El próximo 3 de octubre Mitt Romney y Barack Obama se enfrentarán en el primero de tres debates presidenciales que decidirán no solo el destino político de los candidatos sino la supervivencia de los Estados Unidos como la nación libre, orgullosa, emprendedora e individualista que concibieron sus fundadores. Solamente en dos ocasiones anteriores, Yorktown y Gettysburg, ha dependido tanto del desenlace de un solo acontecimiento. En Yorktown, Washington estampó la firma final a la Declaración de Independencia con la sangre de patriotas que se lo jugaron todo al grito de libertad o muerte. En Gettysburg, Lincoln se jugó la suerte de la república en la sagrada misión de convertir en realidad tangible la promesa inconclusa de la Declaración de Independencia. A partir de ese momento, no habría más esclavos y todos los ciudadanos de los Estados Unidos serían todos iguales ante Dios y ante la ley de los hombres.
El próximo 6 de noviembre, los norteamericanos enfrentaran un reto de iguales proporciones. Tendrán que decidir entre depender de las promesas del gobierno para alcanzar condiciones de vida previamente determinadas por otros y la oportunidad de aplicar sus energías y talentos para crear por sí mismos esas condiciones sin interferencias gubernamentales. En la primera opción hay seguridad en la mediocridad. En la segunda excelencia sin seguridad. Pero si la primera conduce a la igualdad en la miseria, la segunda abre el camino de una igualdad en la que todos podemos prosperar o fracasar como resultado de nuestros propios esfuerzos. La opción entre la libertad asumiendo riesgos y la seguridad aceptando amos debe ser fácil para los hombres libres. Para quienes hayan leído la historia sin los lentes del fanatismo o del resentimiento, no tengo que citar ejemplos sobre la pesadilla de aquellos hombres que han puesto su destino en manos de gobiernos convertidos en amos por la sumisión de los gobernados.
Sin embargo, dejemos a un lado las disquisiciones filosóficas para enfocarnos en la aterradora realidad de este momento trascendental. El debate del 3 de octubre no será una batalla que se decidirá con las armas del plomo y de la espada. Pero, como ha sido demostrado por la campaña puesta en marcha por el actual ocupante de la Casa blanca, las armas de la intriga, la insidia y la mentira pueden ser tan mortíferas como las de Yorktown y las de Gettysburg. En el curso de los últimos seis meses, Mitt Romney ha sido acusado de causar la muerte de una enferma de cáncer, de no pagar impuestos por más de una década, de odiar a las mujeres, a los hispanos y a los negros, de ser indiferente a la contaminación del aire y de las aguas, de lanzar a los ancianos al precipicio del desamparo y hasta de abusar de su perro mascota.
El candidato y, por lo tanto, el responsable de la campaña presidencial más sucia en los últimos 30 años se llama Barack Obama. Ese es el hombre al cual se enfrentará Romney en el curso de los tres debates. Si lo pusiéramos en términos pugilísticos, una pelea para arrebatarle la corona a Myke Tyson. Sí señores, el Tyson que casi le arrancó la oreja de una mordida a Evander Holyfield en junio de 1997 cuando vio que estaba perdiendo la pelea. Romney no puede subir al cuadrilátero con guantes de seda y hacer una pelea elegante con la esperanza de una victoria por decisión.
Tiene que reconocer la realidad de que el referee (los periodistas que formularán las preguntas) está en su contra y que el adversario es escurridizo y, como Tyson, pega golpes bajos porque está decidido a ganar con las armas aprendidas en el antro putrefacto de la política de Chicago. Como Rocky Marciano, quien nunca perdió una pelea y que gano por knock out 43 de sus 49 encuentros, Romney tiene que pegar duro desde el primer round. Obama no tiene experiencia en luchar contra ese tipo de adversario y quizás no espere esa estrategia por parte del hasta ahora cauteloso Romney. Eso sería ya una ventaja para Romney desde el primer asalto.
Cuando los miembros del panel le formulen una pregunta sobre su pasado o sus planes de gobierno, Romney debe enfocar con brevedad el tema preguntado y pasar de inmediato a exponer con firmeza las falsas promesas y los fracasos de Obama. Acto seguido, concentrar el ataque en flancos débiles de Obama como los altos niveles de desempleo (7.8% en el 2009 y 8.3% en este momento), el estancamiento de la economía (el crecimiento más bajo del Producto Interno Bruto en los últimos 20 años) y la astronómica deuda nacional (10 Millones de Millones de dólares cuando tomó posesión y 16 Millones de Millones en la actualidad).
Destacar asimismo la desastrosa política energética ($1.81 el galón de gasolina cuando tomó posesión y $3.85 en este momento), el robo de 716,000 Millones de dólares al Medicare para financiar el Obamacare y la crisis de la seguridad nacional ocasionada por el abandono de los amigos y el apaciguamiento de los enemigos de los Estados Unidos. El saldo macabro de esto último, el primer embajador en treinta años y otros tres diplomáticos asesinados por envalentonados fundamentalistas islámicos; así como un Israel listo a confrontar a solas la amenaza de un holocausto nuclear por parte de Irán con el consiguiente peligro de que se desate una tercera guerra mundial. ¿Y el presidente? Ausente sin permiso oficial ni justificación moral. En Las Vegas recaudando fondos para la campaña política y en Nueva York haciendo chistes con David Letterman.
Por todo lo expuesto, estoy convencido de que el Obama conocido del 2012 es mucho más vulnerable que el Obama desconocido del 2008. Por ejemplo, dudo mucho que su base sólida de votantes negros, agobiados por una alta tasa de desempleo y defraudados por su apoyo del matrimonio homosexual, lo respalde con el 96 por ciento de sus votos como lo hizo en el 2008. Que unos judíos frustrados ante su abandono del estado de Israel le otorguen el 78 por ciento de sus votos como en la vez anterior.
Que unos jóvenes obligados a regresar derrotados a sus hogares paternos por falta de empleo acudan en forma masiva y delirante a las urnas en apoyo del rockero convertido en presidente a tiempo parcial. Que unos católicos, enardecidos por sus ataques a la libertad religiosa y estimulados por sus prelados a defenderla, lo apoyen en forma mayoritaria como lo hicieron en el 2008. Y, después de sus suicidas declaraciones burlándose de los dueños de pequeños negocios, Obama le ha regalado a Romney quizás el 80 por ciento de los votos de este sector del electorado.
Pero lo he dicho con anterioridad y ahora lo repito: Obama estará herido pero dista mucho de estar vencido. No sabrá o no tendrá interés en gobernar pero es un extraordinario activista de campaña. Vende espejismos y manipula multitudes como ningún otro político de los que yo haya visto en mis 50 años en los Estados Unidos. Quienes lo duden se lo pueden preguntar a Bill y Hillary Clinton.
Por eso Mitt Romney tiene que mantenerse alerta y pegar duro y rápido durante los debates. Tiene que demostrar a los televidentes que no solo tiene la capacidad para ser presidente sino que arde en deseos de enfrentar el reto y proporcionar soluciones a la crisis que agobia al país. Su frialdad y su distancia han hecho que muchos electores lo perciban como el hombre rico que es indiferente a sus problemas diarios.
Por otra parte, no debe mostrar belicosidad hacia Obama pero no puede reconocerle virtudes, elogiarle aciertos o siquiera referirse a él como presidente. Sencillamente como Míster Obama y punto. Un Romney manso y obsequioso sería convertido en oveja propiciatoria para un matadero administrado por un matarife como Barack Obama.
Albergo, sin embargo, la esperanza de que, según demostró cuando pulverizó a Newt Gingrich durante las primarias, detrás de esa fachada apacible de Romney haya un hombre capaz de combatir con vehemencia. Esperemos que, frente a Obama, haga lo mismo y demuestre estar a la altura de las circunstancias. Lo que está en juego es nada menos que la preservación de los valores de la tradición americana y la supervivencia de esta nación como faro de libertad y ejemplo de democracia en un mundo convulsionado por el totalitarismo y la barbarie.
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