Es cierto que los seres humanos también precisamos nutrirnos de caricias, crecernos con ellas y junto a ellas, para sentirnos arropados por la luz de los acordes de la vida. El mundo necesita recuperar la caricia del amor comprensivo, el mimo del cuidado en los ojos, con actos de generosidad, para que la dureza de los días sea más suave. Por desgracia, se acrecientan los corazones en pena y la única manera de salir del pozo es cultivando las bondades, unos para con otros, y otros para con unos. No se puede permitir que haya personas malditas hasta en su propio país, a las que se les niega el calor humano por y para siempre. Bajo estas sombras de desapegos y despegos, de desprecios y desaires por el ser humano, resulta bastante difícil que espigue afecto alguno. Más bien todo se torna insociable y tosco. Aún hoy, tenemos multitud de etnias totalmente marginadas, a las que se les niega la caricia del amor de forma permanente. La prueba de amor no admite expulsión ni exclusión. Por encima de las naciones está el planeta, donde todos somos todo.
Nos entusiasma que un número importante de países tengan políticas específicas de combate y erradicación del hambre, políticas de transferencia de ingresos, políticas sociales; es un gesto, pero junto a ello hace falta la ternura de la mano tendida, que es lo que da fuerza. Cuando miramos la cuestión de los derechos humanos, vemos lo importante que es esta dependencia de afectos verdaderos en el espíritu de las normas, es como la música que rige el universo, sin la cual todo se derrumba, todo se desmorona. Hay que poner de moda la auténtica cultura de la caricia, aquella que pasa por el corazón y recorre todos los caminos humanos. La paz, que en el fondo es una caricia de afectos, debe ser alimentada por las relaciones en armonía, que es lo que realmente convida a un diálogo calmado.
Desde luego, estamos llamados a descubrir, en un mundo de agasajos hipócritas, que la verdadera caricia es imprescindible para toda persona. Abrazarse a la vida es también abrazarse al ser humano. Hay que despojarse del egoísmo demencial injertado por sistemas de vida inhumanos a más no poder. No lo olvidemos. Debemos partir, pues, del tacto de la solidaridad, del amor no fingido como abecedario, lo que lleva a reconocernos ciudadanos de un mundo más acariciante y acariciado por la bondad, que se quiere y se acaricia con la mirada de la estima hacia lo humano, siendo capaz de abrir horizontes de vida y esperanza para todos.
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