El racismo crece en Europa. Italia y Hungría son dos ejemplos de cómo una ola de odio y xenofobia se ha instalado en el viejo continente. La crisis exacerba el recelo contra quienes vienen a “quitarles los suyo.” En Italia, hace unas semanas, un florentino de la extrema derecha mató a dos vendedores ambulantes de origen senegalés e hirió a otros tres. Después se quitó la vida. Dos días antes, en Turín, medio centenar de personas arrasaron un campamento de gitanos. Los recortes, el futuro incierto, el miedo, el odio y una crueldad inhumana se mezclan en una coctelera de consecuencias trágicas.
“Se difunde la idea según la cual la inmigración no es sostenible, que un extranjero nos quita el trabajo, la cita en el médico o la plaza en la guardería”, explica Grazia Naletto, autora de Crónicas del racismo cotidiano, una investigación sobre el racismo en Italia entre los años 2009 y 2011.
“Sólo el 2 ,3% de los extranjeros que residen en Italia han alcanzado la edad de jubilación. Esto significa que pagan impuestos y cotizan. Dan más de lo que reciben”, concluye Grazia. En Francia, Sarkozy seduce al electorado de extrema derecha con medidas que dificultan a los inmigrantes extracomunitarios acceder a la educación. La intención es arrancar votos al partido xenófobo de ultraderecha, Frente Nacional, al que Jean-Marie Le Pen ha puesto de nuevo en la parrilla electoral, con un lavado de cara aunque no de fondo ni de conciencia.
Pero no hay que irse al país de “la libertad, la igualdad y la fraternidad” para ver cómo se mira al inmigrante por encima del hombro. En España hay quienes se niegan a llevar a su hijo al colegio público porque “está lleno de inmigrantes”, o que con los inmigrantes en las aulas “el nivel de la educación es muy bajo.” Con estos argumentos, la sociedad española excluye a un sector social que ha contribuido al crecimiento del país, además de marginar y demonizar a la educación pública, uno de los pilares del estado social de estos últimos 30 años. Otra de las formas de más de fomentar la educación privada y concertada.
Pero el racismo es una vulneración de los derechos humanos que no sólo se da en países donde el color de la piel predominante sea el blanco. En una campaña contra el racismo que se ha difundido en la televisión mexicana, y que se puede ver a través de internet, unos niños, a los que se les pone frente a dos muñecos, uno de ellos es de color blanco y otro de color negro, asocian al blanco con lo guapo y lo bueno, mientras que el muñeco de color negro es señalado como el feo, el peligroso y el que menos gusta a los niños, a pesar de que muchos de ellos tienen un color de piel oscura. Cometarios como: “no me da confianza”, “ese muñeco es malo porque está café” o “me gusta el blanco porque sus ojos están bonitos y su raza también”, son algunos de los razonamientos a los que llegan estos niños que apenas superan los 6 o 7 años.
Esto da una idea de cómo los estereotipos culturales creados a partir del color de la piel son determinantes en la percepción que los niños tienen de los muñecos y por extensión de las personas. No cabe duda que estos patrones de pensamiento se extienden al resto de la sociedad. Esta campaña no es más que un claro ejemplo de cuánto trabajo queda por hacer con respecto al racismo y a la xenofobia.
Aunque la coyuntura ha intensificado el racismo en algunos lugares, la cultura y la educación influyen aún más en el rechazo a personas de otros orígenes o etnias, lo que perpetúa estereotipos y desigualdades sociales que algunos justifican con una supuesta superioridad “racial”, aunque la única raza es la humana.