Se habla de un planeta enfermo y de un mundo desconsolado. Se siembran multitud de palabras pero las rosas no despuntan. Está visto que aún no hemos aprendido a leer la vida, ni a digerir su abecedario de enseñanzas. Lo cierto es que todo se mueve en el terreno de lo inestable. Este mundo de fábula adormece el corazón de las gentes. A pesar de que nos hallamos todos navegando bajo un mismo cielo, que la embarcación es la misma para todos, y que debemos salvarnos todos juntos, somos capaces de prender fuego a la casa del vecino para poder reírnos del mal ajeno. Quien mal anda, mal acaba; y esta sociedad, que se cuida y se mira mucho así mismo, debe saber que no hay nada que desespere tanto como despojarse de los buenos sentimientos.
Para nada es propio de seres civilizados generar o consentir ambientes inhumanos o degradantes. Hay que formar conciencia para reformar el planeta. A veces, ni los que piden refugio encuentran protección, sino más abusos. Hay niños a los que se les adoctrina sólo para matar. Cohabitan con nosotros tantas formas de opresión en el mundo, que necesitamos una luz fiable que nos ayude a respetar nuestra propia humanidad. Los seres humanos, más que control a nuestra conducta por gobiernos sectarios, precisamos injertos de libertad, sentirnos personas, no marionetas a las que se nos manipula, para poder descubrirnos y redescubrirnos, denunciarnos o acusarnos a nosotros mismos. Jamás puede haber propósito de la enmienda si antes uno no se acusa y escucha la voz interior, que nos advierte, si lo que hicimos nos gustaría que nos lo hicieran a nosotros.
Esa luz fiable tiene que ser la de un ser humano que realmente pueda vivir como humano. Para ello, el hombre tiene que fiarse del hombre. Pensábamos que, con tantos avances de las ciencias y tantas defensas de derechos, se impondría el sentido de humanidad en el planeta. No ha sido así, la multitud de intransigentes nos desborda con sus persistentes formas de barbarie. Sin embargo, como ha dicho Mario Vargas Llosa en su alocución del Nobel, no debemos dejarnos intimidar por aquellos que quieren arrebatarnos la libertad que hemos ido conquistando en la larga hazaña de la civilización. Defendamos al ser humano por lo que es y por lo que representa por sí mismo, despojado de poderes. Quien vive aterrado nunca puede ser libre. Y una humanidad que no es verdaderamente libre, que la libertad no la tiene arraigada en sus costumbres y modos de vida, difícilmente adquiere conciencia de lo que es tender una mano a su semejante. No hay más que una luz: el ser humano al servicio del ser humano; no hay más que una iluminación: la persona al servicio de la vida. Buen pulso para tomar razón.
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