Atrás, quedaron, las supuestas predicciones de científicos “locos”, intentando infructuosamente de explicar con sus parcos conceptos, que solo ellos entienden, el descontrol que hoy sufre la Tierra y las acciones incomprendidas y supuestamente “desproporcionadas” de los activistas ecologistas o ambientalistas, tratando de llamar la atención sobre lo que iba a ocurrir en cada uno de nuestros continentes.
El año 2010, mostró la punta del iceberg, en lo que se refiere a desastres naturales y también evidencio, las obsoletas acciones de las llamadas ayudas humanitarias. Pueblos y ciudades enteras arrasadas y solo acciones “solidarias” de zafras, carpas y promesas.
El 2011, arranco con fenómenos climáticos, hasta ahora sin explicación, que han producido la muerte simultánea, en distintas regiones del mundo, a miles de aves, así como la ocurrencia, de sismos y terremotos totalmente inusuales, en lo que han sido el histórico de estos eventos.
El tema ambiental paso de ser, algo que a muy pocos le interesaba, a la gran preocupación del nuevo siglo. La situación se ha complejizado tanto, que las distintas ciencias se han obligado a converger, para abordar desde lo transdisciplinario, la organicidad del discurso y sustentar las nacientes categorías y conceptos de esta nueva realidad. A fin de producir las salidas, las respuestas a una única preocupación, que es la de salvarnos y salvar al resto de las especies que conviven en el planeta. Saberes como la biología, botánica, zoología, ecología, taxonomía, geografía, geología, astronomía, oceanografía, meteorología, hidrología, medicina, antropología, sociología, filosofía, entre otros, hoy construyen el lenguaje del siglo XXI, capaz de explicar estas contingencias naturales. Dando paso así, a un lenguaje más coherente en el análisis, el nuevo lenguaje de las ciencias, el lenguaje ambientalista.
El reto es aprenderlo, transferirlo y enseñarlo. Hacernos unos misioneros de esta nueva lengua. Abrazar esta causa como un apostolado y predicar, con todos los medios que dispongamos, la profundidad de cada uno de sus conceptos, de su lógica y de su accionar. Es el último evangelio, la oportunidad para unir esfuerzos y parar los desequilibrios ambientales que hemos estado produciendo a lo largo del siglo XX y lo que va de este.Ya no hay forma de ignorar la realidad ambiental del planeta. La misma madre Tierra se ha encargado de cobrarnos con creces nuestra indiferencia, nuestro sobre consumo y depredador y egocéntrico estilo de vida.
Cada vez estamos más solos, con menos oportunidades para soñar sobre un futuro que hemos, con nuestra irresponsable manera de vivir, condenado a la incertidumbre. Aprendamos entonces el lenguaje de la armonía, del equilibrio y la ponderación. Es hablar del convivir, del reconocimiento a la existencia de los otros seres vivientes. Es el lenguaje más puro, sincero, creador, sin matices ideológicos de esta etapa de la humanidad, que nos permitirá ponernos de acuerdo, para ser asertivos, para no fallar en los diagnósticos, y no improvisar en las acciones. El lenguaje ambientalista, es el lenguaje supremo, porque es el lenguaje de la vida.