Es evidente que la verdad existe. El mismo verso, cuando sale del corazón, es un camino que nos acerca a la verdad. Lo que sucede, en parte debido al supermercado mediático verdaderamente descompuesto, que la mentira ha tomado la categoría de producto de primerísima necesidad. La técnica del engaño funciona a pleno rendimiento, lo que nos impide ver y oír el ritmo de las cosas humildes, aquellas que sirven para iluminarnos y darnos vida. Hay que volver a la efectiva palabra, a dejarse llevar por la melodía del universo y a dejarse sorprender por la metáfora de la existencia. Cada vida es única y como tal merece ser vivida. Está visto que la paz no se construye con falsedades.
Al fin y al cabo, somos buscadores de versos, los llevamos dentro, muy adentro. Cada año, el 21 de marzo, la UNESCO celebra el día mundial de la poesía. O sea, el día de nosotros mismos. Con razón florecemos como un verso interminable, imperecedero, inquiriendo la poesía aún en las cosas más habituales. La magia de las palabras, por su invitación al recogimiento, es la llave que nos conduce a la reflexión y al diálogo, ante la pluralidad de un mundo necesitado de lenguajes auténticos. Ciertamente, requerimos la luz del verso para poder superar las pruebas que se nos presentan en el camino. En el fondo, como dijo el novelista y poeta Robert Penn Warren, “un poema no es algo que se ve, sino la luz que nos permite ver, y lo que vemos es la vida”. Vale la pena, pues, luchar a corazón abierto por la pureza de la expresión más humana.
Una existencia, por cierto, llena de posibilidades cuando se toman los caminos de la belleza y se rechazan otros caminos que nos desunen. Desde luego, en un mundo globalizado como el actual, la unidad es un deber y una responsabilidad. No hay poemas sin versos como tampoco hay vida sin vidas que vivan. La meta de la plena unidad, que esperamos con activa esperanza y por la cual nos injertamos unos en otros, es una victoria no secundaria, sino importante para el poema del bien de la familia humana. No en vano, es en el contacto con la existencia, cuando todo el mundo se vuelve poeta. Sin duda, en consecuencia, precisamos más que nunca la clarividencia de los constructores de versos, aunque sólo sea para soñar. No olvidemos que, por el sueño del hombre despierto, se conquista la confianza y se reconquista la ilusión por hacer mundo.
El mundo de la poesia es un mundo de humanidad imprescindible. Pone voz a los que no tienen voz y abre cadenas a los encadenados a la miseria, porque es un instrumento de interioridad que hace tomar conciencia y despertar. Por consiguiente, el papel del poeta en esta sociedad, capaz de reclutar menores como soldados y mujeres como divertimento de animales vestidos de hombres, es tan justo como preciso. La voz de la ciudadanía es lo que hace a la poesía necesaria en la calle, en el silencio, en las soledades, la hace presente y, sobre todo, la activa como apuesta de futuro. No olvidemos que el porvenir es de los que creen que los sueños son posibles y de los que se recrean en el abecedario de un poema. Sepan, por siempre, que una poesía es un desahogo que tiene su comienzo en la inspiración del gozo y su fin en la sabiduría.
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