Entendemos por política, todas aquellas “actividades de quienes rigen o aspiran regir los asuntos públicos”, sería pues, aquellas acciones cuyo objetivo es tener una incidencia directa en la vida pública. Para Aristóteles todos los individuos de una sociedad hacían política por el simple hecho de relacionarse entre sí. Una definición de la academia propiamente nos diría que la política es la ciencia del poder.
En esta ocasión, para fines de la presente columna, entenderemos hacer política en un sentido de búsqueda del poder público, no en el fin propio de alcanzar el poder, sino en referencia a los medios que conducen a los actores políticos a posicionarse dentro de la esfera pública.
Esta será quizás una reflexión tan singular, que trataremos de asimilarla a nivel de nuestra región, América Latina, la cual comparte no sólo el amplio legado cultural de los países peninsulares europeos, sino que también ha cultivado uno de los males que más nos afectan a los países en desarrollo: La falta de visión con la que los políticos atienden las necesidades de la sociedad, contrastando sus objetivos personales con su responsabilidad como servidores públicos.
Antes que todo vale la pena mencionar que no todos los políticos encajan a esta ceguera política, muchos de los mandos más altos del gobierno, como ya lo hemos dicho en este espacio, son personas altamente capacitadas, educadas en las mejores universidades del mundo, consientes de los problemas que sufren las sociedades en desarrollo, pero también culpables de que dentro de sus equipos de trabajo haya gente cuya ignorancia afecta las labores del Estado.
Si bien es cierto en política la confianza tiene un alto valor, también lo es que el compromiso de todo gobernante es propiciar el bienestar común. A veces, la confianza más que ser una cualidad que propicie estabilidad en el gobierno, es utilizada como una herramienta de complicidad ante las acciones incorrectas de quienes conforman los gabinetes, de manera que esta confianza pierde todo valor republicano, acercándose más a una mafia que a un gobierno.
Pero entonces, ¿quiénes son esos políticos cómplices, esos actores ciegos que tanto daño hacen a las estructuras estatales? Son todos aquellos personajes que mueven la cabeza en señal de aprobación sin tener una idea de lo que se está debatiendo. Son aquellos que siguen y promueven movimientos sin conocer siquiera la esencia de los mismos. Son los que se contagian por los discursos vacios, quienes viven dentro de la oleada de simpatías, quienes no juzgan lo que es incorrecto, los que quieren salir en la foto sin haber trabajado para ganarse un lugar en ella.
Podemos decir entonces que la ignorancia y la falta de valores democráticos entorpecen el ejercicio público, pues el desconocimiento en materia de Administración Pública, en cuanto a la legislación vigente, en cuanto a los tiempos para ejecutar los proyectos, obstruyen en su conjunto las actividades de quienes sí saben cómo gobernar, pero que se niegan a ser parte del juego macabro de la política a ciegas.
Porque es muy fácil creer que al gobernar se puede ejercer el poder sin restricciones, algo que acontece de manera continúa en los órdenes de gobierno más cercanos a la población (municipios, municipalidades o departamentos), los cuales al no prever que sus acciones están perfectamente reguladas por las leyes, promueven inconscientemente la duplicidad de procedimientos, aumentando los costos para el Estado y para la ciudadanía.
Si como dicen los candidatos en campaña, la política es una actividad noble, cuyo fin prioritario es el beneficio de la ciudadanía, que sean entonces los más aptos los que conduzcan a nuestras naciones en todos los órdenes de gobierno. Que haya por tanto un servicio civil de carrera que sea independiente a los cambios de gobierno, donde la entrada y permanencia sea continuamente regulada con base en los conocimientos, experiencias y aptitudes de los individuos, quienes no se preocuparan por hacer política apoyándose en relaciones de poder, sino por cumplir con una tarea asignada directamente por la soberanía de la institución estatal, así su dirigente será la nación misma y no un grupo de bandidos que buscan el poder por cualquier medio.
Hacer política a ciegas quiere decir que nos hemos olvidado de que la preparación, la experiencia y el trabajo son las legítimas banderas del ascenso social. Constituye vender las posiciones al compadrazgo, es anteponer la confianza hacia un individuo, sobre los valores mismos de la patria, es querer imponer la ambición personal sobre las necesidades del Estado.