Se comprobó, una vez más, una de las teorías fundamentales de Albert Einstein: que eso de las distancias largas, es relativo, porque la Peña de Periodistas que se efectuó en casa de Beatriz Céspedes, del kilómetro 13 de Carretera a Masaya un mil quinientos metros al sur, ha sido una de las más concurridas, incluso llegaron colegas que no habían asistido antes, como Danilo Aguirre, Alma Nubia Zeledón-- acompañada de su inseparable hermana Brígida--, Mercedes Rivas y María Elsa Suárez; y el guitarrista, llevado por Danilo, Adolfo Zavala –ex Jefe de Anuncios de El Nuevo Diario--, quien resultó con la sorpresa de un amor platónico increíblemente soterrado en el más profundo de los silencios, durante tres décadas, y que esta noche, ¡por fin! reveló en canciones directamente su amada.
Beatriz estaba un poco tensionada. Y es que no es chiche atender en casa a un grupo de personas, y de las más diversas, pero poco a poco se fue relajando, sobre todo cuando le llevaron a su nietecita de sólo meses, y entonces sus ojos se cubrieron de emoción y sonrió como una niña distraída y juguetona. Tuvo la delicadeza o “irresponsabilidad” de sentar a su octogenaria mamá junto al círculo de bandidos y bandidas de la Peña de Periodistas, exponiéndola a escuchar cualquier barbaridad que uno pueda soltar en esos alegres y divertidos momentos de esparcimiento, pero la señora hasta se rió de muy buena gana y se hizo cómplice de algunas de nuestras locuras. ¡Qué más da! llevar unos pecadillos extras a la hora de rendir las cuentas finales.
Llegó Danilo, a quien algunos le dicen “Danilón”, por lo alto y grande, ancho de hombros y de barriga no tan pronunciada, por cierto, pero no es por cuestiones físicas que ocupa mucho lugar adonde llega, sino por su extraordinaria personalidad que se expande y se esparce, y todo lo inunda y lo cubre. De inmediato, aún antes de haberse sentado, sicológicamente se apoderó de toda la casa, de las miradas y de la atención de cada quien, tal es su empatía o fortaleza de carácter y de espíritu.
A su personalidad desbordante ayuda su voz grave y de altos tonos, y su facilidad de palabra, pues es un imparable conversador e incansable contador de cuentos, con el que se podría cruzar sin zapatos, a pies descalzos, sin aburrimiento ni cansancio, todo el desierto de Atacama o del Sahara, tal es su capacidad de cautivar a quien le escucha. Acostumbrado como está, a ser el centro de la atención, pareciera que Danilo ni cuenta se da de que todos los ojos están sobre él. Poder robarle un segundo de protagonismo es una tarea titánica. Mejor no intentarlo, sobre todo porque se perderían de un buen rato. ¿Y no es a eso que vamos a la Peña de Periodistas? ¿A qué? A pasar un buen rato.
Insólita historia de amor
Sólo esa súbita revelación inesperada de una insólita historia de amor, pudo, durante un breve momento, desplazar a Danilo Aguirre como la figura central de esta Peña de Periodistas caracterizada por el tango en su voz, pues cantando también es incansable. Un intenso y dramático develamiento que a todos nos tomó por sorpresa, y mucho más a la agraciada depositaria de ese poderoso sentimiento que como una huella prehistórica oculta en lo más hondo del subsuelo, se mantuvo agazapado durante tres décadas a la espera de una oportunidad para brotar como el ramo de flores más espectacular y maravilloso del sistema solar.
Como muy bien lo dijo el principal titulador de primera plana de El Nuevo Diario –sólo el desaparecido Horacio Ruiz competía con él en esta especialidad -- el Presidente de Uruguay, José Mujica, hubiera llorado sin vergüenza de la emoción delante de todos nosotros de haber estado ahí, en la casa de la Bea, escuchando el tango Cielo de los Tupamaros que cantaron con vitalidad, alegría y nostalgia, Danilo y Adolfo Zavala. Y cómo no haber llorado “Pepe” si este tango tiene que ver con las raíces y el corazón del ser uruguayo que por estos días está conmemorando su segundo bicentenario y para ello escogió la fecha del “Grito de Asensio” que protagonizaron, en febrero de 1811, entre otros, el brasileño Pedro Viera (“Perico el Bailarín) y Venancio Benavidez, ambos mencionados en la quinta estrofa de este tango, con música y letra de Osiris Rodríguez Castillos.
Con Venancio Benavides
y Perico, “el Bailarín”,
saldremos a chuza y bolas
a gatas suene el clarín.
Y pensar que en los años sesenta y setenta Danilo y Adolfo cantaban y tocaban ese tango delante de oficiales de la Guardia Nacional de Somoza, como el asesor de la Policía de Managua, el norteamericano Gunther Wagner. Pero, ¿sabrían esos tipos toscos qué estaban escuchando? ¿Sabrían de Tupac Amaru? ¿Conocerían de “Perico El Bailarín”?, mencionado recientemente por el Presidente José Mujica. ¿Habrían oído citar a Venancio Benavidez? Quizás hubieran escuchado hablar de José Artigas, que es más conocido que ellos, y que es considerado “el padre de la independencia de Uruguay”.
Ya había entrado la noche cuando Zavala nos sacudió con su conmovedora revelación. Dijo que cantaría la canción tal, y agregó: “Se la canto a una dama a quien tanto aprecio y cariño le tuve desde la juventud”. Con eso nos sacudió un poco y todo mundo se puso ojo al Cristo. “Algo hay por aquí”, percibimos. Pero todavía estábamos inocentes del emocionante y trascendental trasfondo que había. “Quiero cantarte mujer mi más bonita canción”. Y luego llegó el impacto crucial. Detuvo su mirada sobre ella, sobre alguna o varias partes de ella, quizás sobre sus ojos, o su boca, y le recordó, en una de esas confesiones memorables dignas de una genuina novela de amor, que hacía 31 años, en la Unión de Periodistas de Nicaragua, quedaron de verse más tarde, ella sólo iría un momento a su casa, y regresaría. “Ya vengo”, le dijo. Y nada. No volvió. No apareció. Y no sucedió nada. Y transcurrieron 31 años. Hasta esta noche.
Le cantó lo que le iba a cantar hace 31 años
El tango Cielo de los Tupamaros dio qué hablar en la casa de la Bea, porque hubo preguntas acerca de ¿cómo es posible que José Mujica, guerrillero, combatiente clandestino, preso durante varios años por la cruel y sanguinaria dictadura militar, acostumbrado a una vida llena de restricciones, medidas de seguridad, peligros y sufrimiento ante los compañeros y compañeras caídas, cómo es posible que un hombre de la vida militar sea capaz de pensar como un demócrata, es decir, con tolerancia, con respeto a la diversidad, a la institucionalidad, a la Carta Magna y a las leyes? El Presidente de Uruguay es un amante de la libertad, mientras que otros ex guerrilleros lo son del autoritarismo y el irrespeto a la legalidad, la Constitución y los derechos todos los demás que no piensan como él. Kadhafi es un ejemplo de esto último. Ofrece muerte a quienes piensen distinto.
El plato gastronómico de la noche fue unas enchiladitas leonesas que estaban crujientes, de las que comíamos una y otra vez, y siempre aparecían más, y más y más, y nunca se acababan. También hubo tortillas fritas y sin freír, y unos frijoles especiales con tocino, mantequilla y chile. Bebidas gaseosas, jugo de naranja y otros componentes completaron el acompañamiento tan necesario.
Danilo habla de todo: recordó al personaje Nathán Parrales, quien alquiló una casa contigua al Centro Destilatorio Nacional—donde se producía el guaro lija—y se conectó a la tubería. Sólo abría un grifo, y ya tenía el guaro, gratis, sin intermediarios, directo a su vaso, en su propia casa, hasta que lo descubrieron.
Manuel Espinoza Rivera hizo un comentario sobre la formidable cantante mexicana Chabela Vargas, y yo pensé: “Aquí ya le quitaron la palabra a Danilo”, pero, ¡qué va!, el hombre comenzó a contar que estuvo con ella en su cuarto –no aclaró cómo ni cuándo ni en qué circunstancias—y que le preguntó cómo era José Alfredo Jiménez --el mejor compositor mexicano de música ranchera de todos los tiempos--, y ella le respondió que él siempre la llamaba para que salieran a cantar por todo México. Oriunda de Costa Rica, se nacionalizó mexicana. Cantaba canciones normalmente interpretadas por hombres sobre su deseo por las mujeres. Vestía como un hombre, fumaba tabaco, bebía mucho, llevaba pistola y era reconocida por su característico poncho rojo. En una entrevista para la televisión colombiana en el año 2000, confesó que era lesbiana, según Wilkipedia.
La revelación de Zavala nos tenía como embobados, pendientes no sólo de cada palabra suya, sino de cada gesto, de cada mirada, de cualquier movimiento que pudiera interpretarse como parte del lenguaje corporal, y también poníamos ojo a las reacciones de su amada, quien parecía disfrutar del momento. El éxtasis llegó cuando él, de una vez por todas, decidido a romper con el secreto que con tanto celo había guardado durante tanto tiempo, dijo que esa tarde él planeaba, cuando ella volviera, cantarle varias canciones. Y de inmediato, con una voz nerviosa y emocionada que estuvo a punto de quebrarse, le dijo: “Ahora voy a cantarte las canciones que te iba a cantar aquella vez”. Y nos quedamos estremecidos, con los pelos parados como un erizo. ¡Electrizados!
Marlen Chow en un bosque de la China
Pero no comenzaron con la música característica del Cono Sur, sino con los mexicanos como Marco Antonio Muñiz, conocido como El embajador del romanticismo. Zavala cantó algo que decía “Contigo en la distancia”; o “Donde lo mataron fue en una cantina”. Después entró Danilo y ambos cantaron “Yo le canto a la luna”, y luego trajeron a los gauchos y el folclore argentino con “La Zamba de Vargas” y “Cantaré a mi Tucumán querido”. La Zamba… es una conocida canción popular de autor anónimo del folklore argentino y a su vez la zamba más antigua de la que se tenga registro musical. Por eso se dice que es "la madre de todas las zambas". Su origen está relacionado con sangrientas guerras civiles en Argentina. Con “Amorcito Corazón”, y “Tú me acostumbraste”, nos sacaron de las pampas, y cambiaron a “Pasarán más de mil años”, “Sabor a mí”, “Un candado”. Y la mamá de la Beatriz recordando cuando bailaba pegadito esas canciones y quién sabe qué imágenes, y con quién, pasaron por su cabeza de juez de una corte inglesa.
Apareció el nombre y recuerdos de Marlen Chow. Ella salía a parrandear con el grupo de diablos que constituían Danilo, Hermógenes Balladares, Bayardo Arce y Manuel Eugarrios. Quería cantar, pero desafinaba, entonces le decían que no lo hiciera, y ella se enojaba, pero la contentaban cantándole una canción que dice: “En un bosque, de la China, una china se perdió…”, que se sabe Elsa Gómez. Después aprendió a cantar muy bien.
Zavala sacó dos maracas que si a uno no le advierten, se puede embarcar fácilmente, pues tienen la perfecta apariencia inconfundible de dos apetitosos aguacates. Merceditas Rivas comenzó a hacerlas sonar muy tímidamente, pero pronto tomó impulso, y ritmo, y lo hizo con más fuerza y soltura; luego las tomó Evaristo, el esposo de Elsa, quien daba la impresión de que había trabajado como maraquero de algún trío de la Plaza Garibaldi de los años ochenta frente al Estadio Nacional.
Lesbia Espinoza, quien siempre lleva al menos un libro a cada sesión de la Peña de Periodistas, esta vez cargaba uno de cuentos de Rubén Darío, y leyó con voz educada “El Rey burgués”, y así oímos de la afición a las artes de un Rey favorecedor de músicos, pintores y cantantes; y de su residencia (su Babilonia llena de música, con perros de patas elásticas), de su palacio soberbio en el que había acumulado objetos de arte descritos en detalle por nuestro gran bardo. El momento culminante del cuento llega cuando al Rey le llevaron un hombre extraño, un poeta (he roto el arpa adulona, el manto del histrionismo… El arte no está en piezas y cuadros…, los ritmos se prostituyen…”.
“Tuyo es mi corazón, ¡oh! sol de mi querer…”
Para nada le gustaron al Rey las críticas del poeta y lo mandó a la intemperie, a mover el manubrio de una caja de música, a cambio de comida, y con la terminante prohibición de que no se le ocurriera ni siquiera decir un verso. Con el invierno llegó el frío, y la nieve, y el estremecimiento, y la hipotermia, y la agonía del pobre poeta que en la mala hora dio la última vuelta al manubrio, le sacó la última nota musical a la caja, y exhaló el último suspiro. “La Socorrito Castellón, se lo sabía de memoria”, recordó Lesbia, quien le ha profesado gran admiración y fue impactada por su reciente muerte.
Danilo tenía en La Prensa una columna que se llamaba “Visto y Oído”, y Rodolfo Tapia Molina (“El Decano”), el de “Radio Informaciones” (“De la prensa resultan, el amor y el odio…”), le pidió el favor de que escribiera sobre un espectáculo de la Socorrito, y Danilo le cumplió, pero con tanto entusiasmo, que Rodolfo se molestó, y le reclamó, porque creyó que se le quería coger el mandado de enamorar a la formidable teatrista.
Adolfo Zavala se había desnudado por completo ante ella, quien observaba satisfecha, a ratos seria, otras veces con una sonrisa pícara o maliciosa, pero sin ser explícita, más bien recatada, enigmática, cuidando de no dar una señal equivoca, o quizás temerosa de que la pradera se incendiara y con ella todo el bosque prendiera en llamas. “Tuyo es mi corazón oh sol de mi querer”, comenzó Zavala, con la primera canción, y todo quedó tan claro, y luego otra y otra, de la misma manufactura romántica. Y alguien le preguntó cómo se sintió en aquel entonces, en aquel día aciago que prometía ser luminoso, y que pasando antes por la ilusión y el lento y doloroso desvanecimiento de la esperanza, más bien desembocó en el dolor y el espanto de la soledad cuando él comprendió que ella ya no llegaría, y cantó, “Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”. Y también fue interrogado sobre cómo se sentía ahora que había cumplido su sueño de hacía tres décadas, y él respondió cantando, “Seme olvidó otra vez”, en la que reitera y actualiza sus sentimientos, pero trata de no soñar sueños irrealizables y de aferrarse fuertemente a la tierra:
Probablemente ya
de mí te has olvidado
y sin embargo yo
te seguiré esperando.
No me he querido ir
para ver si algún día
que tú quieras volver
me encuentres todavía.
Por eso aún estoy
en el lugar de siempre
en la misma ciudad
y con la misma gente.
Para que tú al volver
no encuentres nada extraño
y sea como ayer
y nunca más dejarnos.
CORO
Probablemente estoy
pidiendo demasiado
se me olvidaba que
que habíamos terminado.
Que nunca volverás
que nunca me quisiste
se me olvidó otra vez
que sólo yo te quise.
Lesbia reía nerviosamente. La mayor parte de la reunión de esta Peña de Periodistas había estado sentada cerca de la mamá de Beatriz, pero luego se corrió a su izquierda, y como en una atrevida jugada de ajedrez, avanzó varios lugares de un solo tirón, hasta quedar junto a Danilo, a cuya derecha estaba Adolfo. Sólo Danilo los separaba. Estaban cerca. ¿Por qué ella se acercó? ¿Sabía lo que vendría poco después? Las palabras de Adolfo se sucedían hondamente emocionadas, mirándola directamente a ella, al igual que cuando le cantó la mayor parte de las canciones. Pero ella se mantuvo impertérrita: no hubo ninguna señal evidente, aunque nunca se sabe, a lo mejor hubo alguna mirada, algún pestañeo, algún movimiento de piernas, quizás en un lenguaje oculto le habrá transmitido algo, porque esta sesión que fue una tarde y noche de tangos, una noche con Danilo Aguirre, también fue una noche de amor: la noche de Adolfo y Lesbia.