De entre las contadas cosas que me agradan de la raza humana, una de ellas es su diversidad. Su diversidad de pensamiento, siempre y cuando esté sustentada en la inteligencia; esa que puede llevarte a invaluables charlas en la mesa de una cantina y a emborracharte alegremente con tipos de una ideología política, filosófica y sexual diametralmente opuesta a la tuya. Misma diversidad que se convierte peligrosa y ambula sobre una filosísima hoja de acero cuando es portada por asnos (que siempre resultan ser la apabullante mayoría) que basados en su inagotable ignorancia creen ser los poseedores de la verdad absoluta: que todos pensamos igual, o lo que es lo mismo, que todo el mundo debería pensar, actuar y hablar como ellos.
Estos bellacos que menciono y que, repito, son la mayoría, están en todas partes, sobre todo ocupando cargos que ni por error deberían ocupar: presidencias de países, gobernando Estados, creando y aprobando leyes desde senadurías y diputaciones, dirigiendo institutos de cultura, educando a niños de primaria y dictando desde la dirección de los periódicos con mano enérgica y doblemoralina qué se debe y qué no se debe publicar en la prensa escrita.
Para muestra, un botón. Resulta y se los juro por Jesús en taparrabos, que en un lugar llamado Campeche (ciudad donde vivo) decretaron que la “Reina Gay” del Carnaval ya no debe llamarse así, sino “Reina de Eventos Especiales”. Qué tal con mis amigos. Qué bendición y qué tranquilidad es saber que exista un comité encargado de salvaguardar los valores de la sociedad, que prohíbe que la palabra “gay” sea escuchada por nuestros niños. Ya era hora de que hicieran algo. Ahora espero que cada que tengan un “evento especial”, como suelen ser cumpleaños, bodas, primeras comuniones, bautizos y confirmaciones, inviten a la nueva monarca para que presida con todo y vestido de plumas las pomposas ceremonias especiales.
Les digo, la gente idiota está en donde menos debería estar y uno termina por mal acostumbrarse a sus idioteces. Como por ejemplo, que las personas que sufren síndrome de Down sean llamadas “personas con capacidades diferentes”. Al decir que tienen capacidades diferentes a las de todos los demás, los están marginando de una forma peor. Pero claro, a alguien se le ocurrió (seguramente a un político, muy correcto él) decir para que no se oiga feo, <<llamémosle a esos mongolitos “personas de capacidades diferentes”, no sea la de malas y se nos enturbie la sopa>>. Y en atronadora caravana de aplausos todos los demás imbéciles le hicieron caso, y de ahí en adelante las personas con alguna discapacidad (que ese es el nombre correcto) son llamadas “personas con capacidades diferentes”.
Y ahí no para la cosa, se los aseguro, es cuestión de tiempo para que queramos ser tan políticamente correctos como nuestros inteligentísimos y primerísimo-mundistas vecinos del norte, con sus demandas y sus sálvese quien pueda si por la boca utilizas un adjetivo que suene rarito para calificar a una persona. Por citar otro ejemplo, si le dices “negro” a una persona de raza negra, eres un racista; sólo basta ver lo ridículo que se ven los comentaristas deportivos cuando ven a los negrazos meter cientos de goles o apabullar todas las marcas olímpicas y no encuentran las palabras políticamente correctas para decir que el negro es una maravilla. <<El atleta neg… ejem, perdón, el atleta de raza de color es un fuera de serie>>. Lo mismo pasa con los indígenas, que ahora ya no son indígenas, sino nativos de su ciudad natal. Vaya estupidez. Y lo peor es que lo aceptamos como sin nada, no vaya a ser que nos llamen intolerantes y racistas, y vengan las ONGs y los derechos humanos a señalarnos con el dedo acusador y justiciero por expresarnos de forma incorrecta.
A nada estamos de que estos idiotas (entre ellos los editorialistas mojigatos, que son casi todos, y los primeros en poner en primera plana la fotografía de un ebrio descuartizado en mitad de la calle, flanqueado por Maribel Guardia y Lorena Herrera en lencería invisible, mismos que jamás ponen las fotos de los niños desmembrados por la guerra de Irak) nos digan que está prohibido utilizar el adjetivo “feo” para calificar a una persona que es fea, lo correcto será referirse a ellos como “personas de apariencia”, y a los “gordos” (no vaya a ser que se nos ofendan) los llamaremos “personas de tamaño”, o “de talla”.
Por eso, al paso que vamos, no es de extrañar que en los gloriosos Estados Unidos de Norteamérica, una senadora negra, perdón, afroamericana, exigiera indignadísima ante el senado que los huracanes debían llevar más nombres negros, como por ejemplo, “Shaniqua” o “Jamaal”.