Se puede vivir sin una fe determinada, y también se sobrevive sin amor; pero no es posible vivir sin esperanza. Cuando los pueblos ya no tienen nada que perder más que las cadenas, la miseria y unas señas de identidad es comprensible que se alcen y marchen en busca de una razón para vivir, aunque para ello tengan que destruir cuanto encuentren en su marcha.
Kavafis, desde Alejandría, ponía voz al vate para despertar a los incautos y abotagados habitantes del decadente Imperio: ¡Que vienen los bárbaros! ¡Que vienen! ¡Ya están aquí, los bárbaros; están entre nosotros! Nosotros somos los extranjeros en la tierra que no hemos sabido conservar y compartir. Hemos perecido entre nuestros propios excrementos. Por eso, el maestro Emilio Lledó está alarmado por este país, por el mundo. Va a cumplir 85 años y está alarmado pero con esperanza… Catedrático, académico, filósofo. El maestro fue entrevistado por Juan Cruz hace unos años, con el afecto del discípulo y el rigor del profesional del periodismo. Afirma convencido de que la vejez no es una frontera ni una prueba, sino un estado de ánimo y una actitud.
Le pregunta: ¿qué espera? Y el filósofo responde: “Esperar, vivir. Hace unos días leí una noticia que decía que la esperanza de vida para los españoles era de 80 años. Que los 80 años son como un límite maravilloso, que se sobrepasa a veces, de la esperanza de vida. Lo cual quiere decir que uno está ya, para los que acabamos de cumplirlos, en la desesperanza de vida”.
Es terrible, dice, desesperar de vida. Sin embargo, cree que la desesperanza de vida llega mucho antes. Hay gente que está desesperanzada de la vida con 20, 30 o 50 años… “Yo estoy totalmente esperanzado con la vida. No desesperanzado. Es verdad que si miro alrededor y veo lo que pasa en la calle, y leo los periódicos, y escucho la radio, a veces cuesta trabajo tener esperanza… Pero mientras haya esperanza hay vida”. No al revés. El profesor espera que la neurona fluya, que no se reseque, que no se fanatice. “La esperanza es que algo de lo que yo sueñe se cumpla. Y lo que sueño es una idea de la dignidad, de la decencia, cumplir unos ciertos ideales. Que la política no se dedique a privatizarlo todo”.
“¡Si ya ni siquiera denunciamos, se nos acaba el derecho al pataleo. Hay que protestar. Y creo que hay cosas que calan a la larga en la vida de los seres humanos!”, afirma.
Y se adentra por los espacios del saber. Para entender, dice. Las ideas no eran unas cosas flotantes que se habían inventado unos seres extraños que se llaman filósofos. Idea es lo que se ve. Ver con los ojos, pero con los ojos del cuerpo. Entonces, entender, aprender, es una forma de mirar, y eso es la esencia de la vida. En el momento en que no sepamos mirar, aprender, que no tengamos el alma navegable, como decía el poeta, para que nos circule esa experiencia del mundo, no tiene sentido la vida humana… Todos los seres humanos tendrían que entender; nos eleva sobre la miseria moral. Ése es uno de los retos de la humanidad, acabar con la miseria. ¿Cómo tener esperanza en este mundo desesperanzante? Con la libertad. Pero la libertad hay que entenderla muy bien. La libertad es la posibilidad, una puerta, un horizonte, un paisaje... No sé si soy optimista, pero desde luego no soy pesimista. Creo que la característica del fascista es el pesimismo. El desprecio al otro, la ignorancia del otro.
Y ante la lógica pregunta de qué hacer, responde: “La revolución de la lectura. Es verdad que hay intereses poderosísimos para que ese mundo tecnológico impere. El mundo tecnológico es importante, pero hay que atemperarlo. Hay que inventar una nueva forma de humanismo para que los seres humanos tengamos esperanza. Para seguir pensando… Ante lo que sucede, entender es fundamental. Pero para entender hay que ser libre. No hay que tener prejuicios”.
La política tendría que impedir que lo público se convirtiera en privado. Toda política que sea incapaz de entender eso es una política falsa, falsificada y terrible. Porque la política es la organización de la vida en común, en el territorio común. Ése es el verdadero patriotismo. Emilio Lledó abomina de las banderas que se levantan al tiempo que se hacen monstruosidades e injusticias. Las banderas son un símbolo respetable, qué duda cabe. Pero debajo de las banderas se ocultan muchas maldades, muchas estupideces y egoísmo.