Ayer en mitad de la madrugada tocaron insistentemente a la puerta de mi cuarto, a eso de las cuatro, cuatro y media, hora en la que sólo pueden sacarte de la hamaca para darte la peor de las noticias. Aturdido y con los presagios más terribles espabilándome el sueño, abrí la puerta. En mitad de la penumbra del corredor apareció el rostro de P. Sus ojos estaban rojos y cristalinos; ojos parecidos (aunque ausentes de lágrimas) a los que me topé una idéntica madrugada del fatídico verano del ´96, cuando mamá me sacó de la hamaca para decirme como un zombi que el papá de uno de mis mejores amigos se había matado en un accidente automovilístico.
-Perdón por despertarte –dijo P-. Vinieron los fontaneros. ¿Quién hubiera imaginado que aquel hondo y profundo respiro de alivio que di al saber que ningún familiar había estirado la pata sería el último del día?
Cuatro hombres morenos, enchancletados, de vientres abultados y brazos de luchadores, que bien podrían pasar por albañiles, irrumpieron en casa.
-Jefe, voy a necesitar que esté pendiente de la cifa de su baño –me dijo uno de ellos.
Sin comprender bien qué ocurría, por instinto de supervivencia dije que sí, que estaría pendiente de la cifa del baño, mirando de reojo mi hamaca que se mecía de modo seductor.
-Vamos a bombear la fosa séptica –me explicó el hombre, y al intuir que yo no estaba tomando con la debida seriedad sus palabras, agregó-: Es importante que esté pendiente de la cifa, eche un grito si se rebosa.
No pasaron ni dos minutos cuando hice acto de presencia en el patio delantero de la casa gritando y agitando las manos como un loco para hacerme escuchar sobre una maquina que hacía un ruido infernal.
-¡Apaguen la maquina, apaguen la maquina!
Los fontaneros apagaron la maquina y dos de ellos me escoltaron hasta el baño de mi cuarto.
-¡Uy, papá, mira esta belleza! –exclamó uno de ellos entre extasiado y realmente sorprendido.
-¡Asúmecha! –exclama el otro.
Cubriéndome nariz y boca con mi camiseta escuché la conversación de los dos hombres sin atreverme a entrar al baño.
-Voy por la pala –dijo uno de los fontaneros, y al verme de pie junto a la puerta me miró con ojos redondos, cómplices; incluso me aventuraría en afirmar que su mirada era de una rendida admiración.
-No es lo que parece –mascullé entre dientes bajo mi camisa, pero era demasiado tarde e incluso bastante estúpida mi justificación (léase el párrafo 15 de la historia Un castigo muy original).
Cuando era pequeño, en las vacaciones de verano, para matar el tiempo tenía por costumbre plantearme toda suerte de teorías económicas, sociales y laborales. A los 8 años estaba convencido que los hombres mugrientos y apestosos que recogían la basura los sábados por la mañana en la colonia eran tipos inmensamente ricos.
-No bebé, tú vas a ser abogado, o ingeniero como tu papá –me decía mamá con el dedo índice recriminador-. Los hombres de la basura son señores muy pero muy pobres.
Al escuchar esto, no me lo podía creer. ¿Cómo podían ser pobres esos señores si hacían el trabajo más asqueroso que había visto en mi vida? En mi lógica de niño de 8 años los señores de la basura debían ser multimillonarios, pues cualquier persona en su sano juicio estaría dispuesta a pagar el dinero que fuese necesario con tal de librarse de sus propios desperdicios orgánicos e inorgánicos. El mismo caso con las sirvientas que le sacaban brillo a los inodoros de nuestros baños.
-Mi vida, ve a jugar Nintendo con tu hermano –decía mamá para deshacerme de mí.
En la actualidad ya no soy tan ingenuo como en mi niñez, aunque no por ello dejo de plantearme interrogantes en materia social, económica y laboral; y con esto no me refiero al típico caso de creer que es una locura que Cristiano Ronaldo gane más dinero por pararse un segundo en una cancha de fútbol (o en un camerino) que una cuadrilla completa de albañiles que trabajan de sol a sol durante un mes. O que un dentista gane más en una consulta por blanquearle los dientes a un cliente que un barrendero por una semana entera de trabajo.
No señor, a lo que yo me refiero es al impacto social (o injusticia social) que tienen los oficios. Por ejemplo, en México decir que eres escritor en el acto te convierte en un valiente. Y como todos saben, ser un valiente tiene su encanto en toda sociedad civilizada. Para ponernos prácticos y realistas, le reto a usted, querido lector, que vaya a un bar o a una disco y entable conversación con una perfecta desconocida (de preferencia tetona) y cuando llegue al tema del oficio que desempeña para ganarse la vida, suelte sin miedo y sin pudor la mentira de que es escritor.
-¡Wow, increíble! –exclamará la tetona en cuestión.
Si tiene suerte podrá sacarle su e-mail. Nada más. Tampoco hay que exagerar y decir que esa misma noche (o cualquier otra noche) se la va a llevar a la cama; incluso las tetonas (independientemente que sean analfabetas o no) saben de sobra que un escritor es un muerto de hambre sin futuro.
Sin embargo, ahí está el encanto injustificado de la profesión artística: ser actor de teatro o pintor o poeta o cantante, sin importar el género o corriente que se desempeñe, da lo mismo si se sale al escenario desnudo y pegando de gritos interpretando al dios Eolo en una obra experimental o pinta cuadros de caimitos y pitahayas o escribe poemas endecasílabos que hablen de la menopausia (ojo al dato, amigo artista), nunca faltará la mujer descerebrada que ponga los ojitos redondos de erudita y le tenga en suma estima. Incluso hasta puede que le llamen genio y se vuelva famoso. Nunca se sabe.
Todo lo contrario ocurre con ciertos oficios de verdad. Por poner otro ejemplo práctico, imagínese un sábado por la noche abordando a una tetona con el siguiente discurso:
-Soy fontanero.
-¡Wow, increíble! –exclamará la tetona en cuestión, rascándose la cabeza-. ¿Y eso como qué es?
-Pues básicamente cuando vas al baño a cagar llega un buen día en que tu fosa séptica llega a un límite de mierda, ahí es cuando yo me encargo de chapotear entre tus cerotes y llevármelos en un pipa para que no te ahogues en ellos un sábado por la noche.
Como es de suponer, la tetona se vomitará en tus pies en vez de comerte la boca a besos y decirte que eres su héroe.
Retornando a la historia de los fontaneros que llegaron a casa en plena madrugada, luego de 8 horas de arduo y feroz trabajo, al verlos partir en su pipa oxidada, me pregunté qué sería de todos nosotros sin esos valientes de heroica vocación hacia la mierda.
Imaginé un escenario terrorífico. El peor de todos. La Estatua de la Libertad, la Opera House, la Torre Eiffel, la Muralla China y otros típicos y famosos escenarios apocalípticos de Hollywood sumergidos entre toneladas de excremento humano. El fin de la civilización. Esta tragedia es posible. Un meteorito gigante o una invasión extraterrestre, no. Y todo gracias a nosotros mismos, a nuestra arrogancia, superficialidad y propia mierda que no nos da cuartel. Día a día. Imaginemos por un momento una huelga mundial de fontaneros. Ya quisiera ver yo ese momento. Ojalá y llegue. Sólo así respetaríamos a estos héroes no reconocidos.