El Estado es el trabajo en equipo más complicado, complejo y necesario que existe. Nos queda claro que es un elemento imprescindible para la nación, pero ello no significa que sean necesarias administraciones robustas, grandes estructuras o un ejército de burócratas que conformen gigantes de pies de plomo.
Por el contrario, lo que precisamos, sobre todo en los países en desarrollo, es de gobiernos legítimos, efectivos (eficientes y eficaces) y flexibles. El papel de las administraciones públicas, no es otro que generar las oportunidades para que los individuos se desarrollen en el ámbito cultural, político, económico, intelectual, etc., donde tengamos como valor fundamental a la libertad, tomando en cuenta que la mejor forma de proporcionarla será mediante la generación de mejores escenarios para crecimiento de los ciudadanos.
Esto no quiere decir que otros valores como la tolerancia, la igualdad, la comunidad no sean importantes, al contrario, la complejidad del Estado requiere que se tomen en cuenta éstos y más, porque al final de cuentas la administración es un ejercicio simultaneo, donde distintos procesos se implementan al mismo tiempo.
Pero, ¿cómo lograr gobiernos legítimos, efectivos y flexibles? Antes de acercarnos a una respuesta para esta interrogante es sustancial aclarar que hoy en día, existe un consenso en que las políticas públicas contribuyen en la resolución de los problemas sociales, pero para ser determinantes necesitan del apoyo de la población.
Y es justamente a nivel de la población cómo se pueden lograr las tres cualidades mencionadas en la pregunta anterior. En primer lugar, la legitimidad es una cualidad que se logra con la participación; si queremos tener gobiernos legítimos, debemos llevar las demandas ciudadanas al gobierno de mejor manera, como lo hemos mencionado en repetidas ocasiones en esta columna; la democracia va más allá del momento del voto, debe ser un ejercicio constante, porque democracia es crecer con el Estado participando en las decisiones de la vida pública.
Quizás se preguntara estimado lector cómo convertir esta buena intención en realidad, la respuesta es simple, pero conlleva un trabajo inmenso: Es necesario que cambiemos la perspectiva de los órdenes de gobierno, porque es más efectivo nutrir una política pública desde el ámbito local hacia el nacional, en vez de hacerlo al revés, ya que los gobiernos locales tienen mayor cercanía con los ciudadanos.
Sin embargo, esto no se queda ahí, los gobiernos locales basan su legitimidad en la participación de los ciudadanos, en el poder de injerencia que tienen los mismos en los asuntos públicos; no hay nada más democrático que un pueblo que se gobierna a sí mismo de forma directa y representativa. Mecanismos para lograr esta participación son diversos, podemos mencionar a los consejos ciudadanos, el referéndum, el plebiscito, los diálogos con expertos, ONG’s, etc.
Sin embargo, todo gobierno y sobre todo en el ámbito local necesita de tener mecanismos de evaluación de su desempeño, que permitan que los ciudadanos tengan una lectura más adecuada de cómo se administran los recursos públicos. El instrumento ideal para ello puede presentarse mediante la implementación de los principios de la “Nueva Gerencia Pública”, una corriente de la administración pública que no es nada nueva, pues comenzó a implementarse en los 80´s, pero que cambia la perspectiva del gobierno, de ser un órgano paternalista, para convertirse en una organización eficiente, que ve al ciudadano como un usuario de los servicios, no como un ente subordinado.
Nuestros líderes deben entender que su papel en el gobierno radica en la planeación e implementación de las mejores estrategias, por lo que requieren de equipos de trabajo especializados en los temas del Estado, porque idealmente no ejercen un cargo de jerarquía para velar por sus intereses, sino que están ahí porque su proyecto generará los mejores resultados para los ciudadanos.
Aquello implica pensar a largo plazo, para institucionalizar con una visión prospectiva indicadores de desempeño mínimos que cada gobernante tenga por obligación que cumplir, con lo cual tendremos mejores gobiernos, más transparentes y abiertos a la rendición de cuentas, disminuyendo con ello las oportunidades para que se presente el gran cáncer de Latinoamérica; la corrupción.
La realidad es que en América Latina penosamente observamos que algunos líderes de la región, utilizando el dogma ideológico, más que la racionalidad del estadista, han apostado por generar cuerpos administrativos robustos, que más que servir a los ciudadanos se convierten en estructuras corporativistas, que acorde a su tamaño garantizan la continuidad de una elite de políticos en el poder, que ha sabido venderse a un pueblo que clama por justicia social, usando poesías políticas de intangibles resultados, que solo alborotan el espíritu, pero que no se traducen en bienestar para los ciudadanos.
Sin lugar a dudas nuestra gran región necesita evolucionar y quienes compartimos este anhelo debemos participar en el quehacer de nuestro Estado, utilizando instrumentos concretos que nos permitan ampliar nuestro poder ciudadano. Es una tarea difícil, sin duda alguna, que requiere de organización y de objetivos claros; porque los grandes cambios, en términos de desarrollo, se hacen de lo particular a lo colectivo; desde el hogar a la comunidad, nacen en el individuo y transforman a la sociedad.
Twitter: @Nacho_Amador