En los anales de la civilización más antigua del mundo se encuentran referencias a “salvajes que merodeaban por el lejano Oeste” del Reino del Centro. Vestían pieles y se cobijaban en cavernas. Hablaban a gritos y comían con las manos. Lo que denominamos Europa.
Desde hace cuatro mil años China contempla a los extranjeros como a yanggui, espectros, frente a su mundo en el que reinaban el orden y la armonía. Todavía hoy los designa así.
El Imperio del Cielo ha sabido sobrevivir a los vendavales acomodándose con el shi, la propensión de las cosas. En lugar de enfrentarse al dragón, cuando no han podido vencerlo, se han unido a él cabalgándolo hasta poder dominarlo.
Saben que no se vence mejor un ataque que aprovechando la fuerza de su empuje, como en el judo. En menos de veinte años, más de un cuarto de la población de China pasó de una economía basada en la agricultura al mundo de la cibernética. La progresión está pasando de geométrica a exponencial.
Esto es lo que habían visto los asesores de Bush y luego de Clinton y les aconsejaron pasar por alto el tema de la violación de los derechos humanos, - que no es tal para la concepción del orden en Oriente -, y diseñar una estrategia de “falange macedónica” para el acoso y derribo de una potencia emergente que amenaza una concepción de la vida en las instituciones que nos gobiernan. Por eso se escudaban en “la defensa de los valores democráticos dentro y fuera de sus fronteras”. Olvidan que lo que son valores para una civilización pueden no serlo para otras. Como la moral no es idéntica a la ética, ni mucho menos la comprende.
El mundo ha avanzado desde aquel 24 de abril de 1999 en que se “actualizó” el Concepto Estratégico que trasformaba radicalmente la naturaleza de la Alianza Atlántica al convertirla en Consejo de Asociación Euro atlántico. Ya no tendría el originario carácter defensivo de sus países miembros sino que se convertiría en el gendarme mundial al servicio de los “intereses” económicos y financieros, que se sirven de los políticos para atacar en cualquier lugar del mundo sin necesidad del mandato del Consejo de Seguridad de la ONU. O de su interpretación más laxa e interesada. Por eso han aprovechado la ocasión brindada por la “primavera árabe” que no afectaba tanto a los intereses de EEUU como a los de sus aliados europeos.
Aquel 24 de abril quedará como un sábado negro en el que se rompieron la mesura y el equilibrio propios del orden que debe presidir las relaciones sociales de una comunidad bien estructurada.
La destrucción del fundamento de la Carta de las Naciones Unidas, garantizar la seguridad por el camino de la justicia, ha dado paso al poder de la fuerza en defensa de los intereses del nuevo Imperio con pretensiones hegemónicas mundiales. La OTAN ha dado un trágico paso “actualizando” el Concepto Estratégico que destroza los controles y equilibrios que dieron paz a Europa. Se han celebrado los 50 años de la OTAN desenterrando el hacha de guerra.
El dragón chino observa en silencio, junto a India y al enorme potencial del sudeste asiático, el nuevo limes del Imperio que alcanza la tierra donde florecen los cerezos. Por eso fue necesario fomentar la desintegración de Rusia y su decadencia. Pero Alexander Niewsky no ha muerto y el Islam tan sólo estaba dormido.
Es tremendo el cinismo de un portavoz de Washington: “la existencia del pudding se demuestra comiéndolo”. Necesitaban debilitar el sur geopolítico amenazado por Irán y después por Irak. Ante el fracaso en Afganistán se han estrellado contra el cerco a Rusia y se pierden en peligrosas intromisiones en el Sur del Mediterráneo, dejando de lado los Emiratos del Golfo y Arabia, tan autocráticos como Libia, Egipto, Túnez, Siria, Yemen u Omán. ¡Pero que ahora pretenden “hacer justicia” en Libia!
Ese pudiera ser el trasfondo de la querella. China despertará provocada por el Imperio de intereses que desprecian cuanto ignoran. El Cielo no habla, dice Confucio, pero enloquece a los que se van a perder. Quedará siempre el recurso al diálogo y al mestizaje cultural, aunque exijan otros modos coherentes con una actitud radicalmente distinta: la que brota de caer en la cuenta de que no estamos ante un cambio de milenio sino ante una mutación.
La vieja Europa tiene que abrirse al Sur y no encomendar su miedo a una prepotencia militar que conduciría al desastre. Todavía es posible la esperanza, pero necesitamos líderes y no frágiles marionetas.
(*)Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS