Allá por al año de 1482, un oscuro sacerdote devenido funcionario de la Corona de España creo la máquina de represión religiosa y política más eficaz de la historia: la Inquisición Española. Su legado de intolerancia y fanatismo ha llegado macabramente vivo hasta el siglo XXI. La prensa anticlerical y secularista que nos gastamos por estos días se ha encargado de mantener viva aquella barbaridad perpetrada por Fray Tomás de Torquemada contra 400,000 judíos que vivían en la España de los Reyes Católicos, la mitad de los cuales se convirtieron al catolicismo no por convicción sino por terror.
Andando el tiempo, Torquemada tendría imitadores en el fanatismo y la intolerancia. En este caso en el campo de la ideología política. Porque no hay nada que se parezca más a un fanático religioso que un ideólogo político. Ninguno ve el mundo que lo rodea en sus dimensiones reales sino según los parámetros dentro de los cuales quiere modificarlo. Están demasiado ocupados en cambiarlo según sus percepciones del bien y del mal como para perder tiempo en analizarlo. En 1971, el agitador comunitario, Saul D. Alinsky, publicó "Reglas para Radicales" un prontuario para agitadores disfrazados de organizadores comunitarios encaminado a unificar a ciudadanos de bajos recursos en una lucha contra los sistemas políticos y económicos predominantes en el Chicago de la década de 1970.
En el primer párrafo de su libro, Alinsky se dirigió a las juventudes que se proponía reclutar diciendo: "Lo que sigue es para aquellos que quieren cambiar el mundo de lo que es en la actualidad a lo que ellos consideran que debe ser". La perfecta definición de intransigencia incubada en la mente de un fanático ideológico. Como buen discípulo de Alinsky, Obama perfeccionó el dominio del arte de la intimidación y de la calumnia para neutralizar a sus adversarios. No está interesado en negociar sino en imponer su voluntad. Por eso les dijo a los republicanos después de su triunfo en el 2008: "yo gane y ustedes perdieron". Únicamente un hombre cegado por la ideología y dominado por la arrogancia ha podido cometer tantos errores e incurrido en tales barbaridades.
Esa total renuencia a reconocer la realidad e imponer su voluntad ha llevado a Obama a incurrir en extremos inauditos de hipocresía y mentira en su misión de transformar a los Estados Unidos de una nación de ciudadanos independientes en una nación de parásitos mantenidos y manipulados por el gobierno. De una republica constitucional en una falsa democracia manipulada utilizando métodos totalitarios por un ejecutivo que se arroga funciones del poder legislativo e intimida a los funcionarios del poder judicial. Desde un principio, Obama dijo que se proponía transformar radicalmente a la sociedad norteamericana, no solo a su gobierno. Como a todos los ideólogos de izquierda aspirantes a tiranos la constitución le molesta y, por lo tanto, la viola cada vez que sus clausulas constituyen obstáculos a sus designios de ampliar su poder.
Cuando el Presidente afirma con sarcasmo que los republicanos están inventando escándalos para obstaculizar su plan de gobierno está aplicando las enseñanzas de Alinsky sobre la destrucción despiadada de los adversarios. Pero el número extraordinario de escándalos que rodean a su administración, tales como corrupción y abuso de poder, sugiere que los mismos no son un invento de los republicanos sino las características que definen su desastroso desempeño en el cargo.
Una lista parcial de los más notorios escándalos tiene que incluir la persecución por el IRS de grupos conservadores y proisraelíes durante las elecciones del 2012, el encubrimiento del asesinato de cuatro norteamericanos en Benghazi con fines electoreros, la violación de la privacidad y las acusaciones contra periodistas que hacían su trabajo informando objetivamente y manteniendo a los gobernantes bajo el escrutinio de la prensa y la operación de venta de armas a traficantes de drogas mexicanos conocida como "Rápido y Furioso".
Y la lista sigue con los dos actos de perjurio del Procurador General, Eric Holder, ante el Congreso con motivo del espionaje de periodistas y la operación "Rápido y Furioso", la negativa de éste último a procesar a miembros de las Panteras Negras que intimidaron a votantes blancos en Filadelfia durante las elecciones del 2008 y las exigencias de la Secretaria de Salud, Kathleen Sebelius, a corporaciones reguladas por su secretaría para que donaran fondos con los cuales financiar las primas a ciudadanos de escasos recursos.
Al igual que su jefe, los funcionarios de la Administración Obama se consideran por encima de la ley. A principios de este año, James Clapper, Director de la Agencia de Seguridad Nacional, una institución hasta ahora ajena a luchas partidistas, mintió al Congreso en un esfuerzo por proteger a su jefe. Cuando el senador demócrata por Oregón, Ron Wyden, le preguntó si su agencia recopilaba informaciones de inteligencia (espiaba) sobre millones de norteamericanos, Clapper contesto con un NO rotundo. Pero cuando fue presionado dijo: "No intencionalmente. Habrá casos en que se recopile, pero no intencionalmente". Cuando días más tarde lo agarraron en la mentira tuvo que pedir perdón.
Y cuando ya pensábamos haber tenido conocimiento de las más flagrantes violaciones de la ley por éste gobierno, el Centro Legal de Pobreza Sureña denunció la semana pasada las actividades subversivas del funcionario del Departamento de Seguridad Interna, Ayo Kimathi, apodado "el genio irritado". Este personaje, entre cuyas responsabilidades se encuentra la adquisición de armamentos y municiones para la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE), se pasa los fines de semanas promoviendo la supremacía negra y vomitando su odio contra los blancos. En su página digital, "Guerra en el Horizonte", Kimathi afirma: "La guerra es inminente y, si los negros queremos sobrevivir en el Siglo XXI, vamos a tener que matar a muchos blancos". Aún después de haber sido denunciado, esta repulsiva versión negra del Ku Klux Klan sigue devengando un sueldo pagado por los contribuyentes norteamericanos.
Regresando a Obama, el presidente no puede culpar a nadie más que a sí mismo del fracaso de su gestión de gobierno. Los gobernantes que ponen el servicio a sus gobernados por encima de su ideología como Johnson, Reagan y Clinton toman decisiones, aceptan responsabilidad y negocian con sus adversarios. Los fanáticos que ponen su ideología por encima del servicio a sus gobernados como Barack Obama se hacen las víctimas, culpan a los demás de sus fracasos y se niegan a negociar con sus adversarios.
Cuando Lyndon Johnson se dio a la tarea de hacer justicia a los americanos negros con la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965 confrontó la hostilidad de miembros de su propio partido como el Senador Al Gore, padre del actual demagogo que se dice defensor del medio ambiente y les habla en jerigonza a los demócratas de piel negra cuando reclama su apoyo electoral. El demócrata Johnson recurrió entonces al senador republicano Everett Dirksen para lograr los votos republicanos que aseguraron la aprobación de ambas leyes.
Cuando Ronald Reagan, gobernando con un poder legislativo totalmente en manos del partido opositor, emprendió la tarea de poner en vigor la Ley de Reforma Tributaria de 1986 para salvar al país de la depresión económica desatada por la ineptitud de Jimmy Carter, no agredió a los demócratas sino negoció con ellos para obtener su apoyo. El republicano Reagan y el demócrata Tip O"Neill trabajaron juntos para echar los cimientos de una prosperidad económica que se prolongó por más de veinte años.
Y hasta el inmoral y perjuro de Bill Clinton tiene cualidades de gobernante que ya quisiera tener Barack Obama. Aprendió la lección de la derrota sufrida a manos de los republicanos en las parciales de 1994 y, en vez de denigrar a sus adversarios, opto por aliarse al recién electo Presidente de la Cámara de Representantes, el republicano Newt Gingrich. Ambos cooperaron en la aprobación de la Ley de Reforma de Bienestar Social de 1996 que redujo el desempleo, balanceó el presupuesto y creo prosperidad económica.
Obama, la prensa complaciente que lo ensalza y sus defensores de la izquierda vitriólica podrán culpar a los republicanos hasta el cansancio por el nudo gordiano en que se ha convertido Washington. Pero cinco años de un desastre moral y económico que ya no puede seguir siendo atribuido a George W. Bush ni a los republicanos de la Cámara de Representantes, así como la historia previa de cooperación entre ambos partidos restan credibilidad a sus argumentos. Sobre todo, dejan al Mesías desnudo de excusas para explicar sus fracasos.