Al día siguiente de la victoria electoral de Ollanta Humala en Perú, la Bolsa de Valores de Lima se había desplomado. Diversos analistas le pedían al ganador que no se demorara en anunciar su equipo de gobierno y, en especial, su nuevo responsable de economía. No era la primera vez. En las últimas elecciones presidenciales de México, en 2006, el peso y la bolsa mexicana habían subido ante la expectativa de una victoria del candidato con un proyecto de economía neoliberal, Felipe Calderón. Cuando las encuestas mostraron un repunte del adversario Andrés Manuel López Obrador, “el Chávez mexicano”, la bolsa tocó suelo. No se puede cuantificar el efecto que esto tuvo en las votaciones días después, pero unos pocos de miles de votos más a favor del candidato de izquierdas habrían dado la vuelta al resultado final.
En España, el partido socialista sucumbió a las exigencias de “los mercados” para abaratar el despido de trabajadores, recortar pensiones y ayudas a los desempleados, y alargar la edad de jubilación. Suprimió el “cheque bebé” que acababa de poner en marcha pocos años antes y el Ministerio de Igualdad, presentados como medidas sociales estelares. Pronto se oyeron consignas como “¿en dónde está la izquierda? Al fondo, de la derecha”. Si al final hacen políticas neoliberales, pensaron muchos votantes del Partido Socialista, mejor votar a quienes mejor privatizan y adelgazan el Estado: los neoliberales. Hasta en el último debate sobre el estado de la nación, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y su equipo defendieron sus medidas “para salvar al país de la quiebra”. “Si me arrepiento de algo, que no era fácil […] es de no haber pinchado […] la burbuja inmobiliaria […]”, dijo Rodríguez Zapatero.
En Grecia sucede algo similar: el parlamento acaba de aprobar las medidas de “ajuste” que exigía la “Unión Europea ”. Fuera de los edificios donde se acataban las órdenes de los mercados tenían lugar enfrentamientos entre decenas de miles de ciudadanos que se echaron a la calle y la policía. Impresionan las imágenes de violencia, de porras, de gases lacrimógenos y de heridos por los suelos. Abundan las ironías sobre la des-unión europea, la Europa de los mercaderes, la hegemonía alemana en decisiones que afectan al conjunto de los europeos y la toma de decisiones al margen de los ciudadanos, a los que los políticos dicen representar.
Peligran la soberanía de los Estados y la libre determinación de los pueblos, principios fundacionales de la Carta de Naciones Unidas. Sobre todo, se tambalea la democracia representativa cuando los políticos asumen políticas contrarias a su programa electoral para satisfacer a “los mercados”. Esa decisión viene condicionada por el poder que los mismos gobiernos han dejado que acumulen los mercados. Salvo en el caso de Islandia, el miedo a que las cosas puedan aún empeorar se ha sobrepuesto a cualquier tentativa de nadar contra la corriente de los mercados en esta época de crisis.
Algunos gobiernos encuentran un creciente apoyo de una sociedad civil indignada para actuar contra las agencias de calificación. Sus pronósticos pueden hundir sin fundamento la economía de un país o, por lo contrario, premiar con altas calificaciones la deuda de entidades financieras que hacían aguas, como sucedió con Lehman Brothers. La ineptitud de estas agencias ha quedado demostrada, por mucho se trate de “meras opiniones”. También se insiste en la abolición de los paraísos fiscales porque fortalecería las economías de los países al impedir la huida de capitales y al fortalecer la red de servicios públicos de calidad; la tasación de las actividades especulativas evitaría que “los mercados” hicieran tambalearse a las economías de los países y que influyeran en su soberanía y en sus procesos democráticos.
Esta economía de mercado que rebasa los controles de la política ha sido impuesta por Estados que, durante décadas, han violado la soberanía de los Estados en nombre de la democracia. Pero lo que buscaban al financiar y apoyar dictaduras militares, grupos paramilitares y escuadrones de tortura y muerte no era una democracia. Si así hubiera sido, no habrían intervenido en muchos países. En su lugar impusieron una economía de mercado global, sin rostro y totalitaria.