Lo ocurrido en la central japonesa demuestra que la energía nuclear siempre es una imprevisible bomba de relojería. Japón, país con elevado nivel de seguridad y tecnológico, no es Ucrania ni Fukushima, Chernobil, pero ha ocurrido un grave accidente nuclear. Philip Grassman recuerda que “quien se apoya en la energía atómica ha de aceptar esos riesgos. Tan improbables como se quiera, pero nunca se pueden excluir.
Hace 25 años un accidente nuclear en Chernobil afectó a cientos de miles de personas. Hoy el mundo se enfrenta a una situación similar, aunque la magnitud no sería comparable, porque el reactor de Fukushima está en una región mucho más poblada que la de Chernobil”. Sería mucho peor.
¿Occidente aprendió algo de Chernobil? Ahí está Europa apostando por la energía nuclear, prorrogando la actividad de viejas centrales nucleares. En Alemania, la presión ciudadana tras el accidente de Japón ha forzado al canciller Merkel a ordenar desconectar los reactores más antiguos y paralizar la prórroga de vida nuclear decidida. Pero en España, el Gobierno no se apea de prorrogar la vida de viejas centrales nucleares y Francia, con decenas de reactores nucleares, quiere construir más.
¿Alguien puede garantizar que, con 437 reactores nucleares operativos en el mundo, no habrá nunca ningún accidente nuclear más? Y un accidente nuclear nunca es para echarlo a broma. Sin hablar de los residuos nucleares milenarios y de que, tal como asegura John Rowe, ejecutivo de Exelon, el mayor operador nuclear de Estados Unidos, “construir nuevos reactores ya no es rentable”.
En cuanto al petróleo como fuente de energía, los acontecimientos de África del Norte, guerra de Libia incluida, apuntan, como asegura Michael T. Klare, que “está claro lo que sucederá. No hay ninguna otra región capaz de sustituir a Oriente Medio como principal exportador de petróleo. La economía del petróleo se contraerá y con ella la economía mundial. El reciente aumento del precio del petróleo sólo es un leve temblor que anuncia el terremoto petrolero que vendrá.
El petróleo no desaparecerá, pero en próximas décadas no alcanzará volúmenes necesarios para satisfacer la demanda prevista y, más pronto que tarde, la escasez pasará a ser la característica dominante”.
¿Alguien recuerda las consecuencias de la crisis del petróleo de 1973? Inflación, inestabilidad económica, recesión... Pues fue de chiste comparado con lo que puede ocurrir si no se toman medidas. Lo que se avecina es menos petróleo disponible y más caro, más las consecuencias del accidente nuclear de Japón, medioambientales, de salud y, por supuesto, económicas.
Hay que hacer cambios que eviten o frenen lo que se nos viene encima. Es urgente. Por supuesto, los de siempre, quienes conforman lo que Marx denomina clase dominante y algunos llamamos también minoría privilegiada, no se apean del burro, porque no renuncian siquiera a reducir un tanto sus obscenas ganancias.
Ahora, como propone Stéphane Hessel, es buen momento para la rebelión civil no violenta que se enfrente a la dictadura financiera (camuflada tras el eufemismo de “mercados”). Y también para cuestionar un modelo energético y un modo de hacer que convierten la vida de la gente común en misión imposible. Y destruyen el planeta, aunque lentamente. Necesitamos energía, sí, pero no derrocharla como hacemos y menos aún una energía de fuentes contaminantes y devastadoras. Es buen momento para empezar a cambiar fuentes de energía, hábitos y conductas que nos llevan al desastre económico y ecológico.
Hacer frente a la crisis energética que viene se suma a luchar contra la crisis múltiple existente. Con un cambio no sólo de hábitos y prácticas sino de orden de valores. Recuperar la ética colectiva y solidaria. Y apostar por la rebelión civil pacífica. Nosotros, la ciudadanía, los dueños del poder político y la soberanía.
Como recuerda Hessel, “la primera década del siglo XXI ha sido un período de retroceso” de los muchos avances políticos y sociales logrados desde finales de la II Guerra Mundial. Pero también “nos encontramos en un umbral entre los horrores de esa primera década y las posibilidades de las siguientes”. Esa posibilidad de recuperar el terreno perdido depende de nosotros, ciudadanos y ciudadanas.
(*)Periodista y escritor