Actualmente, el mundo rico se encuentra en medio de una crisis, la más grave desde la Gran Depresión de 1929. El desplome de septiembre de 2008 en Wall Street marca el fin de un periodo histórico: el sistema del capitalismo financiero, que se ha hundido inexorablemente guiado por la sola búsqueda del máximo beneficio.
A consecuencia de sus propias y congénitas contradicciones, a acabado por destruirse a sí mismo. Las ondas del shock financiero están alcanzando a la economía real. Los Estados Unidos de América (EUA) han entrado en recesión y la Unión Europea (UE) le sigue. Estamos ante un inminente y enorme riesgo que la economía global resulte afectada.
El derrumbe financiero y la recesión coinciden con un fuerte incremento en los precios del petróleo y de los alimentos, lo que ha provocado una severa crisis social en algunos países en desarrollo y revueltas por hambre.
Ambas cosas, tanto el aumento de los precios de las materias primas como el de los alimentos, tienen múltiples causas. Pero una vez más la especulación de los fondos de cobertura (hedge funds), y otros inversores institucionales, ha contribuido considerablemente a alcanzar máximos en los precios y a la inestabilidad.
El desencadenante de la crisis actual fue la excesiva concesión de hipotecas subprime a los propietarios norteamericanos, y los correspondientes procedimientos defectuosos de titulización con los que esos préstamos arriesgados fueron vendidos a instituciones financieras y propietarios en los EUA y en todo el mundo.
La subsiguiente ola de quiebras tuvo dramáticas consecuencias en instituciones financieras tales como: bancos de inversión, bancos comerciales minoristas, y los fondos de cobertura. Actualmente, el sector no financiero también está enormemente afectado. Las perspectivas económicas, sociales y medioambientales para 2011 son sombrías para buena parte del mundo.
El capitalismo financiero también tiene consecuencias desastrosas sobre la distribución de la riqueza y la democracia. Los banqueros piden la intervención del Estado pero esto significa socialización de las pérdidas, mientras los beneficios se quedan en bolsillos privados.
Las acciones de rescate por parte de EUA, con más de 700 mil millones -la mayor en la historia de la humanidad- y los paquetes de rescate en el Reino Unido, Alemania y otros países de la UE, denotan con claridad meridiana esta lógica. Cuando la comunidad financiera se refiere a reformas quiere decir, en el mejor de los casos, una puntual regulación y gestión a corto plazo de la crisis, intentando mantener la deriva neoliberal y volviendo al negocio habitual pasado un breve tiempo.
Se requieren cambios reales hacia otro paradigma en interés de la gran mayoría de la gente, donde las finanzas tienen que contribuir a la justicia social, la estabilidad económica y el desarrollo sostenible. En el futuro, no se puede permitir regresar al status quo actual.
Claramente, la crisis no es el resultado de circunstancias desafortunadas, ni puede reducirse a un fallo en la supervisión, tampoco en las agencias de calificación o al mal comportamiento de actores singulares, sino que tiene raíces sistémicas y por ende pone en cuestión su estructura y mecanismos en general.
La fuerza y eje conductor de la globalización, lo constituyen los mercados financieros. El sector financiero ha evolucionado convirtiéndose en dominante en la economía, tras la introducción del sistema de tipos de cambio flotantes entre las divisas más importantes en 1973, la abolición de los controles de capital y la sucesiva liberalización y desregulación de los mercados financieros. Desde entonces, ambos han experimentado una fase de rápida expansión: el volumen de activos financieros, de deuda y la búsqueda mundial de beneficios financieros han crecido paralelamente.
Es importante recordar que la aguda aceleración de este proceso ocurrió tras las secuelas de 2001, cuando la economía norteamericana se recuperaba de la crisis de las punto-com, en particular el dramático aumento tanto de la deuda privada norteamericana (especialmente la de los hogares) como del creciente déficit exterior de este país, financiado por el resto del mundo.
La unión de estas tendencias, llevó al establecimiento de un nuevo modelo económico, una nueva forma de capitalismo denominada por algunas globalizaciones financieras, por otros capitalismos financieros y aún por otros capitalismos de accionistas. Como quiera que se llame, una cosa está clara: mientras que antes los mercados financieros tenían un papel subordinado e instrumental respecto de la economía real, ahora esta relación se ha invertido.
El poder de los “intereses financieros” sobre la economía “real” ha aumentado enormemente, subordinando todas las actividades económicas a obtener beneficios en los mercados financieros y creando instrumentos financieros para obtener beneficios sólo a través de los mercados financieros, fracasando a la vez en dar servicio a la producción y agricultura sostenibles, y al ahorro estable de los clientes “normales”.
La lógica y la dinámica de la maximización del beneficio a corto plazo han penetrado en todos los poros de la vida social y económica. La perfecta movilidad del capital financiero, resultado de las políticas neoliberales, desempeña hoy día un papel crucial en el mundo económico.
Crea una competición global no sólo entre empresas multinacionales, sino también entre naciones, entre sus sistemas fiscales y sociales, y entre trabajadores de distintas partes del planeta. Al crear una relación de fuerzas favorable a las grandes empresas respecto de sus trabajadores, este predominio del capital ha llevado a incrementar las desigualdades, a disminuir los niveles laborales, sociales y medioambientales, así como a la privatización de bienes y servicios públicos.
Dicho de otra forma, la “libertad” de los agentes financieros se ha extendido a costa de las grandes mayorías y ha llevado a actividades económicas que degradan el medio ambiente. El fracaso de este modelo nunca ha sido tan obvio como hoy, y se traduce en la crisis alimentaria, climática y energética. Dicho modelo, ha sido apoyado por los gobiernos de casi todo el mundo, pero está completamente desacreditado.
Por ende, se deben extraer las irrebatibles consecuencias para que los decisores políticos y económicos no reconduzcan este sistema financiero insostenible e injusto hacia las necesidades de la gente, la igualdad y la sostenibilidad. En nuestra opinión, se abre una ventana histórica de oportunidad.