Y no hay vuelta de hoja. Somos así y ni el paso del tiempo, ni el de nuestro tiempo particular, nos va a apear de ese lastre que arrastramos desde la creación de la primera pareja. Hombre y mujer, Dios los creó.
Esta propensión a la caída la arrastramos como un pesado fardo y desprenderse de él cuesta lo indecible, como el ser humilde. El querer ser, el querer tener nos va a perseguir toda nuestra vida. Todo comenzó con una desobediencia. No hagáis esto, y lo hicieron. Y continuamos desobedeciendo creando pequeños dioses que, sin embargo, nos esclavizan.
Comenzó la mujer, y el hombre- salvo excepciones-va detrás; y en este atender y este aceptar, ha ido cambiando la Historia en al devenir de los tiempos. Y el mundo se ha ido apartando de Dios a medida que el hombre se hace más suficiente. Con los avances técnicos, se va aproximando a su meta. Arrinconar a quien le dice cuáles son sus orígenes. El Dios que me puede coartar, que me prohíbe comer del árbol del conocimiento, y más aún, que no toque el árbol de la vida. Y, ¿Quién es Dios para prohibir? Soy autosuficiente y he conquistado el árbol de la ciencia, pero en mi avance me doy cuenta que me queda mucho por conquistar, mucho por descubrir.
Quiero conquistar el árbol de la vida. Mis avances asustan a los timoratos, pero mis descubrimientos me encumbran a cimas insospechadas. Pero ansioso de poder, en mi afán de manejar la vida, sigo abriendo el camino de la ciencia en el obscuro mundo del hombre. Su mundo interior, su mente. El espíritu puedes manipularlo. Ignoras, engreído, que en esa manipulación producirás patologías que dejarían, por obstrucción, tarado al pensamiento. Ya dejaría de ser libre, por deficiente.
Hasta lo más difícil, lo más improbable, puede ser pensado por nuestra imaginación. Después… que, ¿qué encontraré? El físico nuclear Werner Heisenberg, premio Nobel, nos lo explica en una frase: El primer sorbo de la copa de la ciencia, vuelve ateo, pero en el fondo de la copa está esperando Dios.