Cada día es más dramática e inadmisible la situación de quienes, directa o indirectamente, se hallan relacionados con el uso de estas sustancias neurotóxicas, naturales o de síntesis.
El problema de las drogas es la demanda, no la oferta. En Estados Unidos se pasan la vida rastreando, con grandes efectivos militares, en los países de origen para evitar, inútilmente, que se inicien las distintas “rutas de la droga”, pero no controlan en absoluto el consumo interno. Apresan a muchos “capos” en otros países pero muy pocos en su propio territorio.
Colombia, Bolivia, México y Guatemala, en América Latina; Afganistán en Asia, son ejemplos de un reiterado fracaso en todos los intentos de restringir o anular el comercio de estos productos. ¿Ha habido solución militar en Colombia? ¿Solución policial en México? ¿En Guatemala? ¿Y en Afganistán, de cuyos cultivos de adormidera procede el 92% de la heroína que se consume en el mundo ? Están todavía muy recientes las matanzas en Monterrey de 52 personas, y el ajuste de cuentas entre dos “cárteles” se saldaba con decenas de muertos el otro día. Son acciones criminales de quienes han sido declarados el “enemigo público número 1 de la democracia”.
Desde luego que las fuerzas de seguridad deben colaborar para que se cumpla la justicia propia de un Estado de derecho. Pero, ¿ha disminuido el consumo? ¿Se han realizado progresos con las actuales estrategias? Está claro que la oferta no decaerá. Está claro que quien busca droga la encuentra. Está claro que el precio no tiene el menor efecto disuasorio y que, urgidos por la extrema dependencia y apremio del consumo, los adictos son capaces de todas las extorsiones, chantajes, coacciones, afrentas familiares. Dejémonos impresionar por la desazón y tristeza de un drogadicto. Y tratémoslo como todo ser humano se merece. Advirtamos, alertemos, asistamos, pero sin consentir que el narcotráfico siga constituyendo hoy uno de los mayores y más graves problemas de delincuencia y terrorismo.
Está claro que la solución no es mirar hacia otro lado mientras en las discotecas y salas de fiesta se ofrece todo tipo de “drogas” y, lo que es peor, algunos barrios “malditos” se abandonan a su suerte como irremediables “efectos colaterales”. Está claro que no es un problema de seguridad y solución militar, sino un tema de sanidad pública. Hay que desmontar el terrible andamiaje capilarmente extendido en todo el mundo. Está claro que mientras produzca pingües beneficios habrá narcotraficantes desde los pequeños “camellos”, hasta los grandes “capos” que blanquean los cuantiosos fondos en los paraísos fiscales.
Está claro que, en contra de lo prometido en el “rescate” de las instituciones financieras en 2008, la regulación de las actividades bancarias ilícitas y delictivas no tendrá lugar y que los paraísos fiscales seguirán estando colmados por las mafias y los ciudadanos insolidarios que evaden capitales.
Está claro, en consecuencia, que, como acaeció en el caso de la “Ley seca”, los Al-Capone desaparecerán cuando deje de ser un negocio lucrativo.
Está claro que, como en el caso del abuso de alcohol y consumo de tabaco, corresponde exclusivamente a los ciudadanos -con todas las previsiones educativas y de publicidad bien hecha y a gran escala, advirtiendo de los riesgos- la responsabilidad de decidir. La solución está en que dejen de ser mercancías ilegales y se tenga acceso a ellas, como en el caso del tabaco, en cuyas cajetillas se dice que puede matar, sin cauces sinuosos y siniestros.
Está claro que, si a pesar de los avisos de los gravísimos efectos neuronales, se consume, los usuarios deberán ser cuidados como pacientes y atendidos en el marco del sistema de salud.
Está claro que la adopción de estas medidas, ampliamente preconizada hoy por personalidades médicas, políticas y representantes de la ciudadanía, tendrán inmediatamente la oposición de quienes, en mayor o menor medida, se benefician de la actual situación y de quienes, con buena voluntad, siguen creyendo que la adicción puede corregirse por la fuerza, ignorando la inmensa maquinaria terrorista que subyace. Es urgente un cambio radical de rumbo.