La de quienes evaden sus responsabilidades fiscales –que impiden compartir democráticamente y hacer que todos tengan acceso a un sistema de Seguridad Social y de salud, a una educación gratuita, a servicios básicos de calidad- depositando su dinero en “paraísos” que guardan celosamente la identidad de los depositarios. Es una vergüenza colectiva. Europa está “perlada” de países cuya mayor fuente de ingresos son los fondos procedentes de insolidarios evasores.
Cuando llegó el “gran rescate” de instituciones financieras en zozobra, en noviembre de 2008, los plutócratas del G-20 aseguraron a los honrados contribuyentes que, ahora sí, se regularía el sistema bancario a escala internacional y se acabaría de una vez con los paraísos fiscales… pero incumplieron, una vez más, sus promesas.
Esta lamentable situación deben castigarla los Estados por el daño social que implica, y regularla mediante unas Naciones Unidas reforzadas y avaladas por el conjunto de los pueblos.
Hace poco, algunas noticias ponían de relieve los miles de españoles que tienen depositadas cuentas en Suiza. Pues que se sepa porque, si es “normal” tiene que ser transparente y, si se oculta, es porque no es trigo limpio.
La de quienes promueven o consienten una economía sumergida. A menudo son los que más airean el número de desempleados, cuyo balance “oficial” incluye a un alto porcentaje de trabajadores “sin IVA”. Otra forma de insolidaridad patronal que debe terminarse urgentemente.
Se deslocaliza en exceso la producción por codicia –igual que se utilizó España cuando éramos “país en desarrollo”-. Ha tenido lugar una inmensa deslocalización productiva hacia países donde la mano de obra es mucho más barata (y en muchos casos trabajan en condiciones laborales y humanas intolerables).
La de quienes declaran menos de lo que corresponde, utilizando argucias (legales incluidas…)
Estamos siendo acosados por una crisis sistémica, y los irreductibles beneficiarios de la globalización no cesan de tratar de perpetuarse y enquistarse.
Es necesaria una rapidísima reacción ciudadana para que se acabe de una vez con los paraísos fiscales, para que aflore la economía sumergida, para que se re-localice la producción que no se justifica, incluso en términos medioambientales, en lugares tan distantes del consumidor.
Todos solidarios, los problemas se solucionarán. De otro modo, seguirán los gobernantes acorralados por un mercado opaco y protegido, y los políticos harán promesas vanas pensando en los comicios electorales, sabiendo que después, si alcanzan el poder, tendrán que hacer lo que les mande el sistema. O el ridículo, como estos líderes que se desplazan en vuelos de bajo coste pero luego aplican reducciones drásticas en las subvenciones educativas y aumentan los impuestos. Insolidaridades, no. Los pueblos ya no las aceptarán.
(*)Presidente de la Fundación Cultura de Paz y ex Director General de la UNESCO