No pocas veces se encuentra uno con jóvenes que pretenden instalarse en un espléndido aislamiento espiritual. Lo que no está en los libros, enciclopedias o tediosos ensayos, no tiene importancia. No existe. De ahí que, al no cultivar el silencio ni la percepción de la unidad profunda que brota al contemplar la armonía de los opuestos, alzan el mentón y “pasan”. Todo lo someten a análisis, excepto sus intereses, sus instintos y apetencias teñidas de vagos ismos. Ellos son modernos, razonadores, iconoclastas. Todo lo que es tradición, espiritualidad o natural sentimiento de solidaridad y de humanidad, pues no va con ellos. “¡Ábrete, tío!”
Así, un día se acercó al Maestro uno de estos “listos de Google” y le espetó, con algo de desdén:
- ¿Acaso tiene la vida algún sentido?
El Maestro le respondió sonriente:
- Los árboles se tiñen de rojo, los mares se hacen de chocolate y el sol se vuelve azul.
- Pero yo te he preguntado si la vida tiene algún sentido.
- Llueve para arriba, las manos cantan, los ojos hablan, la miel sabe salada, los labios miran y los lotos huelen a excremento de elefante.
El joven “intelectual” y muy “modelno” se irritó e hizo ademán airado de marcharse, diciendo:
- ¡Todo lo que dices no tiene ningún sentido!
- Mientras no entiendas el sin sentido, no podrás comprender el sentido, - dijo el Maestro con comprensión y dulzura -. Más allá del sentido y del sin sentido aparentes, está el Sentido. Llámale como quieras. Te guste o no, el universo se desenvuelve como debiera.