El sionismo religioso fue profesado por místicos israelitas a partir de la esperanza mesiánica del judaísmo según la cual, con la llegada del mesías, el reino de dios sería realidad para toda la humanidad. Este sionismo religioso estimuló la creación de comunidades espirituales sobre todo en Safed, (España), cuando los muy antisemitas reyes católicos decidieron perseguirlas, lo que obligó a muchos judíos a vivir su fe en Palestina. El sionismo político, surgió con Theodore Herzl en 1884, quien lo sistematizó en su libro “El estado judío”, teniendo como telón de fondo el nacionalismo europeo-occidental de fines del siglo XIX. A partir de entonces se abandonó la idea de un “hogar espiritual” y en su lugar se agitó la bandera de un estado que reuniría a todos los judíos del mundo. Comenzó así la burda manipulación de los textos bíblicos para justificar el expansionismo territorial. En 1937, Ben Gurion establecía los límites de lo que sería más tarde Israel a partir de referencias bíblicas. Martin Buber, ardiente militante sionista, rechazó las tesis de Gurion y en vida nunca dejó de denunciar la perversión política y nacionalista del sionismo religioso.
Los Mitos
El primer mito esgrimido ha sido el de los `derechos históricos´. La tesis excepcionalista del sionismo político pretende situar a los hebreos en el centro de la historia, lo cual es absurdo porque esta no podría disociarse de la historia de los grandes imperios de Mesopotamia, los hititas o los egipcios. Según los textos históricos más sólidos, desde la edad de bronce se registra la existencia de pueblos de habla semítica como los arameos y la `lengua de Canaán, la hebrea. Posteriormente se da cuenta del ingreso de pueblos nómadas hasta que los faraones de la XVIII dinastía ocupan Palestina. En estos vaivenes, los hebreos no constituyeron una etnia aparte, se asociaron, por así decirlo, a otros pueblos como los Amoritas y los Arameos. Algunos nómadas se radicaron en Canaán y otros lo hicieron en Egipto. Estos nómadas, entre ellos, los hebreos, hicieron suya la lengua, la escritura y la cultura de los cananeos hasta que con la llegada de los Hicsos emigraron a Egipto. No es, entonces, posible atribuir a los hebreos ningún derecho histórico en tanto primer ocupante, pues cuando las tribus llegaron a Palestina, encontraron población “autóctona”: Cananeos, Hititas (que fundaron Hebrón), Amonitas (que se ubicaron alrededor de Ammán), Moabitas y Edomitas. Los palestinos descienden de los autóctonos cananeos desde el comienzo de la época histórica (cinco mil años al menos). Si se extraen algunas pistas de los textos bíblicos, la conclusión anterior queda apuntalada. Alrededor del año un mil, un jefe de banda proveniente de la tribu de Judá, a la cabeza de mercenarios palestinos y cretenses, aprovechándose hábilmente de un frágil equilibrio de fuerza entre babilonios y egipcios, construye un reino y se instala en Jerusalén, habitado por los Jebuseos. El jefe de banda, que no era otro que David, no pretendió `judaizar´ Canaán, al contrario, creó un estado multinacional que comprendía pueblos de religiones y orígenes diferentes. Su hijo Salomón, nacido del vientre de una mujer hitita, mantuvo el carácter multinacional del estado. Es a partir del surgimiento del sionismo político con Herzl, cuando comienza la grosera manipulación sistemática de hechos históricos. Así, en la historia de Palestina solo se destacan los escasos momentos donde los hebreos jugaron algún papel: los años de los reinados de David y Salomón, el exilio a babilonia y el regreso, y las revueltas contra los romanos. Todo el resto de la historia fue borrado como si nada hubiese sucedido durante dos milenios (desde el III milenio hasta la llegada de los hebreos…). El primer mito, el histórico, es creado destacando algunos episodios a lo largo de un periodo de cinco mil años. Lo que podría figurar como un travestismo de los hechos para fines académicos, no lo es, ni mucho menos. Para el sionismo político, esto ha constituido una plataforma para sus reivindicaciones territoriales, sus anexiones y agresiones. Su intención confesa fue, y sigue siendo, eliminar la continuidad histórica de la tierra palestina y construir una continuidad racial y racista del `pueblo judío´. Ilustremos lo anterior. Según el censo inglés, al 31 de diciembre de 1922, Palestina estaba habitada por 757 mil personas. Del total, 663 mil eran árabes (590mil árabes musulmanes y 73 mil árabes cristianos), y 83 mil judíos, o sea, 88% árabes y 11% judíos. Con ayuda de la ficción genealógica, se ha querido hacer creer que todos los judíos del mundo son descendientes de una sola raza llegados a Canaán por orden divina. De aquí se deriva otro mito, el racial, invento europeo del siglo XIX que servía para justificar la hegemonía colonial de Occidente, la que, a partir de las diferencias lingüísticas, estableció la diferencia biológica y las jerarquías entre las grandes etnias humanas. Hoy es ampliamente sabido que el racismo carece de base científica. Thomas Kiernan, en su libro `Los árabes´, coloca un ladrillo en el edifico de la desmitificación histórica, elaborada por los sionistas, al subrayar que “Los sionistas eran europeos. No hay ningún lazo biológico o antropológico entre los ancestros de los judíos de Europa y las antiguas tribus hebreas”. Golda Meir decía, “Este país existe como cumplimiento de una promesa hecha por el mismo dios…”; “esta tierra nos fue prometida y nosotros tenemos un derecho sobre ella”, agregaba Begin. Siguiendo la lógica de este `derecho divino´ esgrimido por los dirigentes sionistas, se podría entender que tal derecho justificaría un derecho de expropiación de las tierras ocupadas por los palestinos. Esta concepción de la `promesa´ y de otras como el del `pueblo elegido´ y el del `gran Israel´, constituyen la fundamentación ideológica del sionismo político. De allí a pensar que todo está permitido al `pueblo elegido´, no hay sino un estrecho espacio que el sionismo explota cómodamente. Pero ni fueron ni son los únicos en hacerlo. Got mit uns (dios con nosotros), era el slogan bajo Bismarck posteriormente retomado por Hitler, Gesta Dei par Francos (los franceses son el brazo de dios), esgrimían los cruzados, “ustedes son los soldados de cristo”, decía el cardenal Spellman a los soldados que se dirigían a asesinar vietnamitas, y hasta Vorster, el Africaner, proclamaba en 1972, “No olvidemos que nosotros somos el pueblo de dios, encargados de una misión”.
El holocausto
Los sionistas siempre tratan de justificar una pretendida continuidad histórica entre el Israel bíblico y el actual estado de Israel. Para ello usan –y sobre todo manipulan- el argumento del `holocausto´. En su nombre pretenden legitimar su existencia sobre una tierra robada a los palestinos. ¿Qué es el holocausto? Un término con una acepción meramente religiosa. Se llamaba holocausto a un sacrificio religioso en el que se inmolaban personas en ofrenda a una divinidad. Sucede que los horrendos crímenes de Hitler contra los judíos no tuvieron ningún carácter religioso, se trató fundamentalmente de un problema político y no hay que olvidar que también otros pueblos fueron víctimas de la política de aniquilación durante la II guerra mundial. Pongamos por caso los tres millones de civiles polacos no judíos que fueron exterminados, así como de otros seis millones de eslavos. Entonces, llamar holocausto a la masacre de judíos, no es sino un intento manipulador de hacer aparecer al pueblo judío como la única víctima de los nazis, intentando aislarlo del conjunto de las víctimas, sesenta millones de muertos, entre rusos, británicos y franceses y de tantos otros países europeos y africanos. En este burdo intento de falsificar la historia por parte de los sionistas subyace un objetivo político, establecer relaciones excepcionales de culpabilidad de manera que baste con evocar, fuera de todo contexto histórico, el `holocausto´ para que todo sea permitido a la `víctima excepcional´, es decir, Israel.
La imposición del estado judío
En los años treinta, Einstein declaraba, “en mi opinión, sería más razonable llegar a un acuerdo con los árabes sobre la base de una vida pacífica común en lugar de crear un estado judío (…) Fundar una nación, en el sentido político del término, equivaldría a desviarse de la espiritualización de nuestra comunidad que debemos al genio de nuestros profetas”. ¿Cuál era el estado de ánimo y la realidad social y política de los palestinos en el periodo anterior a la creación del estado judío? Balfour escribía, en 1919, a Lloyd George, lo siguiente: “…en el caso de la Palestina, hemos rechazado el principio de autodeterminación. Si los habitantes actuales fueran consultados, indiscutiblemente darían un veredicto contra la implantación judía”. El informe de la Comisión King-Crane, enviada por los Estados Unidos el mismo año, decía en parte, “aquí, los habitantes más antiguos, es decir, los musulmanes y los cristianos, tienen la misma actitud hostil hacia una migración masiva de los judíos, y hacia cualquier esfuerzo por establecer una soberanía judía sobre ellos”. Pero fue Arthur Koestler, quien develó de una manera notable el objetivo subyacente en la declaración Balfour: “Una nación ha solemnemente prometido a una segunda el territorio de una tercera”. Y eso es lo que sucedió, con el consentimiento de la naciente organización de las Naciones Unidas. Cuando el 29 de noviembre de 1947, su Asamblea General decidió la partición de la Palestina, los judíos constituían el 32% de la población y poseían el 5.6% de las tierras entre las más fértiles. Cabe recordar las maniobras más sórdidas que tuvieron lugar antes y durante la votación. De acuerdo a Lawrence H. Smith, congresista americano, se requería de los dos tercios de los votos para aprobar la resolución. Dos veces no se alcanzaron los dos tercios, esto hizo que se ejercieran fuertes presiones sobre las delegaciones de tres pequeños países, que a la postre, se revelarían decisivos, Haití, Liberia y Filipinas. ¿Es necesario recordar que antes de sufrir presiones estos tres países se oponían a la partición? Pero había grandes intereses americanos en el caucho de Liberia, y la delegación estadounidense utilizaba todo tipo de presiones por órdenes directas del presidente Truman. De más está decir que el voto de Nicaragua desde un inicio estuvo a favor de la resolución… No está demás señalar un vacío jurídico y no de menor importancia, la partición de Palestina fue aprobada por la Asamblea General y no por el Consejo de Seguridad. ¿Quién podría reprochar a los palestinos y otros estados árabes su rechazo total a tal injusticia y su no reconocimiento del estado sionista? Dicho esto, se puede inferir dos fenómenos, a) la creación de Israel obedece a la necesidad, para el sionismo político, de encontrar una solución claramente colonialista al problema de la persecución de los judíos en Europa y, b) el genocidio cometido contra los judíos –y contra los polacos y rusos, entre otros-, pertenece a la historia europea y a la vergüenza nazi.
Surgimiento de un terrorismo de estado
Entre la aprobación de la resolución y el fin efectivo del mandato inglés sobre Palestina, las tropas sionistas, armadas por estados unidos, iniciaron la ocupación manu militari de zonas atribuidas a los árabes como Jaffa, lo que constituyó tan sólo el comienzo de una estrategia calculada de anexión y expansión que perdura hasta hoy día. ¿Hay que mencionar sus más espantosas expresiones? Deir Yassin, 9 de abril, 1948: 254 habitantes de esta aldea fueron masacrados por las bandas terroristas de la `Irgoun´ cuyo jefe no era sino Menahem Beguin. Este Nobel de la paz en 1978, en su libro “La revuelta: historia de la Irgoun”, se jacta al decir que no habría habido estado de Israel sin la `victoria´ de Deir Yassin. En 1949, luego de la intervención de algunos países árabes para proteger a la aterrorizada población palestina, los sionistas controlaban el 80% del país - a pesar de que la ONU había `autorizado´ sólo un 57% - y 770 mil palestinos habían sido expulsados. Las Naciones Unidas nombraron un mediador, el conde Folke Bernadotte, quien en su último informe del 16 de septiembre, 1948, señalaba entre otras cosas, “…el saqueo sionista a gran escala y la destrucción de aldeas sin necesidad militar aparente”. Un día después, el conde Bernadotte fe asesinado junto a su asistente, en la zona de Jerusalén por los sionistas… El jefe del grupo Stern, otra banda terrorista, responsable de su asesinato, fue elegido diputado a la Knesset (congreso) en 1950.
De la mitología sionista al sionismo militarista de Israel
La respuesta al dilema aparente de cómo crear una mayoría judía en un país poblado mayoritariamente por una comunidad árabe palestina autóctona, la dio el sionismo político en lo que ha devenido el sionismo en su expresión militar más extrema: estimular la inmigración judía mientras se expulsaba a los palestinos, lo que se convirtió en una actividad explícita y sistemática. En 1981, el profesor Israel Shahak, antiguo presidente de la Liga israelita de derechos del hombre, declaró, entre otras cosas, que “En el origen, el estado de Israel fue fundado por gentes para quienes los derechos de los no-occidentales no existían (…), surgió una peligrosa interpretación de los textos bíblicos según la cual aquellos afirman que `no hacemos más que reconquistar la tierra que antes habíamos conquistado sobre los cananeos´ (…), esta es una actitud fundamentalmente racista donde se combinan el sentimiento de superioridad de occidente y el racismo específicamente sionista”. El rabino Emmanuel Levyne, en su libro `Judaísmo contra sionismo´, es caustico al establecer una comparación histórica. Dice: “los cruzados eran un `sionismo cristiano´, así como el sionismo político actual es una `cruzada judía´, y en ambos casos, es una perversión de la espiritualidad y de la fe”. La historia de Israel, desde su creación hasta nuestros días, es una sucesión ininterrumpida de guerras de expansión para conquistar su `espacio vital´, tesis curiosamente similar a la Lebensraum de Hitler. ¿Hace falta ilustrarla? En octubre, 1955, Menahem Begin declaró ante la Knesset: “creo profundamente que hay que lanzar una guerra preventiva contra los Estados árabes (…), así alcanzaremos dos objetivos, en primer lugar, la destrucción del poder árabe y, en segundo lugar, la expansión de nuestro territorio”. Luego se dio la `guerra preventiva´ de los seis días en 1967, después de la cual Israel terminó ocupando un territorio tres veces más grande que el que les había asignado la partición veinte años atrás. Luego de la guerra de Yon Kippur en 1973, y de los acuerdos de Camp David cinco años más tarde, se multiplicaron las colonias judías en los territorios ocupados, se anexó Jerusalén y los altos del Golán y en 1982 se produjo la invasión del Líbano, operación de gran envergadura conducida por Ariel Sharon, de pasado tenebroso, pues fue él mismo quien dirigió personalmente las masacres de Khan Yunia y Bani Suheila en territorio Egipto en la noche del 31 de agosto, 1955. En el Líbano, en connivencia con sectores del ejército libanés, se encargó de asegurarse que nadie saliera vivo de los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en 1982. No podemos omitir el papel de los estados unidos, quienes desde siempre suministraron un apoyo ilimitado e incondicional a los sionistas. Esto hace posible que hoy en día, un país tan pequeño y despoblado, pueda jugar un papel estratégico en la política mundial, particularmente en el oriente medio. Digamos de paso que, además de ser la pieza estratégica de los planes de los estados unidos para mantener el control de esa importante región, Israel tiene la llave de la ruta comercial y militar de Occidente hacia el Oriente, lo que se hacía más perentorio luego de la pérdida de las bases en Irán con el derrocamiento del Shah. Desde mediados de los años setenta, Israel cuenta con al menos una docena de bombas atómicas del tipo utilizado contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Sus estrechas relaciones con Africa del Sur le permitieron proveerse de uranio a cambio del suministro de armas a los afrikáners que de esta manera evitaban el tibio embargo de armas decretado por Europa. El Times de Londres, se refirió a las relaciones Israel-Sud Africa. El 3 de Abril, 1976, decía que “…en el transcurso de los últimos años, Africa del Sur se ha identificado cada vez más a Israel y se insiste mucho en la similitud entre el desarrollo del régimen sionista y el del régimen afrikáner”. Un año antes, las Naciones Unidas habían aprobado una declaración en la que se afirmaba que “el sionismo es una forma de racismo y discriminación racial”. ¿De qué sirvió tal declaración? De muy poco, fue como si la mayoría de las naciones se golpeara el pecho por las atrocidades sionistas en contra de los palestinos. Ahora queda suficientemente claro que Israel se ha convertido en un estado militarista, racista, agresor y expansionista que no ha vacilado en usar hasta el genocidio para lograr sus propósitos. Se ha convertido en uno de los principales productores de armas del mundo –gracias al dinero y a la tecnología de los estados unidos- y a fines del siglo XX se destacó apoyando a los regímenes más reaccionarios y belicistas como el de Pinochet en Chile, Africa del Sur, Uganda, Somoza en Nicaragua, Strossner en Paraguay, y a organizaciones terroristas y criminales como la DINA de Chile, la mano blanca de Guatemala y la triple A de Argentina. Pieza estratégica en el Oriente Medio, el MOSSAD israelí no fue ajeno a los sucesos en Libia, como no lo es actualmente a lo que sucede en Siria. Sin pretender defender a este país, señalemos que a partir de una estrategia general de dividir y debilitar a los países árabes, el sionismo militarista israelí y sus servicios secretos han estado activos estimulando, financiando y armando a los grupos antigubernamentales particularmente en Homs, en lo que podría ser el preludio de una intervención mayor de la OTAN en Siria. Instalado un régimen pro occidental aquí, Israel tendría las manos libres para controlar el Líbano. Simultáneamente, en el Este, el objetivo mayor sigue siendo el derrocamiento del régimen de los Ayatolas en Irán, mientras en el Sur despliega esfuerzos para asegurarse que sean los sectores más moderados de los hermanos musulmanes quienes eventualmente tomen el relevo de la casta militar de Egipto. La naturaleza sionista de Israel lo ha convertido en un enemigo de la paz y no sólo de la región sino de la paz mundial. Vive de la guerra, haciendo la guerra, a pesar de los acuerdos de Camp David y de la ruta de paz negociada en Oslo. Y ahora su dirigencia militar y política ni siquiera esconde sus objetivos. Los sionistas políticos y militares están empecinados en mayor agresión y destrucción, continuando con su política sistemática de violación a los derechos más elementales de la población autóctona palestina. El judaísmo quedó enterrado, lo practican algunos miles de creyentes, los que de vez en cuando se manifiestan en Israel contra la política belicista de su gobierno. ¿Acaso se ha llegado a un callejón sin otra salida que una guerra de consecuencias imprevisibles? Posiblemente no. Según una encuesta realizada en Israel en Noviembre pasado, solo un 43 por ciento de los judíos israelíes apoya un ataque militar contra Irán. Más esperanzador aún, cuando se preguntó a los encuestados que escogieran si sería mejor que ambos países, Israel e Irán, tuvieran la bomba, o que no la tuviera ninguno, un 65 por ciento se inclinó porque ninguno la tuviera. Es más, un 64 por ciento favoreció la idea de una zona libre de armas nucleares aunque se les explicó que esto significaría que Israel renunciara a sus armas nucleares. Pero para que eso ocurra es preciso doblar la mano a los sionistas militaristas y reencontrar el sendero de serias negociaciones encaminadas a lograr la paz. Esto último pasa necesariamente por reconocer el derecho soberano de los palestinos a recuperar su tierra y tener su propio estado.
*Sociólogo