El regreso de Vladimir Vladimirovich Putin a la presidencia de la Federación Rusa era una predicción que la mayoría de estudiosos de las relaciones internacionales teníamos. Incluso cuando Putin dejo la presidencia en manos de Dmitriy Anatolyevich Medvedev en 2008 decíamos que era una simulación, que dejaba encargado el puesto de Jefe de Estado a Dmitriy para continuar dominándolo desde su posición como Primer Ministro.
El domingo pasado Vladimir Putin cumplió las predicciones ganando la presidencia de Rusia por tercera ocasión. Lo hizo alcanzando el 62.28% de los votos, con lo cual se evitó una segunda vuelta. Aquello aconteció según las fuentes oficiales en un ambiente de “paz y concordia”, pese a que los reportes de distintas ONG’s extranjeras aseguran anomalías en la elección: Acarreo de votantes (el llamado efecto carrusel), amenazas y extorciones del partido gobernante, entre otras prácticas que bien conocemos en los países latinoamericanos.
De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción que efectúa la organización Transparencia Internacional, en 2011 Rusia se situó en el lugar 143 en el mundo, con una calificación de 2.4, compartiendo el puesto con Uganda, Togo, Nigeria y Mauritania; estados retirados de la condición de riqueza de la nación eslava, y más alejados aún de países como Nueva Zelanda, Dinamarca, Finlandia, Suecia, Singapur y Noruega cuyas calificaciones estuvieron por encima de 9.0.
Este es justamente el escenario donde acontecieron las elecciones rusas. Aún así, usted estimado lector podrá preguntarse con toda razón ¿cuál es la relevancia del regreso institucionalizado de Putin a la cabeza de Rusia? Arguyendo sobre todo que aquel asunto puede verse como un tema meramente local de una nación lejana. Sin embargo, la Federación Rusa es una nación con cualidades únicas que la hacen por sí misma un actor imprescindible en el mundo.
Estamos hablando del país más grande del planeta, con dimensiones tales que cabrían en su área territorial dos veces el inmenso Brasil, o 6.1 veces Argentina o casi 9 veces México, los tres países más grandes de nuestra región.
Aquella nación nórdica tiene un PIB de 2.373 billones de dólares, lo cual lo sitúa como la sexta economía más grande del mundo, creciendo a un ritmo de 4.3%. Es el segundo mayor productor y exportador de petróleo y el mayor productor de gas natural (CIA 2010). Adicionalmente cuenta con el segundo mayor arsenal nuclear y una de las industrias armamentistas más poderosas del planeta.
Posee una población de 138 millones de habitantes que disponen de un PIB per capita de $16,700 dólares, cuya edad en promedio es de 38.7 años, la cual decrece en 0.48% anualmente. Podemos decir que tiene una población con cualidades de país desarrollado que vive en un país que podría considerarse en vías de desarrollo.
Cualquiera pensaría que una nación tan rica en recursos tendría mejores estadísticas sociodemográficas, sin embargo, debemos tomar en cuenta el contexto histórico de esta población, la cual vivió hasta hace poco más de 2 décadas en una de las dos superpotencias que han existido en el globo y que al sucumbir experimentó un decremento económico permanente, hasta la restauración del orden implementado por Putin a finales de los noventa.
Actualmente, gracias a nuevos lineamientos legislativos, en Rusia se ha expandido el periodo presidencial de cuatro a seis años, lo que posibilitaría a que Putin mantuviera el poder hasta 2024, pudiendo acumular dos décadas en la presidencia de forma “democrática e institucional”.
En este tenor, ¿Qué país debe preocuparse por el regreso de Putin al poder? Quizá la respuesta más cercana a lo congruente sería EE.UU., que deberá convencer al líder eslavo para actuar en pro de sus intereses en tensiones y conflictos particulares como Siria e Irán. Pues hay que recordar que Rusia se ha negado al uso del capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas, sobre todo en aquellos artículos donde se habla del uso legitimo de la fuerza para salvaguardar la paz y seguridad internacionales.
Además seguramente los escenarios de tensión política se verán rebasados por aquellos de índole económica, donde Putin puede ejercer influencia ante la inestabilidad financiera de los países europeos y ante el apoyo que tiene de parte de sus aliados emergentes (BRICS) quienes manejan una agenda acorde a sus intereses y son el contrapeso más importante que tienen los industrializados.
¿Qué podemos esperar de la institucionalización del poder de Putin como cabeza del Estado ruso? Seguramente veremos una Rusia menos gris, más dura en sus declaraciones, más participativa y activa en su política exterior, con mayor personalidad para ejercer su poder en todos los escenarios posibles de la arena internacional. Será una Rusia de simulación respecto a los valores occidentales, con una praxis más cercana a lo que fue la etapa de los zares o del dominio del partido comunista, elementos que reflejan la histórica acumulación del poder en un solo actor.