Durante siglos, mucha gente sencilla ejercía el altruismo y la solidaridad por medio de obras de misericordia: visitar a los enfermos, dar de comer al hambriento y de beber al sediento. Pero la historia de la ayuda humanitaria tal como la conocemos surge en la segunda mitad el siglo XIX con la creación de la Cruz Roja.
Poco a poco fueron surgiendo otras organizaciones: Save the Children en 1919, centrada en los niños huérfanos; OXFAM en 1942, para socorrer a las víctimas de la hambruna griega; Amnistía Internacional en 1961, para denunciar a los gobiernos que encarcelaran a alguien solo por sus opiniones o creencias (desde entonces, más de 30.000 personas han salido de la cárcel gracias a la presión de Amnistía Internacional).
En 1971, un pequeño grupo de médicos y periodistas fundó Médicos sin fronteras para dar asistencia a poblaciones en situaciones de crisis, sin discriminación por raza, religión o ideología política.
En 1992 surgió en España Arquitectos sin fronteras, una organización que trabaja en América Latina y África, con proyectos de viviendas, escuelas, centros de salud y redes de saneamiento. Otras muchas organizaciones de ayuda humanitaria trabajan de hecho sin fronteras: Cáritas, Ayuda en Acción, Manos Unidas, Unicef, Acción contra el Hambre, SOS Racismo... Todas ellas están formadas por colaboradores anónimos que experimentan cada día el placer de ayudar.
Además, millones de personas anónimas ejercen la solidaridad callada en la sociedad actual: cuidadores de personas dependientes, de enfermos, inmigrantes que atienden los servicios que otros no quieren, personas y organizaciones que acogen a los que llegan en patera o a los que sufren de sida… Ellos son los samaritanos de hoy en las encrucijadas del dolor. ¿Qué los mueve? En 2002 se estudió, en la Universidad Emory de Atlanta, la actividad cerebral de mujeres que tenían que elegir entre estrategias codiciosas o generosas. Las alianzas para ayudar causaban el mismo efecto que postres apetitosos, rostros hermosos, dinero, cocaína y otros placeres adictivos. Y las participantes admitieron que se habían sentido bien cuando ayudaban. El director del estudio resumió: "En realidad, este hallazgo significa que estamos configurados para ayudarnos los unos a los otros".
Ayudar a los demás estimula zonas de nuestro cerebro asociadas al placer, las mismas que reaccionan ante estímulos gratificantes. Además, según investigaciones de la Universidad de Yale, la vida se prolonga entre cinco y ocho años si nos mantenemos activos física y mentalmente y si tenemos una actitud positiva, aspectos que están en la base de la cooperación y ayuda a los demás. Sentirse útil a cualquier edad y hacer algo por los demás es básico para la salud física y mental y para ser feliz.
Pedir ayuda a los demás puede resultar embarazoso para muchos; para algunos les resultará incluso una experiencia muy dolorosa pues, al hacerlo, manifestamos nuestra propia debilidad ante los demás y nos exponemos también a un eventual rechazo. Y sin embargo, a pesar de todos los miedos, prevenciones y recelos que podamos sentir, “deberíamos interiorizar que para la mayoría de los seres humanos es un alivio decir sí,” en palabras de Paulo Coelho.
Lo ha demostrado una investigación de la Universidad de Columbia: la mayoría de nosotros subestimamos cuán dispuestos están los demás a ayudarnos. Si pedimos a alguien que nos ayude, es mucho más incómodo y vergonzoso para él decir 'no' que lo que pensamos habitualmente. A veces llegamos incluso a poner el bienestar de los demás por encima de nuestro interés personal: somos capaces de beneficiar a otro, aunque ello nos cause una pérdida o un perjuicio, y ayudamos sin recibir ni esperar una recompensa.
Somos altruistas porque atisbamos una mejora desde el individuo hacia el grupo, la familia, la tribu, o sea, hacia quienes comparten nuestros mismos genes. Es la llamada selección por parentesco. Richard Dawkins lo resume: “Los individuos son altruistas y los genes egoístas. Por eso, intenta enseñar compasión y altruismo, porque nacemos egoístas”. O somos altruistas por el altruismo recíproco: ayudamos a otros con la esperanza de ser ayudados en algún momento. El altruismo es algo básico en nuestro funcionamiento cerebral, codificado en nuestras neuronas, más que una cualidad moral que suprime los instintos egoístas.
Una investigación más, publicada en Nature Neuroscience, demuestra que la gente no es altruista por el refuerzo que significa sentirse bien ayudando a alguien sino porque percibimos a los otros como parecidos a nosotros mismos. A diferencia de los recursos materiales, que son finitos, el placer de ayudar a los demás es inagotable. Por eso hay tanta gente que se inicia, le gusta… y repite.