Los Ministros de Finanzas y el Fondo Monetario Internacional intentan contener los serios problemas de deuda de Grecia y otros países europeos, poniendo en evidencia lo que muchos economistas consideran como un defecto fundamental en la zona euro: las diferencias en ciclos económicos, idiomas, normas y competitividad pueden hacer que los costos de su moneda común superen los beneficios. Los 17 países de la zona euro deben reunir las condiciones ideales para compartir una moneda. La crisis financiera de Europa podría brindar una oportunidad para mejorar esa situación.
Aún así, la falla no necesariamente es letal. La crisis de la deuda ha desatado un ímpetu por reformas que podría hacer más viable la unión. Las propuestas de los economistas incluyen: nuevas reglas sobre el gasto fiscal, la supervisión bancaria unificada y un fondo mayor para emergencias financieras; requiriendo que los gobiernos europeos sacrifiquen un poco más de autonomía.
Las uniones monetarias prometen a sus miembros un mundo próspero, en el cual las transacciones, el comercio y la inversión a través de fronteras nacionales sean más fáciles. Compartir una moneda exige que los países renuncien a sus políticas monetarias independientes. Eso puede ser un problema si una economía requiere estímulo mientras otra está sobrecalentada.
Desde los años 60, economistas de la talla de Robert Mundell, conocido como “el padre del euro” desarrollaron un marco para decidir si las ventajas de las monedas comunes superan los costos. La teoría resultante del “área monetaria óptima”. El modelo Mundell-Fleming, se ha utilizado para sostener que una economía no puede simultáneamente mantener un tipo de cambio fijo, libre movimiento de capitales y una política monetaria autónoma.
Los ciclos económicos de países que comparten una moneda deberían estar más o menos sincronizados. Sus trabajadores deben moverse libremente entre los demás países, para compensar cualquier desequilibrio en la demanda laboral. Sus salarios y precios deberían ser flexibles para corregir diferencias en la competitividad.
En 1999, cuando el euro fue lanzado, sus fundadores ignoraron en gran medida esa teoría, esperaban que el euro ayudase a las economías a sincronizarse y quisieron imponer estrictos controles sobre la política fiscal de los gobiernos. Sus esperanzas se han cumplido a medias: la correlación de crecimiento entre Alemania y otras economías de la zona euro ha aumentado marcadamente desde que adoptaron la moneda común.
No obstante, la última década ha expuesto las debilidades de Europa como un área monetaria óptima. El ascenso de China como destacado motor manufacturero internacional, empujó a las economías de la zona euro en distintas direcciones. Alemania, que le vendía a China las máquinas de alta precisión vitales para sustentar su crecimiento, experimentó un auge de exportaciones.
Mientras, países que se concentraban en artículos de menor costo (principalmente España y Portugal) acumularon amplios déficits comerciales, en gran medida, al no poder recortar los salarios rápidamente para competir. Como consecuencia, solicitaron préstamo de dinero para cubrir la brecha entre consumo y venta, factor que contribuyó a sus actuales problemas de deuda.
La ausencia de supervisión unificada del sistema bancario en la zona euro, originó un problema que los teóricos de la zona monetaria no previeron. Las reglas de préstamos les permitieron a los bancos en Alemania e Irlanda, y otros lugares sumar cantidades de deuda de alto riesgo, desde hipotecas a bonos de gobiernos.
El rescate a esos bancos ha llevado al límite las finanzas de Irlanda y ha elevado los problemas financieros de Grecia desde un tema local a una amenaza sistémica.
Los funcionarios europeos están implementando reformas pero los economistas creen que pueden hacer más. Para empezar, los países necesitan un colchón financiero para cuando se queden fuera de sintonía frente al resto de la zona euro. En última instancia, mucho dependerá de la voluntad de los gobiernos europeos de resignar cierta soberanía. De lo contrario, esta crisis probablemente no sea la última.
Su trabajo sobre las áreas monetarias óptimas se considera estructura básica sobre la que se construyó la zona euro. Una conclusión básica de su tesis es que cualquier región particular, dentro de una zona monetaria, si quiere mantener un nivel de empleo, debe reducir los salarios reales o bien se debe acudir a la movilidad del factor trabajo para paliar los llamados “choques asimétricos”.
En el último año, Europa ha rescatado a tres países implementando rígidos programas de austeridad, lo que ha provocado la ira de los votantes, ha reescrito el contrato entre los países miembros del euro y declarado su compromiso de defender la moneda común.
El gran temor entre los gobiernos de la eurozona y del Banco Central Europeo, es que una cesación de pagos por parte de Grecia socave la confianza de los mercados de bonos en otros miembros del bloque con problemas similares.
Irlanda y Portugal pugnan por recuperar la confianza de los inversionistas; si el pánico se apodera de ellos y huyen de España, el país podría resultar demasiado grande como para ser rescatado.
A pesar de la estricta ronda de recortes implementados el año pasado, Grecia aún tiene problemas para reducir su déficit, que ya está entre los más altos de la eurozona y sigue escalando a niveles que los economistas consideran insostenibles. ¿La deuda griega pondría en riesgo la estabilidad de la zona euro?