Xi Jinping, el líder que en noviembre pasado ocupó la Secretaría General del Partido Comunista Chino (PCCh) y la presidencia de la Comisión Militar Central (dos cargos de verdadero poder en el país), fue nombrado presidente del país y aseguró que luchará por el sueño chino.
Se alza así con el tercero de los títulos que tenía su antecesor, Hu Jintao, cerrando la transición de poder a la quinta generación de dirigentes, tras las de Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y el propio Hu Jintao.
La designación de Xi como presidente (con 2.952 votos a favor, uno en contra y oficialmente por cinco años, aunque, salvo sorpresas, mantendrá el cargo 10 años) estaba sellada desde que llegó a la cúpula del PCCh en el congreso del partido en noviembre pasado, y tuvo lugar en el marco de la sesión anual del Parlamento en el Gran Palacio del Pueblo, en Pekín, en la que se prevé el viceprimer ministro Li Keqiang ascienda a la jefatura de Gobierno, sustituyendo a Wen Jiabao.
La secretaría del PCCh es la fuente real de poder en China, pero la posición de presidente reforzará el papel y la proyección internacional de Xi, ya que al igual que Hu y Jiang no sólo es el jefe del partido sino también el jefe de Estado.
En los meses transcurridos el mandatario se ha comprometido a conservar el gobierno único comunista, mejorar la vida de la población, implementar ambiciosas reformas económicas y frenar la corrupción, lacra que se ha tornado una de las principales fuentes de malestar social y un peligro para la supervivencia del PCCh, según reconocen sus dirigentes.
Desde que Xi tomó el poder han quedado al descubierto una serie de casos de corrupción de funcionarios de nivel medio y bajo, que han sido ventilados profusamente por los medios de comunicación estatales. El nuevo presidente aseguró que irá por los niveles de alto rango, palabras recibidas con escepticismo por un sector de la población, que considera que un puesto de poder en China es sinónimo de corrupción.
La corrupción está arraigada en muchos ámbitos de la sociedad china, y existe resistencia a poner en marcha medidas contra esa actitud entre quienes se han beneficiado de sus conexiones políticas para enriquecerse.
El ascenso de Xi marca la segunda transferencia de poder pacífica, tras la de Hu, en las más de seis décadas de gobierno comunista. También ha sido nombrado el vicepresidente chino: Li Yuanchao, un reformista liberal y aliado del ya expresidente Hu Jintao. Su designación quiebra la tradición de los últimos años, porque Li no forma parte del Comité Permanente del Politburó, máximo órgano de poder del país integrado por siete miembros, aunque sí está en el Politburó.
Xi, se hace con las riendas del país más poblado y segunda economía del mundo en un momento especialmente delicado: cuando el modelo de desarrollo que ha permitido sacar a cientos de millones de personas de la pobreza está agotado, las desigualdades sociales alcanzan un peligroso nivel, la degradación ambiental es fuente de crecientes protestas, y la población, cada vez más informada y conectada, reclama mayores derechos sociales y políticos.
Xi Jinping, ingeniero químico de 59 años y poseedor de un doctorado en teoría marxista, es hijo de Xi Zhongxun, uno de los grandes revolucionarios chinos. Considerado un reformista cauto, forma parte de la generación de los “príncipes”, término con el que son conocidos los descendientes de los altos líderes y exlíderes del PCCh.
Asimismo, los diputados aprobaron el plan de reestructuración gubernamental anunciado el domingo pasado, con el que el nuevo Gobierno pretende mejorar la eficiencia y luchar contra la corrupción. El plan implica la reducción del número de ministerios y agencias de nivel similar de 27 a 25 y la supresión del poderoso Ministerio de Ferrocarriles.
En el discurso de clausura de la Asamblea Popular Nacional, más emotivo que concretó, Xi instó a los líderes y a la sociedad a cooperar en la consecución de lo que ha denominado “el gran renacimiento de la nación china”.
Construir una “sociedad modestamente acomodada”, un país “rico y poderoso” y un pueblo “dinámico y feliz”. Así definió el recién elegido presidente, Xi Jimping, “el sueño chino”.
*Diplomático, jurista y politólogo