Los grandes hombres se han distinguido, y las mujeres, como no, por su optimismo. Las empresas, que hubieran parecido imposibles, han sido obra de personas que con medios económicos escasos pero una voluntad férrea, siguieron el camino que creyeron necesario , aunque el trazado se antojara prácticamente imposible.
También es reseñable como la Providencia y sus vaivenes van preparando el espíritu de estas personas para ser capaces de crecerse ante las dificultades. Hace unos días leí unas notas sobre una gran mujer que dedicó su vida a paliar el dolor de los enfermos más necesitados de estas medidas. Cicilly Sanders (1818-2005) se preocupó tanto de sus problemas que intuyó, hasta lo que podía parecer más nimio, cómo influye en el enfermo cualquier medida, aunque sea el colocar la mesilla o una cortina determinada.
Rodeaba al paciente y a la familia de optimismo y alegría, sabiendo que lo principal era evitar el dolor. Administraba los medicamentos de una manera regular, sin esperar a que el dolor se hiciese patente. Los recibía el paciente de forma periódica y ajustado a las necesidades, que podían variar y exigían un cambio por nuevas exigencias. Todo esto hoy día nos parece de sentido común, pero hay que ponerse en la situación de aquellos tiempos.
Esta gran mujer comenzó los estudios paliativos como parte de la enfermería que estudió. Contraria a la eutanasia, fue visitada por el Dr. Collebrook, defensor de esta práctica. Cuando comprobó la alegría y serenidad de los pacientes por ella tratados, comentó a Cicelly. .“Creo que el problema de la eutanasia no existiría, o sería menor, si todos los enfermos en fase terminal pudieran acabar sus vidas en esta atmósfera que se ha esforzado Vd. en construir”.
No hace falta esconder la muerte o manipularla, sólo hacen falta personas preparadas humana y científicamente, con amor a la vida y a las circunstancias que han hecho de ella algo costoso de sobrellevar. Ambiente agradable y cercano a los familiares del enfermo y un sentido religioso de la vida y de la muerte es el secreto y la herencia de Cicelly. Poderoso argumento a favor de la vida, que es un don y merecedor por tanto de todo el. respeto. No un juego, que sería macabro, el de conferir a este momento el de “muerte consentida”. Así lo llaman al acabar la vida sin esperar a que decida Quien la da o la quita, y no servirse de “vehículos” no apropiados para estos momentos únicos por transcendentales.
La indignidad humana a veces supera a la dignidad de la persona. El dolor nos tiene que hacer solidarios con el valor de la vida.