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actualizado 9 de agosto 2011
El corso (una nueva esperanza nacional)
¿De cuándo aquí a los mexicanos nos importa tanto lo que pueda hacer o no un portero?
Por Rodrigo Solís
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Si fuéramos Burkina Faso o estuviéramos en 1980 (un año antes de que Hugo Sánchez emigrara a la Península ibérica) podría entender lo que mis ojos, oídos y cerebro tratan de procesar pasmados frente al televisor. Guillermo Ochoa, alias, Paco Memo, alias, Ochoa, alias, el niño bonito portero del América, debuta en la liga francesa de fútbol. Lo sorprendente, no es que Paco Memo haya brincado el charco con visa de trabajo, sino ¿de cuándo aquí a los mexicanos nos importa tanto lo que pueda hacer o no un portero? De entrada, aquí y en China, el portero no es considerado un futbolista. Si acaso, está un peldaño por encima de los abanderados y/o de los banderines del córner. Ni siquiera está a la altura de un árbitro central. A menos, claro, que el portero tenga la osadía de comerse un gol, entonces sí, hasta la última persona del graderío le tendrá reservada una ingeniosa mentada de madre.

Poco me importa que ustedes piensen o crean que el portero sí que es considerado futbolista. Pieza clave en el engranaje de una maquinaria perfecta. ¿Alguien ha visto a un aficionado en el Camp Nou (o en la calle) con el uniforme de Víctor Valdés? Incluso se ven más camisetas del petardo de Ibrahimovic o Cesc Fabregas (que ni siquiera pertenece al equipo culé) que la del sujeto que se ha llevado 4 trofeos Zamora en los últimos 7 años, traducción: el portero menos goleado de la mejor liga del mundo. Piqué. Puyol. ¡Qué defensas! Siempre hay una explicación lógica para le gente.

Observen al portero. De entrada, va vestido con uniforme diferente al de sus compañeros. Es para que no se confundan los jugadores, dice el reglamento de la FIFA, o sea, los abuelitos de pantalón largo que en su vida han pateado un balón. Pero los que sí han jugado al fútbol, saben perfecto que un par de guantes basta para diferenciar al señor que puede tomar el balón con las manos con los que no. ¿Acaso en waterpolo el portero usa un penacho en vez de una gorrita de goma para poder ser diferenciado del resto? No, solo usan una gorrita de color rojo, dirán los puristas del deporte acuático. ¿Y para qué usar una gorrita de color rojo? ¡Todos pueden meter las manos!* Conclusión: el waterpolo lo inventaron varios porteros frustrados y acalorados.

¿Existe en el barrio alguien que quiera ser portero en las cascaritas? Se tiene que nacer subnormal para levantar la mano; nadie en su sano juicio quiere terminar con las rodillas y codos ensangrentados. ¿Alguien quiere ser portero cuando se es niño? Papá tiene que ser pedófilo o un borracho golpeador de mujeres para acceder a más castigo. El portero vive en una jaula cuadrada, de muros invisibles. Es un elefante de circo que cree estar encadenado. Pobrecito del portero si sale conduciendo el balón fuera de los límites permitidos. No en balde todos los niños del mundo quieren ser delanteros. El niño no busca la gloria, sino evitar los gritos enloquecidos de papá. Los delanteros (incluso los medios y los defensas) tienen permitido errar un gol o un pase. El portero jamás. Ser portero equivale al oficio de desactivar minas, con la sutil diferencia de que estos últimos en caso de fallar no tienen que ver a los ojos a sus compañeros al final de la jornada.

En la historia de los Mundiales tuvieron que pasar más de 70 años para que ocurriera el partido que por una milagrosa combinación jamás pudo realizarse en el siglo XX. Alemania contra Brasil. Los dos países más ganadores. Escuelas antagónicas. Frente a frente en una final. Si el partido hubiera salido de la cabeza de un escritor, éste tendría que ser una persona muy perversa para resolver el duelo con un error del portero. Oliver Kahn era el mejor jugador del Mundial Corea-Japón 2002 hasta el minuto 66 cuando la pelota se convirtió en una barra de jabón entre sus manos. ¿Alguien recuerda el nombre del imprudente mediocampista alemán que intentó driblar a Ronaldo en los linderos del área? Otra pregunta. ¿Alguien se acuerda de Iker Casillas? Por supuesto que sí, apenas ha pasado un año del campeonato de España, además de que muy pocos tienen el mal gusto de retener en el cerebro a un calvo reventando la red de los holandeses en tiempos extras, lo más saludable es guardar la imagen del portero (que bien podría ser modelo de Armani, si no es que ya lo es) besando a su novia reportera (que bien podría ser modelo de Dolce & Gabbana, si no es que ya lo es).

Todo se resume en la belleza. Se le perdona a uno ser portero (también el nombre y el apellido) solo si eres Gianluigi Buffon. El otro lado de la moneda es Jorge Campos. Probablemente el mejor portero que ha existido en México. Logró brincar la frontera (por el lado equivocado) para que los gringos gastaran sus dólares como quien gasta en el circo. Para ellos, el acapulqueño era una curiosidad, el hombre piñata, el portero que no era portero. Si Campos hubiera nacido con el físico de Rafa Márquez, él también hubiera jugado en el principado de Mónaco y en el Barcelona.

El mismo caso de incontables porteros mexicanos. Los porteros mexicanos no le piden nada a los porteros argentinos, salvo el rostro. Por eso los porteros argentinos emigran hasta el último rincón del globo terráqueo. Con la mano en el corazón, dejando a un costado patriotismos baratos, creo que los porteros mexicanos son tan buenos como los boxeadores mexicanos. Genéticamente nacieron para sufrir, para la mala vida. ¿Alguien recuerda algún error de un portero mexicano en un Mundial? Viajemos hasta 1986. Si Pablo Larios Iwasaki hubiera nacido güero y ojo azul, Harald Schumacher no aparecería en el mapa de nuestras más terribles pesadillas atajando penales. Jorge Campos (Mundiales ´94 y ´98), “El conejo” Pérez (Mundiales ’02 y ´10) y Oswaldo Sánchez (Mundial ´06) tiene en común, además de nunca haber errado y jamás haberse ido a Europa, que son de color café.

Vean a Memo Ochoa. Dos Mundiales calentando banca. Lejos de los reflectores internacionales. Sin embargo, es blanco y esponjosito como el pan de sándwich del cual es vocero. Lo de esponjosito es una licencia poética. No soy actriz de Televisa para conocer la consistencia del portero de moda. El primer portero mexicano en cruzar el Atlántico. En aparecer en primer plano. Con reporteros enviados hasta la isla de Córcega a cubrir su debut. Con enlaces telefónicos con su padre para conocer de primera mano sus impresiones. Con el análisis meticuloso, jugada a jugada, de un panel de ex porteros profesionales.

Repito la pregunta que hice al principio de este escrito: ¿de cuándo aquí a los mexicanos nos importa tanto lo que pueda hacer o no un portero? La verdad es que jamás nos ha importado en lo absoluto. Por todos los motivos que ya señalé. Y lo dice un hombre con conocimiento de causa. Sí, soy portero.

La realidad es que Televisa fue timada cuando los franceses le vendieron los derechos para transmitir su liga profesional de fútbol. ¿Quién en su sano juicio invertiría dos horas de su fin de semana en ver un partido de la liga francesa? Nadie, a menos claro, que exista un mártir a quién seguir. Entonces, un montón de tontos, es decir, americanistas (yo me desmarco: uno, porque no soy americanista; dos, porque solo vi el partido por mero estudio antropológico) descubren que existe un equipo llamada Ajaccio, cuyo estadio es mucho más chico y horripilante que el de Los Correcaminos de Ciudad Victoria, y su uniforme tiene más publicidad que el Puebla y los Tecos (juntos), y el fútbol que se practica en esa isla de Francia no le pide nada al que practicamos en la Península de Yucatán cuando juegan Itzaes contra Corsarios de Campeche en al tercera división.

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