milicianos; Fray Víctor Castillo, don Joaquín Yúdice, Andrés Joaquín Dardón, Fray Manuel San José, el indígena Manuel Tot, José María Montúfar, Manuel Paggio y Mariano Bedoya.
Todos fueron traicionados por delatores, que corrieron a informar al ejército genocida de los colonizadores españoles.
¿Excelentísima Diputación Provincial?
Todos estos datos mencionados arriba, aparecen también en “Memorias para la Historia de la Revolución de Centroamérica”, la cual señala que la “Excelentísima Diputación Provincial” estaba integrada por José Matías Delgado, Mariano Beltranena, José Valdez, Antonio Rivera Cabezas y José Mariano Calderón, algunos de ellos vinculados al poder colonial y a los “criollos”.
Junta General
La “Junta General donde se proclamó la Independencia”, la integraban el canónigo y doctor José María Castillo, Fray Ramón Casáus y Torres, Arzobispo de Guatemala y el licenciado José Cecilio del Valle, igualmente ligados al poder colonial de España.
Junta Provisional consultiva
La Junta Provisional Consultiva la formaron o integraron: Miguel de Larreynaga Balmaceda, criollo, nacido en Telica, Nicaragua, escribano y funcionario del régimen español en Guatemala; licenciado José Cecilio del Valle, Honduras; licenciado José Antonio Alvarado, Costa Rica; presbítero, conde (noble europeo) y doctor Juan José de Aycinena y Piñol, representó a Quezaltenango. Todos ligados directamente al poder de los colonizadores españoles en Guatemala.
Don Pedro Molina, médico, del grupo numeroso que propugnaba por el derrocamiento revolucionario de los colonizadores españoles y el establecimiento inmediato de la República Unida de Centroamérica (después Molina fue presidente de Guatemala), escribió parte de las “Memorias para la Historia de la Revolución de Centroamérica”, indica que a su grupo, a su mujer Dolores y a él mismo, los hicieron aparecer en informes posteriores como “los distinguidos en gritar” a favor de la Independencia, en las calles de Guatemala, donde inclusive hicieron fogatas callejeras.
Estos “gritones” no tuvieron acceso, no los dejaron entrar, al local en que los llamados 13 próceres firmaron el Acta de Independencia con Gabino Gaínza, el Brigadier General que controlaba el “orden colonial” con su ejército en Guatemala y en el resto de Provincias de Centroamérica.
Entre esos “gritones” se mencionan: Doctor Pedro Molina y su esposa Dolores Bedoya, José Francisco Córdova, José Francisco Barrundia, José Basilio Porras, Juan Montúfar Coronado, Manuel Montúfar Coronado, Marcial Zebadúa y León, José Beteta y el teniente coronel José Vicente García Granados.
Según las “Memorias” mencionadas, José Cecilio del Valle, Mariano Larrave, Antonio Robles y José Ignacio Foronda, al momento de la Independencia en 1821, tenían un partido político independentista en Guatemala.
Colonizadores apresurados por entregarles poder a sus “criollos”
La grandísima verdad es que el Rey de España, sus jefes militares, sus funcionarios en el gobierno colonial de “ultramar” en las Provincias y ciudades impuestas a nuestros indígenas a punta de balazos, machetazos, degollamientos, decapitaciones, cercenamiento de manos, piernas, dedos, matanzas a puñaladas, ahorcamientos, descuartizamientos con perros entrenados, esclavitud cruel y sanguinaria, hasta completar 51 millones de indígenas asesinados, más robos colosales de nuestros recursos naturales, estaban ahora (en 1821) desesperados, porque ahora, a pesar de la represión mortal, el pueblo estaba rebelado, insurreccionado, y se apresuraron a maniobrar, con el fin de dejar depositado el poder político, económico, militar, comercial, propagandístico e ideológico, en manos de sus hijos los criollos, y por ese motivo Gabino Gaínza, el jefe colonial indiscutible, convoca el 15 de septiembre a sus funcionarios cercanos, para “declarar la Independencia”.
Los 13 firmantes, próceres de la Independencia, dejan estampada su preocupación de que el mismo pueblo proclama la Independencia por su cuenta. Esto queda claro en el “Acuerdo” o artículo 1 de los 18 acordados y publicados ese día 15 de septiembre de 1821.
Esos 13 firmantes son los siguientes: Brigadier General Gabino Gaínza, jefe político provincial; José Antonio Larrave, regente de la Suprema Corte de Guatemala; Mariano de Beltranena, L. Mariano Calderón, José Matías Delgado, Manuel Antonio Molina, Mariano de Larrave, Antonio de Rivera, L. Antonio de Larrave, Isidro Valle y Castricciones, Mariano de Aycinena, Pedro de Arroyave, teniente coronel Lorenzo de Romaña y José Domingo Duiéguez. Este último fungió como secretario.
El artículo primero dice textualmente: “…Que siendo la Independencia del gobierno español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso, el señor jefe político la mande a publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de la proclamase de hecho el mismo pueblo”.
Es decir, Gaínza y el resto de firmantes estaban bien claros de que el pueblo centroamericano estaba gestando una revolución verdadera con insurrecciones y rebeliones, y era necesario apresurarse, para trasladar el poder a los “criollos” y enmascarar con la palabrita “Independencia” el escamoteo del poder político para los sectores populares centroamericanos y latinoamericanos.
Aquellos “criollos”, sus padres españoles y amigos funcionarios del régimen colonial español, en más de 300 años de dominio omnímodo, se apoderaron de enormes extensiones de tierras que habían sido de las comunidades indígenas, tenían dominio monopólico total del comercio, manejaban toda la red de obtención y distribución de las riquezas nuestras, es decir, tenían en sus manos todo el aparato económico, político, militar, propagandístico, ideológico, dominio completo, y para colmo, de esa matriz de poder, nacen (en el futuro inmediato) los políticos conservadores locales, nace de su seno la oligarquía (latifundistas, banqueros, industriales poderosos y comerciantes grandotes), y todo este entramado socioeconómico y de dominación clasista que seguimos padeciendo en Centroamérica.
Managua, 10 de septiembre del 2009.