“Si queremos que nuestros hijos sean personas de bien, debemos empezar nosotros por ser personas de bien”, decía Albert Einstein. Y es que los niños aprenden por imitación en esos primero años de infancia. Si tú lees, ellos leen; si te escuchan dar las gracias, ellos también lo harán; si tratas con respeto a los mayores, ellos también respetarán a los abuelos… La educación de los hijos es como hacer equilibrios sin red. Los hijos nos dan felicidad, pero también preocupaciones y estrés.
Los padres de hoy vivimos estresados. El trabajo, la casa, el jefe, los amigos, el ocio, la pareja… y los hijos. “Los padres están al borde del ataque de nervios”, explica la psicóloga Patricia Ramírez. Para ella, la paciencia es fundamental en la educación de los hijos, “pero parece que nos queda poca” añade. En muchos hogares, los gritos y las discusiones son el pan de cada día. Los padres se quejan de que sus hijos no les obedecen, que están siempre tensando la cuerda. Y los hijos, que sus padres no les entienden y que son demasiado estrictos. El diálogo y el respeto son los ingredientes para recuperar la convivencia en los hogares.
Los gritos, dicen los expertos, hace que los niños se pongan violentos y a la defensiva. Acercarse con calma y explicarles qué es lo que está mal es lo que se debería hacer. El niño entenderá qué es lo que está haciendo mal y tratará de no hacerlo.
El niño, también, debe sentirse respetado. Si a un niño le repetimos una y otra vez lo que hace mal, le decimos que es un “niño malo” o cualquier otra etiqueta, se lo creerá. Pensará que no sabe hacer nada o que como es malo, da igual lo que haga. Se convierten en niños sin autoestima y “lo que es peor, llegan a interioriza que el amor de sus padres está en función de cómo se comporten. Algo muy cruel”, explica Ramírez.
Los castigos también son importantes en la educación de nuestros hijos. Sin embargo, han de estar adaptados a la edad, ser adecuados con la falta cometida y ser, sobre todo en el caso de los más pequeños, inmediatos. Si el niño entiende el castigo y lo ve “justo”, aprenderá y no volverá a hacer aquello por lo que se le ha castigado. No tiene que ser una venganza ni una amenaza. Si se castiga al niño, hay que cumplirlo. De lo contrario, el niño aprende a que mamá o papá se enfada y grita, pero no hay ninguna consecuencia para él.
No es cierto que con los niños no se pueda razonar. Los niños entienden las cosas cuando se las explican y si es de manera tranquila, calmada y dialogada mucho mejor.
Los padres tratan de hacerlo lo mejor posible y hay muchos libros y expertos que nos pueden ayudar en el caso de que no sepamos cómo hacerlo. La autoridad y la férrea disciplina con la que algunos recuerdan a sus padres, quizá, no sea la mejor solución. Estos padres autoritarios, de hoy y de siempre, no crean un clima de diálogo y confianza en la familia. Todo lo contrario, los hijos dejan de plantear sus dudas, sus errores o su día a día por miedo a enfadar al progenitor y ser castigados.
Son muchas las tareas que a los padres nos distraen cada día, pero la educación de nuestros hijos es fundamental para que se conviertan en “buenas personas”. Los valores y las “buenas costumbres” se aprenden en el hogar. La escuela y la formación posterior refuerzan y apoyan esos valores. Así, debemos dar un alto en el camino, echar el freno y volver al diálogo. La convivencia familiar y la sociedad ganarán con ello.