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actualizado 12 de diciembre 2012
Sentirse necesario
Es necesario recuperar el valor de la vejez
Por Fran Araújo
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En la actualidad se está librando una guerra sutil, psicológica, una guerra de palabras y silencios contra la autoestima de los ancianos que, de no dar un giro en su planteamiento, generará una sociedad gris y entristecida. La marginación creciente que sufren los ancianos acabará creando una confrontación generacional de cuyas consecuencias aún no somos conscientes.

Asistimos a la dictadura de la juventud, de la belleza y de la sexualidad. Un marco en el que la vejez queda relegada a un plano pasivo, marginado de la vida social. Los ancianos han desaparecido de los medios de comunicación y, cuando aparecen, son presentados la mayor parte de las veces como un estorbo, como enfermos, seniles o pervertidos.

La primacía de la apariencia, que tantos traumas y depresiones provoca en la persona que no se adecua a los cánones, es aún más cruenta con los ancianos, que no encuentran un referente dentro de los estereotipos y los roles sociales que reproducen los medios.

El envejecimiento no se puede ocultar. El acento puesto en lo exterior, en el envejecimiento estético, empaña el verdadero cambio interior. Muchas veces se pretende alejar los cambios psicológicos con operaciones de estética y cosméticos camuflantes, como si en esa guerra por no envejecer, pasar desapercibido fuese una máxima. Una Alicia que vuelve del país de las maravillas y al mirarse de nuevo en el espejo no es capaz de reconocerse en esa mujer que ha perdido el color rubio de sus cabellos. La frustración es tal que no puede más que hacer añicos el cristal que durante tanto tiempo le ha ocultado la realidad del paso del tiempo.

Esta exaltación de lo joven no sólo es perniciosa para el anciano. Representa un claro ejemplo de lo que vulgarmente se llama escupir hacia arriba, en algún momento el escupitajo descenderá y nos dará en la cara.

Es necesario recuperar el valor de la vejez. Las personas mayores juegan un papel muy importante dentro de las familias. Son los grandes estabilizadores. Sirven de puentes entre padres e hijos y alivian las tensiones. El afecto de un abuelo por su nieto nada tiene que ver con la posición de poder del padre, sino que proviene del reconocimiento y la reflexión. Si no reconocemos la figura del abuelo, se desestabiliza el entramado familiar en favor de la crispación.

Los ancianos no sólo son necesarios, tienen que sentirse necesarios. Lo que mata la vida es no tener una utilidad. Los ancianos no son inservibles, hay que recuperar el sentido real de utilidad, desvincularlo de sus connotaciones económicas. En el instante en el que una persona se siente al margen de lo que le rodea comienza a abandonarse también a sí mismo. No podemos desaprovechar el enorme potencial de los mayores.

Revalorizar la figura del mayor pasa por tener en cuenta la importancia de su papel en la sociedad. Al margen del valor económico de todas las actividades no remuneradas que desempeñan como cuidar a los hijos, ayudar en el hogar... los ancianos poseen un valor añadido mucho mayor, el de la experiencia.

Ser viejo no debe equipararse a ser débil o estar cansado. Al igual que una madre no siente a su hijo como una carga, a pesar de tener que limpiarlo, darle de comer y pasarse noches en vela; los cambios propios de la edad no pueden teñir los años de un halo de inutilidad.

La lucha generacional tiene que dar paso a la unión. No hay mezcla más eficaz que el arrojo de la juventud, las ganas de comerse el mundo, unidas en sana comunión con la paciencia y experiencia que sólo proporciona la edad.

Cuanto más se siga primando la juventud sobre la vejez mayor será la agonía de perderla. Esta es sólo una manera de rechazar a nuestro futuro yo, de denigrar lo que seremos, en lugar de ensalzar las virtudes que en él existen. Sólo si nos aliamos con la vejez y luchamos contra esa ridícula autodifamación, podremos mantener una fuerte e inquebrantable seguridad en nosotros mismos cuando sintamos llegar el natural envejecimiento.

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