Rajoy ya es presidente porque así lo ha querido la ciudadanía española. Sus primeros pasos apuntan otras maneras. Para empezar, ha elegido la fórmula de la jura ante la Biblia y la Constitución, en presencia de un crucifijo, para expresar su fidelidad al cargo, la misma que utilizaron Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo-Sotelo y José Maria Aznar. Felipe González y José Luis Rodriguez Zapatero optaron por la promesa. Y por otra parte, en su discurso de investidura habló hondo y claro, advirtiendo de su afán y desvelo prioritario, que no es otro que detener la sangría del paro, estimular el crecimiento y acelerar el regreso de la creación de empleo.
El trabajo, desde luego, es una necesidad moral y constituye una dimensión fundamental de la persona. Muchos españoles, o emigrantes residentes en España, han visto o sufrido en sus propias carnes, la inseguridad laboral, el abuso de los poderosos, o el propio desempleo. En los últimos tiempos hemos vuelto para atrás. Los salarios cada día son más insuficientes para poder sustentar la propia familia. Muchas ofertas de trabajo, en lugar de dignificar a la persona, la degradan como nunca. Se valora la productividad a cualquier precio, hasta encerrar a la clase trabajadora en su propio egoísmo, obviando el principio de solidaridad que siempre creció en el mundo obrero.
La crisis no ha afectado a los políticos, el derroche ha sido mayúsculo, la padecen los ciudadanos que no tienen trabajo, ni perspectiva de tenerlo. Rajoy está dispuesto a no descansar hasta lograr que, en lugar de destruir mano laboral, como hasta ahora, se creen empleos, entendemos decentes, convencido de que cuando hay trabajo para todos, el país se estabiliza, se reparte mejor la dignidad y los derechos. Sin duda, es necesario un gobierno que avive la cultura del trabajo, no de las migajas, ni la cultura de la ociosidad, que sepa gestionar mejor los recursos y respete la dignidad de la persona humana. Junto a ello, es preciso que la ciudadanía le apoye y que los políticos dialoguen más, piensen menos en ellos y en sus seguidores, para que caminemos en la misma dirección.
Habrá que llegar a muchos pactos de Estado, igual que se hizo en el periodo de la transición. Que el nuevo gobierno tome ejemplo. Rajoy, por si mismo, no puede resolver la crisis que actualmente atraviesa España. Se precisan reformas consensuadas que, ciertamente, deben ser facilitadas con la mano tendida del gobierno. Si el futuro de España -como remarcó Rajoy- es cosa de todos y cada español debe tomarlo como cosa suya, la escucha del gobierno debe ser un continuo presente. De momento, el estilo del gobierno, marcado por el presidente, me gusta y lo aplaudo, "un diálogo basado en la transparencia, que estimule la unidad, fortalezca los objetivos compartidos y facilite el apoyo y la participación todos los ciudadanos y de sus organizaciones". Dicho lo cual, el panorama parece apuntar nuevas maneras, a mi juicio, esperanzadoras. Sería tremendo otra desilusión política.
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