No se puede negar la evidencia. Este mundo globalizado precisa de unos medios de comunicación al servicio de la libertad responsable de toda la humanidad. Son indispensables para poder avanzar social y humanamente. Sin duda alguna, el mayor progreso de un pueblo siempre descansa en la independencia de su ciudadanía. Por tanto, cualquier altavoz debe ser válido para defender los derechos justos y la liberación de las personas. Por otra parte, sería injusto permanecer mudos cuando la dignidad y el honor de los seres humanos queda en entredicho, utilizando todo tipo de chantajes y violencias. De ahí lo primordial que es poder sentirse libre. El informador, como notario de lo que observa y vive, tiene que percibir esa autonomía en todo momento. Además, la voz de los ciudadanos tiene que estar presente siempre, no se puede ahogar jamás, hay que dejarla que rompa los silencios ante situaciones sanguinarias, y, de igual modo, debemos proteger la emancipación del pensamiento, o sea, el derecho de las personas a poder emitir su juicio propio.
Pueden haber pasado veinte años desde la Declaración de Windhoek, en la que un grupo de valientes periodistas alzaron su voz al mundo para proteger los principios fundamentales de la libertad de expresión, pero no piense el lector que el sometimiento y la dependencia nos ha abandonado. Eso sí, nos queda su lucha y su ejemplo. Considero que han de servirnos de referente para los tiempos actuales y, lejos de desfallecer, la lucha debe seguir más viva que nunca. Hoy, como ayer, se requieren medios libres que cultiven la libertad responsable, para actuar contra la tiranía y la dominación, contra los poderes corruptos y el avasallamiento. Desde luego, será una buena manera de rendir tributo, el 3 de mayo (Día Mundial de la Libertad de Prensa), a quienes han sido pioneros en esta batalla por la verdad, sin censura, sin intimidación, ni interferencia alguna. Algunos han dejado su vida en ello, siguen dejándola. Recordarles es de justicia, debemos honrar su valor, pero es también una ocasión propicia para reivindicar que los cultivadores de palabras, llámense periodistas, escritores o cronistas, son personas con los mismos derechos humanos que cualquier otra.
Ciertamente, se debe emplear bien esa libertad responsable en los medios de comunicación, de lo contrario estaríamos ante una hazaña necia, y, por consiguiente, también madre de otros males. Ahora bien, no se puede ser portavoz de la verdad sin independencia, esto significa que no cabe dejarse amedrentar por nada ni por nadie; lo que conlleva, que también la sociedad debe apoyar los medios de comunicación perseguidos, atacados. No se puede matar al mensajero porque no nos guste lo que diga. Asimismo, también resulta decepcionante observar que los ataques contra la libertad de prensa no se consideren muchas veces, y, lo que es aún peor, que la vida de algunos periodistas no haya valido nada, ni apenas una investigación para dirimir responsabilidades.
corcoba@telefonica.net