Durante muchos años la imagen de África fue siempre la misma: a la hora de comer o de cenar los informativos hablaban en televisión de la sequía, la hambruna y las enfermedades con imágenes de niños famélicos hacinados, con sus estómagos hinchados, moscas y mocos… Pretendían transmitir compasión ante el sufrimiento, indulgencia por su nivel de desarrollo, caridad ante la falta de alimento y solidaridad por las enfermedades que padecían, pero también causaban rechazo.
A pesar de ese bombardeo de miseria, cuántas personas saben situar estos países en eterna crisis en el mapa, conocen sus capitales, sus conflictos o su historia de colonialismo. Resulta sencillo generalizar y aprovechar el sufrimiento ajeno para sensibilizar de problemas que no nos afectan, pero lo complicado es ser realistas y ajustarse a la verdad de situaciones que muy poca gente conoce, y ése es el papel de los periodistas por delante de las ONG. Es una paradoja que en este mundo de la información y de la globalización, los países más empobrecidos continúen siendo los grandes desconocidos de la humanidad.
Tal vez por este motivo la pobreza o la muerte de una persona por frío en la calle no son noticia, pero los datos económicos o el deporte siempre lo son y de forma destacada -así lo ha expresado de manera acertada, con otras palabras, el Papa Francisco-. Lo efímero llama la atención y lo que apela a las emociones siempre es lo más efectista. La sociedad no se moviliza con determinación para acabar con una guerra, ni para salvar la vida de millones de niños con una vacuna, ni para obligar a los gobiernos a que cumplan con los Objetivos del Milenio y erradiquen la pobreza y el hambre. Sin embargo, una catástrofe natural como la de Filipinas, televisada casi al minuto, despierta la solidaridad en forma de donaciones de millones de personas, sobre todo en las primeras semanas.
Pero no todo es lo que parece. La corta trayectoria de las ONG en España transforma la cultura de la donación en una equivocada percepción de limosna de la que los donantes quieren ver los resultados inmediatos. Esto es así porque la ayuda de emergencia es la que más luce y la que primero llega, aunque no siempre es la que más necesita el país, que suele ahogarse después por la falta de medios para la reconstrucción y, en definitiva, para sobrevivir una vez que los medios de comunicación en primer lugar, y después los organismos internacionales, abandonan el escenario devastado por el desastre natural.
En comparación con el tsunami de 2004 y el terremoto de Haití de 2010, los organismos que trabajan en este tipo de catástrofes han mejorado su tiempo de reacción, su capacidad de respuesta y el intercambio de información para que la ayuda resulte eficaz, pero sus recursos internos se han visto mermados. Debido a la crisis no disponen de tantos fondos ni de tanto personal porque los ingresos estatales que recibían se han recortado hasta situarse a niveles de hace 30 años.
La necesidad, por tanto, de reinventarse para captar socios y donantes periódicos ante realidades concretas del planeta o desastres naturales ha llevado a muchos de ellos a rizar el rizo con campañas que se han denominado “pornografía humanitaria”. Apelan a las emociones (eso no es novedad) pero con melodrama, desesperación y simplificando los problemas hasta el punto de ofrecer una sencilla solución con una simple donación.
El sentimentalismo deja al margen la lógica y estas prácticas de mezclar comunicación y marketing con la captación de fondos son, por desgracia, cada vez más habituales. Es complicado sensibilizar y empatizar con historias reales, bien narradas e interpretadas y sin caer en los tópicos ni en los estereotipos, pero casi tan importante como esto es saber transmitir la esperanza de que un futuro mejor, entre todos, es posible donde más se necesita y demostrar los frutos del trabajo realizado.
En la ayuda humanitaria y en el campo de las organizaciones solidarias se vive del resultado de mejorar la calidad de vida y contribuir al desarrollo de los pueblos, no de la fama ni del prestigio de unas siglas, y muchas organizaciones lo están olvidando.