A finales de 2002, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) se alzó por vez primera con la victoria en las elecciones generales turcas, el entonces Presidente de Estados Unidos, George W. Bush, instó a sus aliados europeos a “acoger en su seno a los islamistas moderados de Ankara”. El inusual entusiasmo del inquilino de la Casa Blanca tropezó, sin embargo, con la reticencia de la clase política del Viejo Continente. Los Gobiernos de París y Berlín no parecían muy propensos a dar la bienvenida al “amigo otomano”.
Los argumentos esgrimidos por los alemanes y los franceses –diversos pero complementarios- reflejan el malestar de los países de Europa Central frente a la hasta ahora hipotética adhesión de Turquía a la Unión Europea. Para los alemanes, que cuentan con alrededor de dos millones de trabajadores inmigrados de origen turco, el problema es a la vez cultural y demográfico. Se trata de una población musulmana, que cuenta con una tasa de natalidad muy superior a la de los ciudadanos germanos. Los franceses recurren a las “diferencias culturales” para ocultar su verdadero temor: el importante perjuicio económico que podría causar el ingreso de Turquía en la Unión a la balanza comercial gala. Los estudios realizados por varias universidades francesas ponen de manifiesto los auténticos motivos de preocupación de los empresarios y políticos franceses. De todos modos, los europeos prefieren disimular sus sentimientos. “Turquía puede esperar…” Pero el interrogante es: “¿hasta cuándo?”
La verdad es que en los últimos dos lustros la situación del país otomano ha experimentado importantes cambios. Merced a una política exterior sumamente hábil y a una tasa de desarrollo económico espectacular, Turquía se ha convertido en una potencia regional, respetada y/o temida por sus vecinos. Las autoridades de Ankara lograron establecer el equilibrio entre las controvertidas relaciones con el régimen de los ayatolás de Irán y los no menos polémicos lazos con las autoridades de Tel Aviv. Obviamente, el idilio con los radicales islámicos de Teherán irritaba sobremanera a los Gobiernos occidentales, mientras que la normalidad de los contactos con el Estado judío molestaba a los países árabes de la zona, incapaces de concebir una relación fluida entre musulmanes y hebreos. Mas el Gobierno de Recep Tayyep Erdogan se enfrentó con Israel en mayo de 2010, al respaldar Ankara la iniciativa de mandar “flotillas de paz” a la Franja de Gaza. El incidente de Mavi Marmara, el barco asaltado por comandos israelíes, provocó una oleada de indignación en Turquía. El Gobierno se sumó a la protesta, calificando el incidente de “casus belli”. Un distanciamiento muy oportuno, teniendo en cuenta los espectaculares acontecimientos registrados en la región unos meses más tarde. La congelación de las relaciones entre Ankara y Tel Aviv coincidió con el inicio de la llamada “primavera árabe”.
Turquía optó por cambiar de rumbo. El papel de país musulmán modélico resultaba mucho más interesante para los políticos turcos. Pero, ¿es viable el modelo turco en otros estados árabes? Hoy por hoy, la respuesta es “no”. Los protagonistas de las “revoluciones” árabes – Túnez, Egipto, etc. – no comparten la herencia del kemalismo.
Por razones estratégicas, Ankara decidió enfrentarse a Bashar el Assad, el dictador sirio que se convirtió en el enemigo público de Occidente. Pero conviene recordar que Turquía y Siria siempre mantuvieron relaciones tensas.
El Gobierno Erdogan tiene pendientes una serie de reformas internas: la redacción de una Constitución democrática, que cuente con un amplio apoyo popular, la solución de la cuestión kurda, las trabas a la libertad de prensa, el diálogo político, etc.
En cuanto a las relaciones con la Unión Europea, la negativa de abrir los puertos y aeropuertos a las naves de bandera chipriota podría entorpecer las interminables consultas sobre la adhesión de Ankara a la Unión Europea, prevista hacia 2015.
Pero hay más: la reciente decisión de Ankara de querer controlar las exploraciones gasísticas frente a las costas chipriotas y los ditirámbicos ataques del Primer Ministro Erdogan contra la amenaza nuclear israelí convierten a los “islamistas moderados” de Ankara en los enemigos de quienes aconsejaron, en su momento, a los europeos el ingreso inmediato de Turquía en el seno de la Unión Europea.
No hay que ser… turco para no comprender la estructura mental de los occidentales. De algunos occidentales.