Todas las técnicas y tecnologías que han ido apareciendo a través del tiempo en la Historia de la Humanidad: escritura, imprenta, teléfono, telégrafo, radio, cine, T.V... han tenido una honda repercusión en la configuración y evolución de nuestra cultura humana. Esa influencia se da de forma absoluta y dominante en los comienzos del siglo XXI con el triunfo absoluto de la revolución digital que respiramos y que nos deslumbra; en ella estamos insertos y en ella nos movemos y respiramos. Es imposible volver la vista atrás y quedarnos anclados en la nostalgia de otros tiempos ya idos.
No podemos vivir sin aceptar, sin intentar conocer al menos elementalmente, las nuevas conquistas digitales, la nueva era audiovisual, con sus luces y sus sombras, con sus desafiantes ofertas y sus lógicos titubeos y dudas. Estamos sumergidos en esta Cultura y aspiramos por todos lados sus emanaciones, sus efluvios, los cuales, por una parte, nos encantan y atraen, y, por otra, nos producen ciertos recelos, ciertos miedos, sobre todo a las generaciones que nos hemos educado en la Cultura del papel y del libro.
Nuestros jóvenes, sin embargo, están plenamente identificados con estas técnicas digitales, y cuanto más jóvenes son, más inclinación sienten, más facilidad encuentran en su uso y manejo. El número de horas que se pasan ante el ordenador, ante la televisión, ante la consola de los videojuegos, “navegando” por Internet, “bajando” música, enviando mensajes sin parar están ahí y los padres y educadores debemos tenerlos en cuenta si queremos estar a la altura de las circunstancias en el difícil arte de educar para el futuro.
El modo habitual que tienen los jóvenes de leer las páginas de Internet está lejos de una lectura reflexiva. Como escribe acertadamente la escritora Beatriz Sarlo, “en Internet más que “navegar” se “surfea”,” se desliza uno superficialmente sobre la espuma del texto sin apenas tocar el agua, el verdadero contenido. A pesar de todo eso, creo que el impulso de la tecnología digital es imparable.
Ante este irrefrenable avance de la Cultura Digital, caben dos actitudes diferentes: O bien se repiten los argumentos tradicionales, que casi siempre condenan a esta cultura como anti-humanista, anti-ilustrada, fragmentaria, zopenca (“analfabetos digitales”, se les ha llamado a veces), o bien se aportan argumentos nuevos, se amplían horizontes, se intenta valorar positivamente lo que estas nuevas tecnologías pueden aportar a la formación integral de las personas.
No está en nuestras manos elegir entre usar o no usar las nuevas tecnologías digitales, los nuevos Medios de Comunicación. Lo único que nos queda es usarlas bien. Como apunta el profesor Touriñán López en su libro El reto de la sociedad digital, ni en el mundo del trabajo, ni en el campo del ocio, ni en el ámbito de la salud y la medicina, ni en el entorno de la Escuela, podemos ya prescindir de ellas; sólo nos queda el pensar sobre el modo, la forma, el uso, el enfoque que seamos capaces de darles, para sacar buen partido de ellas”.
Incluso el impacto que estos Medios están produciendo en nuestra cultura es tan enorme, tan hondo, que no sólo deben ser considerados como instrumentos, como métodos al servicio de los contenidos, de los saberes, sino que, en sí mismos, representan un nuevo estilo de pensar y ser, una nueva forma de vida, un nuevo tipo de Sociedad.
A pesar de los peligros que el uso irracional de estos Medios nos pueda acarrear, como acertadamente han expuesto en sus escritos autores tan prestigiosos como Vargas Llosa o Umberto Eco: fragmentación de datos, superficialidad, “hojarasca informativa”, poca asimilación de la información, frivolidad galopante, incapacidad para pensar en silencio, publicidad no buscada y engañosa, páginas de todo tipo, sin ningún valor, que nos asaltan por doquier... no cabe duda de que los beneficios y posibilidades de cara al futuro pueden ser muy grandes y nos abren perspectivas extraordinarias: es cuestión de saber emplearlos.