Imagine que un día escribe a través de facebook un mensaje privado y comprometido -o no- a otra persona, y al cabo de unos años lo ve publicado en su muro. Eso es lo que ocurrió hace unos días en la famosa red social. La privacidad de sus usuarios se vio vulnerada y con ello, de nuevo, ha surgido la pregunta de qué ocurre con aquello que decimos en las habitaciones del mundo virtual. A dónde va toda esa información, y quiénes se benefician de todos esos millones de mensajes que se producen al día en la red social.
En Facebook pululan 950 millones de usuarios. Mientras estos comentan, le dan al famoso “me gusta” y se deciden entre el perfil de la cantante de moda, de la thermomix, o de un pegamento para los marcos de la puerta, hay empresas que se dedican a filtrar toda esa información. El negocio está en saber cuáles son los hábitos de consumo que estos cientos de millones tienen para así afinar en los contenidos publicitarios que hay que enviar a cada perfil.
En Estados Unidos, la empresa encargada de esta actividad es Datalogix. Maneja una bolsa de 70 millones de perfiles. Mediante el correo electrónico, esta empresa recaba información de las compras online que realizan los usuarios. Es como llevar un espía cada vez que se hace una compra con la tarjeta de crédito en Internet. No hay que olvidar que, en Estados Unidos, este tipo de transacciones es mucho más común que en el resto de mundo. Igual que ya lo fue la venta por correo, teléfono, o televisión. “Todos los internautas somos víctimas de un intenso seguimiento por parte de las empresas en Internet mientras éstas crean perfiles invisibles sobre nosotros”, señala Jeffrey Chester, director ejecutivo del Centro por la Democracia Digital.
Con todos esos datos las compañías afinan y buscan los flancos, las delgadas líneas que hacen “clic” en la mente de los consumidores. Al fin ya al cabo, tras el envoltorio y los fuegos artificiales virtuales, siempre está el mismo fin: persuadir al consumidor. En el caso de la red social, y según Chester: “Facebook sólo está aprovechando la falta de regulación.”
En Europa parece que todavía el gigante de Mark Zukerberg –accionista y fundador- no puede hacer lo que se le antoje. A mediados de octubre de este año, la gente no podrá ser reconocida sin su autorización de forma automática en una fotografía que cualquier usuario cuelgue en su muro, como estaba sucediendo hasta ahora. Noruega e Irlanda alzaron la voz. No a todos los usuarios les gusta que su imagen con nombre y apellidos circule, a veces con resultados imprevisibles, por las tripas de la red.
La velocidad que estas herramientas imprime a la información tiene doble filo. Una vez en el aire es difícil de controlar. A veces por falta de precaución y otras por que la red ha desinhibido a los usuarios. Nunca fue tan fácil entrar en la intimidad de las personas. La intimidad vende, y mucho. Carreras políticas que se han ido al traste porque un ingenuo clic -o no tan ingenuo- ha subido una foto o comentario poco conveniente, mujeres con cargos públicos que han visto como sus imágenes íntimas han pasado de mano en mano sin su consentimiento.
Las redes sociales, no solo Facebook, han abierto puertas y ventanas, han estrechado el círculo de la intimidad. El usuario comparte pensamientos, fotografías, vídeos… y a veces se le va la mano. Eso da morbo. Vende. Es negocio.
Poco a poco, los usuarios van tomando conciencia de este nuevo totum revolutum en el que se ha convertido la vida en la red y la real. Un dos en uno que hay que ensamblar. Las empresas buscan los beneficios, los usuarios quieren estar hiperconectados. Entre medio los vacíos legales. Por eso hay que legislar, para que en este nuevo mundo cargado de trampas, los más débiles de la cadena, los usuarios, estén protegidos.