El terrorismo no puede tener cabida en un mundo civilizado. La misma ONU siempre ha condenado enérgicamente, como no podía ser de otra manera, en los términos más recios las hazañas terroristas en todas sus manifestaciones sin importar sus motivos. Por eso, a mi juicio, tan importante es combatir como prevenir y velar por el respeto de los derechos humanos, que los sembradores del terror no tienen en cuenta. Por otra parte, la actitud humana tampoco es la de alegrarse por la muerte de nadie, ni la de vengar muerte alguna, sino más bien la de reflexionar sobre el valor de la vida. ¿Por qué se ha llegado a ese odio tan cruel de no respetarnos como especie y matarnos ciegamente unos a otros? Si hay algo que me ha ilustrado vivir, es que la compasión siempre es más penetrante que el rencor, que la clemencia es preferible a la justicia misma, y que si uno va por el mundo con la mano tendida, uno también hace amigos.
Considero que la amistad vale más que un tesoro. Pensando, pues, en ese mundo de afectos que todos necesitamos, creo que tras la muerte del líder de la red terrorista de Al Qaeda, Bin Laden, debemos extraer todos una gran lección. La religiosidad de los pueblos me parece fundamental para huir de la ceguera del pánico. Es hora que las religiones fomenten el encuentro entre los pueblos, el diálogo entre culturas, y propicien una sana y saludable meditación entre las gentes. Cualquier creencia de fe verdadera es pacifista y pacificadora, no es un pretexto para los conflictos, repele el choque entre las civilizaciones, porque es un signo de esperanza que conlleva la bondad, el respeto, la armonía. Por tanto, el hecho de que las religiones y la paz van juntas, debe contribuir a tomar una mayor conciencia de su responsabilidad. Sin duda, los líderes religiosos tienen el deber de hacer todo lo posible por instar a descubrir y aceptar todo lo que sea bueno en los demás. Soy de los que pienso que todos tenemos algo de bueno, incluso el más malvado de los hombres.
Ciertamente, hoy el mundo teme represalias por la muerte de Bin Laden, cuando lo que debiera producirnos a todos, es un deseo de perdón y no de venganza, de amor a la vida, que conllevaría, entre otras cosas, dejar de fabricar armas. No hay muerte justa como tampoco hay guerra justa. Las personas construimos demasiados abecedarios inhumanos y no suficientes abecedarios con alma. Es sabido que a lo largo de la historia se han manipulado credos y religiones, lo que hace más necesario suscitar debates y estimular entre confesiones diversas el entendimiento. También es evidente que los sembradores del terror intentan modificar nuestro comportamiento, injertarnos miedo en el cuerpo y división en la sociedad, lo que también hace más preciso promover los derechos de los demás, que uno reclama para sí. En cualquier caso, todos tenemos el derecho a existir y a crear mundos humanos. Las religiones tienen el privilegio de las masas, la llave para derribar los muros que nos separan. Comiencen ya con el amor que predican. Comencemos. A nadie le conviene que el amor no exista.
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