Hoy en día, en un momento en el que existen redes de comunicación para conocer los diversos rincones del planeta y donde el fenómeno de la globalización es inevitable, podemos constatar el dominio del pensamiento Occidental en todas sus vertientes, sobre todo en el ámbito económico. Esta “idea de vida”, que se ha nutrido del neoliberalismo económico, busca constantemente ampliar sus márgenes de dominio, lo cual no sólo le genera importantes dividendos a sus principales promotores (EE.UU. y la UE), sino que le brinda una condición atemporal, una vigencia que se vale de estrategias novedosas y conocidas para alcanzar sus intereses. Lo que no se ha entendido en Occidente, es que la imposición siempre genera conflictos. Pese a que los choques entre las culturas son cada vez menos frecuentes, guardan en la memoria de los pueblos una cualidad de rechazo que se transmite generacionalmente y que ha impedido que las naciones vivan de una vez por todas en paz.
Para ejemplificar lo anterior, en este Reflector Mundial hemos decidido exponer dos imposiciones que guardan una cualidad similar de dominio, pues ambas tratan de una visión desde Occidente, pero cuyos medios son distintos, pues en el primero se contrasta la pasividad con la que se toca el tema, mientras que el segundo tiene una enorme carga negativa, llena de malas intensiones, algunas incluso de orden bélico o de desorden a nivel de masas. En el primer ejemplo tenemos lo ocurrido en Australia, donde la semana pasada la Primera Ministra, Julia Gillard, fue atacada por un grupo de manifestantes, justamente en plena celebración nacional: el “Australia Day”, la fecha en la que el pueblo australiano festeja el desembarco de las primeras misiones británicas en Sídney.
El reclamo se sustenta por los siglos de dominio y racismo de los colonos europeos hacia los aborígenes, quienes han habitado la gran isla de Oceanía desde hace más de 40,000 años, teniendo en su historia alrededor de 1,600 generaciones. Una demanda bastante sensata ante una imposición que ha modificado completamente la forma de vivir de un pueblo autóctono tan longevo.
Nuestro segundo ejemplo es indudablemente Irán, aquella nación heredera de la Babilonia que inspiró a Voltaire para escribir sus mejores cuentos, apoyando con ello el renacimiento de las ciencias de Occidente, pero que hoy en día es poco comprendida por los norteamericanos y los europeos.
En este caso se puede observar una confrontación encubierta; una especie de guerra silenciosa, pero escandalosa para quienes conocen las verdaderas intensiones de los magnates del poder, quienes argumentan sobre la base de la sospecha, pero que son contundentes para adelantar los juicios y comenzar a ejecutar la sentencia, la cual niega toda legitimidad desde el momento en el que se hace, como se dice coloquialmente, -por debajo del agua-. Porque no es una casualidad la ola de ataques que ha recibido el pueblo y el gobierno iraní producto de las sanciones económicas, el aislamiento financiero, el acoso cibernético, los atentados en contra de científicos, etc.
Para librar tal intensión de dominio, el gobierno de iraní debe aprender a sobrellevar sus relaciones internacionales con su política interior, quizás absteniéndose de hacer declaraciones sobre Israel, mientras que los occidentales deben aprender a no legitimar actos basados en la sospecha. Si Irán coopera con el Organismo Internacional de Energía Atómica es porque no tiene nada que esconder por el momento, o ¿A poco es creíble que el equilibrio de poder en Medio Oriente sea más importante que la estabilidad del Estado iraní? el discurso anti israelita de Ahmadinejad no es otra cosa que retorica populista que da legitimidad al gobierno y enfría las tenciones de la población persa.
Ya sea por tratar de llevar a un grupo de distinta cosmovisión a la moderna realidad, o por buscar que un país alié sus objetivos a los deseos del más fuerte, cediendo como ya lo hacen muchos en el mundo a los intereses de las potencias, el dominio de un pensamiento sobre otro obstruye el progreso humano, disminuye la diversidad, descompone siglos de transformaciones, supeditándolo ante un elemento que en otros tiempos y para otras culturas no es más que un bien con valor temporal o sin valor. Porque los intereses son temporales, pero la sensación de dominio es parte de la naturaleza humana, el poder es una cualidad que sólo ha cambiado en sus manifestaciones, pero que siempre se ha mantenido presente en el actuar del ser humano.