Raimon Panikkar, Maestro de tantos discípulos en Oriente como en Occidente, ha cumplido sus días en Tavertet, en el Pirineo catalán. A los 91 años, pero cuántas veces respondió con una sonrisa a quienes le preguntaban por su edad: Unos diez mil setenta y tantos años, -o los que fueran-, porque formamos parte de la historia, cabalgamos a hombros de los que nos precedieron y nuestro ser está impregnado de sus logros y de sus fracasos; también somos responsables –que no culpables- de la vida y de la misma naturaleza. Y añadía, pero si prefiere la respuesta de John Milton a aquel joven en Florencia que preguntaba lo mismo, la suscribo: “A mucho tirar, respondió el poeta ciego en su ancianidad, unos tres o cuatro años, porque no pensará usted que tengo los que ya he vivido”. Somos lo que no somos. Todavía. Lo que estamos siendo.
Así fue su presencia entre nosotros, su sentido del humor, la aceptación y la acogida, la gratuidad, el diálogo dialógico –más que dialéctico-, la convivencia, y la serenidad en la vida. Te sentías liberado, ¿por qué te empeñas en cargar con el saco de tu pasado? Al otro lado del río ya no necesitamos llevar a cuestas la balsa que nos sirvió para cruzarlo. Muchas veces, acompañándolo en su paseo del atardecer por la montaña volvía la cabeza y te preguntaba por algo que te había atormentado o preocupado en el pasado, y sucedía como a aquel discípulo que se sentía atado. Enséñame las cuerdas que te atan. No están, Maestro. Pues eso, camina y no te apegues ni al desapego. Así como eres, está bien. ¿Te imaginas al loto quejándose del limo en el que vive y crece? ¿Se queja la paloma del aire que la sostiene? Camina, acéptate, no trates de cambiar nada ni de enfrentarte a nada, acoge sin esperar nada a cambio, no tienes que perdonar porque no tienes a quien juzgar; pero transforma tu corazón. Y cuando avance esa transformación verás cómo también cambia tu percepción de las cosas, de los sucesos, de las personas. No te agobies, el dolor es cosa del cuerpo y hay que aliviarlo, pero el sufrimiento es cosa de la mente y, como tú mismo citas, “Si nadie nos tiene que mandar, ¿a qué esperamos?”
Cuanto más nos atrevemos a caminar por nuevos senderos, más necesitamos estar enraizados en la propia tradición y abiertos a las demás, que nos advierten que no estamos solos y que nos permiten alcanzar una visión más amplia de la realidad. Era sencillo en la exposición de lo más profundo de su pensamiento que apuntaló sobre doctorados en Física, en Química, en Filosofía y en Teología. Su conocimiento de más de quince lenguas, de las cuales dominaba, escribía y se expresaba en ocho, que yo recuerde.
Sin diálogo, decía, el ser humano se asfixia y las religiones se anquilosan. Es la alternativa a fundamentalismos, dogmatismos, anatemas e intolerancias de las religiones y culturas hegemónicas, y como superación de los monolingüismos, colonialismos y guerras religiosas, como subraya J.J.Tamayo. Su pasión por la justicia, por la libertad y por la felicidad del ser humano en su realización, aquí y ahora, sabiéndose cosmos, vida, energía en la plenitud de ‘Todo en todas las cosas’. En su amor por la naturaleza que alumbró su concepto de la ecosofía sobre el de ecología. Porque ¿dónde me pongo para hablar del oikós, del medio ambiente? Eco-logía, tratado del medio ambiente, pero Eco sofía es saberme formando parte de ese oikós.
Nació en Barcelona hijo de un ingeniero indio e hindú y de madre catalana y católica. Tanto sus estudios científicos como los filosóficos tratan de establecer las fronteras del conocimiento para diluirlas. Se instaló en India y ese conocimiento de las culturas y religiones de India le permitieron adentrarse en el diálogo con el hinduismo y con el budismo, después de su experiencia en Tibet lo que le llevaría a formular su confesión de fe interreligioso: Marché cristiano, me descubrí hindú y volví budista, sin haber dejado de ser cristiano. Acepta la primacía de la praxis, de una vida que se despliega en cada momento, y que es capaz de encontrar lo universal en lo concreto, en lo particular. “Mi aspiración no consiste tanto en defender mi verdad como en vivirla”. Su pensamiento, inspirado en el principio advaita (ni monista, ni panteísta, ni dualista), propone una visión de la armonía, de la concordia, que quiere descubrir lo humano eterno sin destruir las diversidades culturales que, al fina, se dirigen a la realización de la persona, siempre en proceso de creación, de recreación, como señala J. Pigem. Sus discípulos y amigos lo sabemos presente y dinámico. Ya no tenemos la posibilidad de estar con él, de escucharlo y de sentarnos o caminar juntos. No podremos decir “Siempre nos quedará Tavertet”, porque el Maestro está en nosotros. Lean su Carta de despedida en www.raimon-panikkar.org.
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