En nombre del “progreso”, más de dos billones de dólares se mueven cada día en busca de una ganancia rápida, al margen de la economía que produce bienes y servicios y crean puestos de trabajo.
Banqueros, ejecutivos, empresarios, políticos, periodistas y hasta organizaciones religiosas con inversiones especulativas y en cuentas opacas han mostrado su faz más turbia y enlodada.
Las consecuencias de esta especulación y la corrupción se traducen en un constante riesgo para las condiciones sociales de toda la humanidad: mientras crece la miseria en los pueblos del Sur, en una veintena de países ricos del Norte se desmantelan los poderes de los Estados con recortes en sanidad, educación, pensiones y otros servicios de bienestar social; aumentan el desempleo y la precariedad en el trabajo.
Pero contra el fatalismo instaurado por los dirigentes de ese “gobierno del dinero supranacional”, surgen alternativas imaginativas y creadoras que nos impulsan a apostar activamente por la esperanza.
En la sociedad civil emergen movimientos de resistencia global para despertar la conciencia ciudadana y denunciar a los gobernantes para exigirles que actúen regidos por la ética, la libertad y la justicia social.
Estos movimientos sociales promueven la transparencia de la inversión exterior en los países emergentes, la abolición de la deuda externa acumulada por los países más empobrecidos y utilizar los recursos que se liberen en un auténtico desarrollo. La movilización se plantea como denuncia social dentro del espíritu de la Declaración de los Derechos Humanos que reafirma la legitimidad del “supremo recurso a rebelarse contra la opresión”, ya que los ciudadanos tienen un deber ético de resistencia contra la dictadura de los mercados.
El nuevo milenio ha comenzado con dos crímenes monstruosos: los atentados terroristas del 11 de septiembre y la respuesta a ellos, que se ha cobrado un número mucho mayor de víctimas. Cada día son más numerosos los pensadores que denuncian el nuevo desorden mundial que enmascara una hegemonía producto del miedo ante lo desconocido, satanizado en la abstracción del terrorismo, sin preocuparse por analizar sus causas.
El fatalismo de las leyes económicas enmascara una política de mundialización que pretende despolitizar a los representantes de la ciudadanía. Contra esta política de desmovilización, urge encontrar un modo justo de aplicación que se sitúe más allá de las fronteras de los Estados nacionales. Es necesario construir un movimiento social a escala mundial y coordinar las acciones como una red capaz de implicar a individuos y grupos de forma que conserven todos los recursos ligados a la diversidad de las experiencias, de los puntos de vista y de los programas.
De ahí la atención que han manifestado los políticos y los grupos de poder ante la movilización del tejido social animado por los más diversos grupos sociales, entre ellos la eficaz actuación, denuncia y propuestas alternativas del voluntariado en los más diversos lugares del mundo. Al principio, los gobernantes pretendieron apropiarse del esfuerzo y del prestigio de las denominadas ONG para usarlas como cómplices de sus políticas expansionistas. Ante la repulsa de las organizaciones de la sociedad civil a ser utilizadas, intentaron desprestigiarlas elevando a categoría lo que no eran sino anécdotas equivocadas de personas determinadas. Pero el clamor popular y el apoyo de importantes académicos, intelectuales y profesionales denunciaron las insidias del poder político ante las legítimas manifestaciones de la sociedad civil frente a los oligopolios que pretenden dictar las normas de convivencia en favor de sus intereses y al margen del bien común propio de una democracia.
Desde hace unos años han cambiado su estrategia: entidades financieras, políticos de dudosa ejecutoria democrática se han introducido en esa sociedad civil emergente en forma de fundaciones y mecenazgos para el desarrollo mientras producían medios de evasión fiscal. En lugar de trabajar por la erradicación de la pobreza, de la enfermedad y del hambre, por la extensión de la educación a todos los seres humanos, por el acceso de las mujeres a los puestos de responsabilidad que les corresponden, están dando la máxima prioridad a la “seguridad” a cualquier precio.
Así se desvían hacia la lucha contra un terrorismo retro ingentes cantidades de recursos imprescindibles para la resolución de los problemas de la humanidad. Otro mundo es posible, más justo y solidario, y a su construcción nos aplicamos en cada poro de una humanidad empobrecida en su inmensa mayoría, sin esperar a un mañana paradisíaco que sólo existe como señuelo de etnocentrismos decadentes aterrados ante la llegada de los nuevos bárbaros.
Ahora critican a los inmigrantes olvidando que quienes llegan no hacen más que devolvernos las visitas que les hemos estado haciendo durante siglos en sus tierras. Muchas veces como depredadores y otras muchas en busca de un puesto de trabajo como al que los actuales inmigrantes tienen derecho, pues los bienes de la tierra pertenecen a todos los hombres en una sociedad justamente organizada.