Para entender el voluntariado internacional, en un contexto de creciente precariedad, es útil recordar la anécdota que narra Heinrich Böll en Más allá de la literatura, cuando acude ante un editor a presentarle un manuscrito arrugado que contenía un cuento. Tenía entonces el autor alemán un trabajo digno en una oficina que le permitía vivir y que, al menos, no odiaba. “Entonces, ¿por qué lo hace?”, insistió el editor. “¿Por qué siente la necesidad de escribir?”. A lo que contestó Böll: “No me queda otra alternativa”.
Michael Sherraden, profesor de Desarrollo Social en la Universidad de Washington en San Luis, define el “servicio internacional voluntario” como “el periodo organizado de compromiso y contribución a la sociedad apoyado por organizaciones públicas o privadas, reconocido y valorado por la sociedad, sin o con una mínima compensación a los participantes”. Hemos escuchado muchas respuestas parecidas a personas que querían irse al Sur : desde jóvenes que habían terminado sus estudios o habían iniciado una esperanzadora carrera profesional a mayores de 50 con hijos adultos.
En la actualidad, quien decide embarcarse en un programa de voluntariado internacional necesita vencer no sólo los miedos lógicos por ir a un contexto de pobreza que no conoce y que suele presentar riesgo de violencia e inseguridad a todos los niveles. No hay que engañarse: si la cooperación está presente en un determinado lugar es precisamente por la situación de vulnerabilidad que sufren, en primer lugar, sus habitantes y quienes deciden estar a su lado prestándoles apoyo.
Ante esta realidad, cabe señalar que el “voluntariado en el extranjero”, como es definido en la Ley del Voluntariado en España, se realiza en un marco de “vacío legal”. A diferencia de lo que ocurre en la mayor parte de los países europeos, no existe una regulación específica. Tanto la Coordinadora de ONG de Desarrollo (CONGDE) como la Red de Entidades para el Desarrollo (REDES) y muchas otras organizaciones están promoviendo la fijación de un marco jurídico adecuado. El voluntariado internacional de larga duración -más de seis meses- es el que, precisamente por el dilatado tiempo que emplea en su labor y por su dedicación exclusiva, demanda con mayor urgencia una regulación legal. Esta preocupación se ha expresado ya en repetidas ocasiones, desde que la Recomendación de la Comisión Europea en 1985 (85/308/CEE) sobre la protección social del voluntariado internacional instara a los estados miembros a promover iniciativas para la promoción de la cooperación fuera de sus fronteras.
Quienes optan por dedicar un año o más de sus vidas a la ayuda al desarrollo están de facto en un ángulo muerto. No se sabe cuántos son porque no hay registros, se encuentran en una situación de precariedad porque carecen de prestaciones sociales y de cobertura sanitaria y ni siquiera tienen apoyos en su periodo de formación (la Ley no contempla la formación como imprescindible, sólo menciona un lacónico “si fuera necesario”) ni a su regreso.
En el contexto de lucha contra la pobreza, agencias de desarrollo de nuestro entorno están prestando especial atención al voluntariado internacional, por la importancia que otorga a la comprensión de la realidad global y al intercambio de personas de diferentes realidades y países en un proceso de aprendizaje mutuo. Es una eficacísima propuesta de ciudadanía global, como indican los esfuerzos de algunos países como Holanda, con un programa que forma a ciudadanos globales; EEUU, con sus Peace Corps; Gran Bretaña, a través de VSO; o Canadá, Japón, Suiza y la propia ONU. El voluntariado internacional es un rasgo de identidad de una cooperación internacional madura, efectiva en cuanto que aprovecha el capital social y las experiencias de diversidad en contextos desfavorecidos.
En España, desde hace 20, años el VOLPA (Voluntariado Pedro Arrupe), programa estatal conjunto desarrollado por ALBOAN, VOLPA Catalunya y Entreculturas, forma, acompaña y promueve el voluntariado de larga duración. A pesar de que es un voluntariado a contracorriente de 365 días al año, de que se trata de un compromiso ni tan fácil ni indoloro como muchas veces nos presentan, de que no está reconocido socialmente ni protegido en el ámbito jurídico, muchos seguimos escuchando una respuesta parecida a la pronunciada por Heinrich Böll y que suena a motivación profunda, casi a vocación: “No nos queda otra alternativa. Me voy al Sur. Y a la vuelta, a seguir cambiando el mundo desde aquí”.