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actualizado 7 de nov. 2012
La crisis que nos azota
Tal vez la difícil coyuntura histórica que estamos sufriendo nos enseñará que hay que aprender a vivir de otra forma
Por José Luis Rozalén Medina
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Se habla a todas horas de la crisis que nos atenaza. “¡Esto no se arregla!”, escuchamos por doquier. “¡Esto va cada vez peor!”, oímos a menudo. Observamos que hay una grave recesión económica, cifras de paro realmente alarmantes, autónomos que no pueden seguir adelante en sus pequeñas empresas, recortes y más recortes, congelación de salarios, eliminación de pagas-extra a funcionarios, una “prima de riesgo” por las nubes, hipotecas impagadas, corrupción en los que tenían que dar ejemplo, caídas catastróficas de bancos y cajas de ahorro, familias que no pueden llegar a fin de mes, “comedores de caridad” cada vez más llenos de gente que hasta ahora vivía sin dificultad, contenedores de comida en donde mucha gente rebusca sin pudor algo que llevarse a la boca… Nadie nos sabe decir cuándo llegará el final de esta inmensa crisis financiera y económica que se ha instalado en nuestra sociedad, ni cómo saldremos de ella.

Esta devastadora crisis de carácter económico y social está afectando duramente a la sociedad española y sus consecuencias más inmediatas se pueden observar en la inquietud y la preocupación de la gente ante el incierto futuro: los que tienen trabajo tienen verdadero pánico a quedarse sin él e ir a engrosar las interminables listas del desempleo; los que no lo tienen, o lo han perdido, sufren la angustia de sentirse inútiles y de no poder devolver a la Sociedad lo que ésta les ofreció en sus largos años de estudio y preparación.

Se habla de las causas desde todos los ángulos y perspectivas, sin que por ahora encontremos la solución. Cada partido político, cada persona, cada grupo social, según sea su ideología y sus planteamientos mentales y vitales, da una versión diferente de los hechos y de las causas que han producido esta tremenda situación: Unos, la achacan a la cara más inhumana y agresiva del neo-capitalismo y de los banqueros, que han especulado con el dinero de las clases medias trabajadoras, se han enriquecido sin control, y ahora piden ayuda. Otros, la achacan al despilfarro estatal, autonómico, municipal en cargos, fastos y gastos desmesurados y sin sentido, a la ausencia de inversión en I+D, a la falta de apoyo a la mediana y pequeña empresa… ¡Seguramente todos tienen parte de razón!

En los últimos años se ha producido una verdadera euforia financiera, se ha concedido dinero fácil con intereses muy bajos que han permitido que la gente se lanzara a comprar pisos, coches, bienes de todo tipo, a firmar hipotecas sin darse cuenta en dónde se metían, al mismo tiempo que las políticas estatales de control bancario y financiero apenas si han existido; se ha tenido una visión falsa de la verdadera realidad de nuestra economía, se ha llevado un tren de vida inadecuado y, para más desgracia, han aparecido especuladores de todo tipo que se han aprovechado de la situación y han llevado a la ruina a personas, familias y empresas…

Aunque no estoy hablando aquí de la gran crisis universal de valores, de la gran crisis ética y existencial del siglo, sino de una crisis menor, la económica, estoy convencido de que ésta es parte de aquélla y de que si solucionamos convenientemente esta crisis económica y laboral con arreglo a unas normas racionales y éticas (atendiendo de forma primordial a los que menos tienen y más sufren), estaremos en el camino de solucionar, en parte, la gran crisis antropológica, humana, que tanto nos preocupa.
Si lográsemos salir de ésta crisis económica y financiera que ahora nos machaca, la sociedad debería comprender para el futuro que sólo con un estilo de vida distinto, inspirado en la sobriedad, en el trabajo bien hecho, en la seriedad, en la responsabilidad compartida, en la austeridad, en la preparación, podremos construir una sociedad más sólida y justa, más racional y feliz.

Tal vez la difícil coyuntura histórica que estamos sufriendo nos enseñará que hay que aprender a vivir de otra forma, que no podemos despilfarrar, que la felicidad no está en tener muchas cosas, sino en saber disfrutar de los pequeños momentos, en ser personas honestas, trabajadoras, solidarias. Aprender a habitar en la región de la justicia social, de la ética y no en el reino de la especulación, la usura, el consumismo desenfrenado. ¡Y esto sirve para todos!

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