Existe en la clase política latinoamericana, una fascinación obnubilante en pretender sustituir los escenarios políticos tradicionales por la web y las redes sociales. Muchos de nuestros políticos han llegado a pensar, que haciendo presencia en Twitter y Facebook, pueden quedarse más tiempo en casa o haciendo otras cosas lejos de las disputas diarias de las campañas voto a voto.
Si bien, las campañas 2.0 han cobrado una importancia que no podemos dejar de valorar, están muy lejos de sustituir el contacto mano a mano, puerta a puerta, entre el candidato y sus votantes. Las campañas 2.0 en Latinoamérica, no representan alcances poblacionales tan importantes como en Asia, Europa y Norteamérica, donde el acceso de la población al internet no es un privilegio, sino una política de estado.
Las tecnologías ligadas a la web 2.0 y las redes sociales tienen marcados sesgos: el territorial, por ejemplo, es insoslayable. Se trata de recursos que permiten una llegada a los votantes urbanos (aunque no a todos sus segmentos), pero que difícilmente pueden abrir acceso al país profundo, al interior del interior, al votante rural o de pueblos pequeños. Una lección clara en este sentido la brinda Colombia, donde el candidato opositor Antanas Mockus, en la última campaña por la presidencia, redirigió gran parte de su comunicación por redes sociales, recurso que le sirvió para crecer electoralmente en las ciudades, pero que no compensó un alto nivel de desconocimiento en el resto del país, facilitando así una cómoda victoria del candidato oficialista ungido por Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos.
Otros sesgos asociados a esas tecnologías son los vinculados al nivel de edad, instrucción y al nivel socioeconómico, que presentan asimismo ciertas asociaciones con la disponibilidad de dispositivos en los que corre la tecnología de web 2.0 y redes sociales (obviamente, los electores mayores de 50 años, bajos estudios y nivel socioeconómico bajo, difícilmente son accesibles a través de Facebook o Twitter, ya que lo más probable es que no tengan conexión habitual a Internet, aunque puedan tener un celular).
Las redes sociales cumplen un papel importante en las campañas electorales, pero no hacen ni al candidato ni a las campañas. Su influencia siempre tendrá un peso urbano elevadísimo, que deberá ser recubierto por otros elementos de contactos que siempre vayan a la par con la estrategia comunicacional y de posicionamiento electoral del candidato.
La Obamamania fue el pretexto perfecto para convertir las redes sociales en canales de comunicación política. Obama fue un candidato de la red, pero sobre todo fue un candidato de tierra, que recorrió puerta a puerta todos los territorios que pudo, para estrechar las manos de los votantes y llevarles su mensaje.
Un buena campaña 2.0 puede ayudar muchísimo a la imagen del candidato, pues esta puede proyectar su pensamiento, propuestas y agenda de visitas. Twitter por ejemplo es una herramienta perfecta para hacer comentarios cortos sobre temas de interés general, tomando en cuenta que solo te permite hacer comentarios de 140 caracteres. Facebook es más amplia para los contactos, donde puedes abrir inclusive foros y debates sobre problemáticas especificas y recibir una interesante inducción y críticas también de tus contactos.
En conclusión una buena campaña 2.0 puede ser salvadora, proactiva y vinculante al éxito, pero una mala campaña, preparada por gente inexperta, puede rápidamente llevar a un candidato a quedarse solo, sin bases y sin campaña.