El hombre se ha obsesionado con los objetos de consumo. Ha caído en la trampa de creer que, cuanto más tiene, más feliz va a ser, sin caer en la cuenta de que no es más feliz el que más tiene sino el que menos necesita. Cada día crece el número de personas que dicen sentirse insatisfechas a pesar del tren de vida que llevan. Sin embargo, aquellos que lideran la sociedad de consumo hacen oídos sordos y siguen empecinados en modelos de crecimiento cuestionables e insostenibles.
Cambiar de coche, de teléfono móvil, de zapatillas deportivas o de portátil ha pasado de ser el capricho de unos pocos a convertirse en algo medianamente habitual en los países ricos. Se ha confundido el estado de bienestar con el estado del malgastar.
En las tres últimas décadas el ser humano ha consumido un tercio de las reservas de los recursos naturales del planeta, explica Anny Leonard en el documental animado, La historia de las cosas. Además, esta experta en desarrollo sostenible y cooperación internacional asegura que “si todo el mundo tuviera el ritmo de consumo de EE UU harían falta de 3 a 5 planetas.” A pesar de los avances técnicos y científicos, el hombre está todavía muy lejos de clonar la tierra.
El hiperconsumo de los países ricos, no sólo no mejora la vida de las personas, sino que empeora la de otras muchas que se encuentran a miles de kilómetros de los grandes centros comerciales a donde acuden los fines de semana a satisfacer supuestas “necesidades”.
Para que un ciudadano clase media, de cualquier país occidental, pueda llevar unos pantalones de marca y una camiseta con el logo deportivo de moda –Nike, adidas, Reebok, New Balance, etcétera- en muchos de los casos, niños en China, India, Indonesia o Tailandia han tenido que trabajar en condiciones de esclavitud durante jornadas de 14 a 18 horas. Esto no significa que en occidente no se deba comprar ropa, pero sí que los ciudadanos –consumidores para las empresas- y sus representantes políticos exijan garantías a las grandes corporaciones para que las personas a las que contratan sean tratadas con dignidad y se cumplan las leyes laborales básicas y se respeten los derechos del niño. “El consumo es necesario para el desarrollo humano cuando amplía la capacidad de la gente y mejora su vida, sin menoscabo de la vida de los demás”, advierte la Premio Nobel y embajadora de buena voluntad del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) Nodinel Gardnier.
En esta sociedad del hiperconsumo todo es necesario o por lo menos tiene que parecerlo. Para ello trabajan, entre otros, las agencias de publicidad y marketing al servicio de las grandes multinacionales, que igual venden cremas anticelulitis, papillas para bebé o escobillas para el inodoro. El mundo objeto, donde todo es susceptible de ponerse a la venta, tiene el soporte de los medios de comunicación de masas ayudados por sus caras más mediáticas. Desde los anuncios publicitarios venden una vida ideal plagada de brillos y purpurina, pero detrás de todo ese engranaje, casi perfecta, se esconde una maquinaria que sigue haciendo trizas los recursos naturales, cada vez más escasos, más caros y más difíciles de obtener. Según Anny Leonard, nombrada anteriormente, en el Amazonas se cortan cada minuto 2.000 árboles, unos 7 campos de fútbol. Echen la cuenta.
Jeremy Rifkin es experto en cambio climático y tecnología, e informa que para producir un kilo de carne hacen falta 900 kilos de comida y 16 000 litros de agua. Las emisiones de CO2 son superiores a las que emite el transporte mundial, asegura.
Se consumen cerezas en el tiempo de las castañas o fresas en el tiempo de las uvas, no importa si es invierno o verano, los aviones cruzan de un continente a otro llevando las cajas de frutas como si fueran viajeros de primera y confundiendo, en el paladar de los consumidores, las estaciones del año. No es necesario decir la cantidad de CO2 que esto vuelos provocan.
El planeta es finito, pero el hombre actúa como si fuera inagotable. Se cree dueño y señor, se sirve de él, pero no se siente parte de él. Este hiperconsumo galopante se sabe que no puede durar mucho más. Ojalá recuperemos pronto el sentido común y la racionalidad.
(*)Periodista/ccs@solidarios.org.es