Republicanos, demócratas, bolivarianos y antichavistas. Cómo operaría un cambio de manos en Caracas y Washington en las Relaciones Internacionales de América Latina.
Antes de fin de año se celebrarán elecciones presidenciales en los Estados Unidos y en Venezuela. Por motivos y coyunturas diferentes, los líderes de “Las Américas” se encuentran a la expectativa de lo que podría suceder o no en dichos comicios. En el complejo escenario político internacional actual, donde de alguna forma u otra todas las naciones están interconectadas, lo que sucede en un país indefectiblemente repercute en el resto, y más aún si se trata de vecinos del mismo vecindario.
Para seguir un orden cronológico, empezaremos con las elecciones venezolanas. El día 7 de octubre el actual presidente Hugo Chávez intentará obtener un nuevo mandato y gobernar el país sudamericano hasta el año 2019. En el plano interno, lo único que diferencia a esta elección de las anteriores es que la oposición venezolana ha logrado unificar sus esfuerzos y apoyar en su totalidad a un solo candidato. Seremos testigos de una elección altamente polarizada y de final abierto. Las encuestas son muy dispares, generalmente con resultados tendenciosos, por lo que se hace muy difícil prever un vencedor. ¿Qué podría suceder en la región si gana uno u otro contendiente? En el caso de imponerse Hugo Chávez, no se generarían cambios en el statu quo regional. Caracas daría continuidad a su política internacional activa, apoyando política, económica y energéticamente a sus países aliados. Bolivia, Ecuador, Nicaragua y Cuba seguirían gozando de la protección “bolivariana”. En lo que respecta al resto de los países de la región, Chávez no ha sido un factor de mayor influencia. A excepción de los conflictos con Colombia durante la gestión de Álvaro Uribe, Venezuela no ha sido un elemento determinante en la vida de las naciones que no comulgan con la visión política chavista.
En caso de resultar triunfador Henrique Capriles podrían sucederse algunos cambios. La relación con los países “no bolivarianos” se mantendría sin modificaciones. Donde sí veríamos sustanciales novedades es en los vínculos entre Caracas y La Habana, Quito, La Paz y Managua. El flujo permanente de ayuda económica a dichas naciones se vería disminuido (o eliminado). Posiblemente la nación más perjudicada sería Cuba. Desde la caída de la Unión Soviética, la isla ha necesitado de nuevas fuentes de financiamiento para financiar su infinanciable modelo. Los petrodólares venezolanos y la inyección de energía aportada por Hugo Chávez a la dictadura semihereditaria cubana podrían dejar de alimentar su precaria economía, casualmente en un momento en donde Raúl Castro impulsa muy tibias reformas. En lo que respecta a Ecuador, la pérdida sería más de carácter político y no tanto económico. Correa ha encontrado en la Venezuela de Chávez a un aliado estratégico para cuestionar (solo con discursos) el actual orden mundial liderado por Estados Unidos y otras potencias occidentales. Por último, una victoria de Capriles sería un golpe del que el ALBA (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América) difícilmente podría recuperarse.
En lo que respecta a la relación con Estados Unidos, el triunfo de uno u otro candidato no generaría mayores cambios. Si bien Hugo Chávez ha intentado mostrarse como un opositor a Washington, en los hechos no ha sido más que un gran proveedor de petróleo y un rival que no ha ido mucho más allá de las palabras. De imponerse Capriles, las cosas tampoco cambiarían en forma sustantiva.
Es justamente en los Estados Unidos en donde también se celebrarán elecciones presidenciales este año. El 6 de noviembre los norteamericanos acudirán a los centros de votación para decidir si Barack Obama o Mitt Romney dirigirán los destinos de la principal potencia mundial durante los próximos cuatro años. Al igual que en el caso venezolano, las encuestas son cerradas y es difícil anunciar un ganador. ¿Cómo podría repercutir la victoria de uno u otro candidato en América Latina? En caso de conseguir Obama su reelección, obviamente no habría cambios. Cuando el líder demócrata alcanzó la presidencia, muchos pensaron que una nueva etapa en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina había comenzado. Hoy podemos decir que muy poco de aquello ha sucedido. Quizás la única novedad radica en una abrupta caída de la intervención de Washington en los asuntos latinoamericanos. Es probable que el motivo sea que Estados Unidos estuvo excesivamente ocupado en las guerras de Iraq y Afganistán, la crisis económica europea y la Primavera Árabe. Pero el dato es que la Administración Obama dio menor importancia a lo que sucedía o no sucedía en la región, dejando en una suerte de laissez faire a la vida política de América Latina.
Una eventual victoria de Mitt Romney podría efectivamente traer cambios. Washington podría intentar recuperar su decaído rol regional, endureciendo su posición ante los países del ALBA. También podría esperarse un intento de acuerdo de “cooperación militar” con algún gobierno que no comulgue con los ideales del antiimperialismo. El objetivo sería colocar un nuevo y estratégico pie en América Latina e intentar amedrentar (probablemente sin éxito) a sus inofensivos enemigos bolivarianos.
La conclusión a la que arribo es la siguiente. Si bien los Estados Unidos son la nación más poderosa de la Tierra y Venezuela un débil país sudamericano, dentro del contexto político actual, las elecciones en Venezuela son más relevantes para América Latina que las norteamericanas. Un cambio de gobierno en Caracas podría generar el quiebre del ALBA, un bloque que opera a nivel político-regional en forma alineada, mientras que un cambio de gobierno en Washington, si bien podría afectar las relaciones entre Estados Unidos y la región, no podría desde ningún punto de vista derivar en rupturas de bloques o de alianzas existentes.