Hace unos días le oí decir a un relator especial de Naciones Unidas, que la libertad de expresión es esencial para crear un entorno de entendimiento y tolerancia que evite los discursos que incitan al odio. Ciertamente, vivimos momentos de dificultades y venganzas, que lo único que hacen es albergar más odio, y agravar mucho más las cosas. Los salvajes que todo lo confían a la fuerza y a la violencia, hacen mucho daño y destruyen todo a su paso, nada construyen porque sus afanes inhumanos se injertan en el resentimiento. Desterremos, pues, la ideología del rencor de nuestros caminos. No vale la pena perder el tiempo en menospreciar a nadie. Si hay algo que he aprendido con los años es ver como la mano tendida abre puertas, es más inteligente que el desprecio, que la acogida es preferible a la justicia misma y que si uno va por la vida con mirada amistosa, uno acaba haciendo verdaderos amigos.
Por desgracia, las incitaciones al odio siguen ocurriendo en todas las partes del mundo. Nada que un ser humano realice lo corrompe más que el permitirse caer tan bajo como para odiar a alguien. El relator de la ONU consideraba que muchos gobiernos utilizan criterios equivocados para combatir el discurso de enemistad. Adoptan leyes ambiguas, con sanciones desproporcionadas, que a menudo se usan para silenciar las posturas críticas o políticas. Evidentemente, los que gobiernan a los pueblos han de ser los primeros promotores de sentimientos pacíficos y no generar sentimientos de hostilidad, de división y desconfianza. Pero también deben saber que ejercer la autocrítica siempre es saludable. Entiendo que no es suficiente con reprimir conflictos, suspender luchas, no basta con evitar este tipo de sufrimientos inútiles, hay que tender a otros modos y maneras de comunicarse más desinteresados, sobre la base de la reconciliación de los ánimos.
Indudablemente, la lucha contra la intolerancia debe ser una tarea permanente. Cada ser humano tiene derecho a expresarse libremente. Y uno tiene que ser tolerante con toda expresión. Que dos y dos sean necesariamente cuatro, es una opinión que muchos compartimos. Pero si alguien piensa distinto, que lo diga, no hay que temer a los que tienen otra opinión y la manifiestan. Tenemos que conocernos y el diálogo es el primer paso de toda sociedad que aspira a concelebrar un discurso auténtico, de consideración y aprecio por el ser humano. Hoy, con demasiada frecuencia se manipula a las personas, con disertaciones absurdas, que parten del enfrentamiento de unos hacia otros, cuya motivación es el odio hacia el que piensa diferente. Se olvida que vengándose uno se pone a la misma altura que su contrario; sin embargo, comprendiéndolo y perdonándolo, se muestra superior a él.
Por eso, entiendo, que ha llegado el momento de formular otras ideas, de ver la manera de afrontar la intolerancia y discriminación que muchas personas padecen. Para nada nos interesa el lenguaje que desprecia a otros seres humanos, que no deja libertad para poder expresarse y mucho menos para poder decidir por sí mismo. Si en verdad queremos ser y ejercer como ciudadanos del mundo, tenemos que tener otros sentimientos, también otras formas en las que se respete la intimidad de las conciencias. Para el mundo -como dijo Obama tras su reelección para EEUU-, lo mejor está por venir. Sin duda, siempre está por llegar lo óptimo. La misma belleza es más suprema que la genialidad y siempre espera, en silencio y sin decir nada, unos ojos que la visiten.
En cualquier caso, el ser humano sólo llega a ser realmente él mismo en la entrega colectiva desinteresada, en esa apertura del sí de corazón hacia la sociedad. El día que la ciudadanía pueda comunicarse sin dictados, pensar y hablar sin hipocresía, habremos ganado la mejor de las batallas, la de ser dueño cada uno de sí y de ganarse el respeto de los demás.
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