El autoproclamado defensor de los hispanos, Jorge Ramos, dirigió hace varios días una carta abierta a los miembros del Partido Republicano. Con el sarcasmo característico de su estilo panfletario los llamó: "Queridos republicanos". Al mismo tiempo, llevado por su visceral antipatía hacia quienes considera sus antípodas ideológicos cayó en el ridículo de amenazas vacías y de vaticinios que son hechos ampliamente conocidos desde hace mucho tiempo.
Cuando vaticinó: "Van a perder el voto hispano en las próximas elecciones presidenciales", dijo lo que ya todos sabemos y han mostrado las estadísticas sobre el apoyo mayoritario de los hispanos a los candidatos del Partido Demócrata. Ni siquiera John McCain, un hombre que se enfrentó a la derecha de su partido para apoyar a los inmigrantes ilegales, logró impedir que Barack Obama recibiera el 70 por ciento de los votos hispanos (mayoritariamente mexicoamericanos). Acto seguido, elevó la diatriba y los amenazó: "A menos que cambien varias de sus posiciones antiinmigrantes podrían estar condenados a perder la Casa Blanca por muchas décadas". Soberana tontería producida por la mente afiebrada de un fanático ideológico.
Pero, antes de continuar adelante, es importante definir los términos utilizados por Ramos y precisar las metas de su retórica tremendista. Cuando Ramos habla de los hispanos se está refiriendo en realidad a los mexicanos. Cuando dice hablar en su defensa no está defendiendo ni a los hispanos ni a todos los mexicanos. Sin dudas no está defendiendo al aproximadamente 30 por ciento de los hispanos que han votado por el candidato del Partido Republicano en las últimas cuatro elecciones presidenciales.
Tampoco está defendiendo a los millones de mexicanos que, aunque siguen amando sus tradiciones y cultura, respetan las leyes de este país, se integran a la sociedad norteamericana y han hecho realidad su sueño americano a base de sudor y trabajo. Ramos no está defendiendo a esa gente ni ellos necesitan de su defensa. Está defendiendo la legalización indiscriminada de quienes han violado la ley para entrar, reclaman privilegios a los que no tienen derecho y quieren que el gobierno los premie con prebendas que ni siquiera tienen los nativos de este país. Está tomando una página de las tácticas divisionistas e intimidatorias de agitadores de las minorías negras como Jesse Jackson y Al Sharpton, quienes utilizan el chantaje electoral como arma para obtener concesiones de políticos oportunistas y mendaces.
Barack Obama es precisamente la personificación de ese tipo de político. Promete lo que sabe que no va a cumplir y toma decisiones basadas únicamente en sus intereses electorales. Fue así como en su campaña electoral del 2008, Obama les prometió que pondría en vigor una reforma inmigratoria integral en el primer año de su período de gobierno. Todos sabemos en qué se convirtió esa promesa cuando tuvo que competir con las verdaderas prioridades socializantes del simulador del cambio en los campos de salud y de la economía.
En este sentido, Ramos apunta en su artículo que los republicanos: "Pudieron haber capitalizado el error de Obama al no cumplir su promesa electoral". Hasta para criticar a su gemelo ideológico Ramos utiliza términos verdaderamente moderados. Califica de error lo que fue una burla y una traición a la comunidad mexicoamericana que lo apoyó en forma abrumadora en el 2008. Pero en este 2012 las probabilidades de reelección de Obama han caído a niveles inesperadamente bajos para el Mesías que se considera una leyenda en su propia mente. Por eso se viste de charro y, a la manera de una proporción considerable de políticos mexicanos, les miente de nuevo con la esperanza de que tengan mala memoria y lo salven de un inminente naufragio electoral.
Pero lo más despreciable por parte de Obama e inaudito de ser creído y aceptado sin un atisbo de crítica por gente experimentada en política como Ramos es la artimaña del presidente de utilizar el instrumento del decreto presidencial para promover el llamado Dream Act. Ha jugado con los sueños de una juventud que es la esperanza de la nación norteamericana con el objeto de aumentar las probabilidades de sus aspiraciones reeleccionistas.
Sobre todo, cuando habría sido más fácil y más acertado, desde el punto de vista constitucional, un Dream Act aprobado por el Congreso en forma bipartidista y sancionado por el presidente. Ese fue precisamente el objetivo del proyecto de ley que trató de presentar el Senador Marco Rubio. Pero Obama se apresuró a obstaculizarlo con su decreto porque, como lo ha demostrado a lo largo de su carrera política, este hombre no está interesado en servir a su pueblo sino en servirse a sí mismo.
Regresando al artículo de marras, Ramos se sumerge en una ciénaga de la injuria cuando les dice a los republicanos que su conducta "los hace ver como enemigos de los hispanos" y les advierte que: "Parecerse al sheriff Joe Arpaio, acusado de racismo y discriminación por el gobierno federal, no les hace mucho bien". No soy yo quien va a defender al fanático intolerante de Joe Arpaio pero si quien está listo para dejar bien claro que más discriminatoria y racista es la administración presidida por Barack Obama cuando aplica la ley de acuerdo con el color de la piel de los ciudadanos y con sus intereses políticos.
Por otra parte, en su guerra vitriólica contra los republicanos, Ramos le echa manos a cualquier tipo de argumento independientemente de lo frágil que resulte en el contexto de la realidad política. En este sentido, se refiere a que los votos emitidos hace ya largo tiempo por Paul Ryan a favor del levantamiento del embargo contra la tiranía de Cuba podría costarle muchos votos en el sur de la Florida. Se equivoca por completo cuando especula que, por ese motivo, los cubanoamericanos podríamos retirar nuestro apoyo a la candidatura Romney-Ryan.
Su enfoque simplista pasa por alto el hecho de que nuestra comunidad, aunque opuesta en su inmensa mayoría a cualquier entendimiento con la tiranía, vota por motivos variados. Los cubanoamericanos estamos igualmente interesados en la prosperidad económica, la libertad individual y las estructuras morales de esta nación que es la patria de nuestros hijos y nietos. Esos son los valores que representa la candidatura de Romney-Ryan y los temas en que el candidato de Ramos ha sido un rotundo fracaso. Y aquí me lanzo yo con mi vaticinio sin temor alguno a equivocarme: La candidatura Romney-Ryan recibirá el 75 por ciento de los votos de los cubanoamericanos. El seis noviembre sabremos si, con este vaticinio, yo he caído víctima de mi militancia partidista.
Pero como con frecuencia, aún dentro de las mayores discrepancias, existe algún punto de acuerdo, coincido con Ramos cuando dice: "En Estados Unidos necesitamos un fuerte debate para resolver el problema de 11 millones de indocumentados, el alto desempleo entre los hispanos(11%) y los gravísimos casos de deserción escolar entre nuestros estudiantes". Ahora bien, la retórica de su artículo inflama las pasiones, envenena el intercambio y obstaculiza el diálogo entre los segmentos con el poder político para hacer realidad una solución perdurable. Una solución que incluya respeto a las leyes, seguridad en las fronteras y legalización para los inmigrantes.
El primer paso es elegir gobernantes que tengan la honestidad de decir la verdad, la integridad de cumplir lo que prometen y el coraje de afrontar las consecuencias de sus acciones. Barack Obama ha demostrado que él no es un hombre con esos atributos. Por lo tanto, el seis de noviembre tendremos la oportunidad de hacer un cambio para cambiar a Obama y que sea para beneficio del pueblo norteamericano, incluyendo desde luego a la comunidad inmigrante.
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