Sus manos no tienen la misma fortaleza que antes y quizá sus piernas ya no aguantan igual que entonces. A pesar de las debilidades físicas, un sentimiento de utilidad en la sociedad y las ganas de ayudar les impulsan hacia los demás. Son los mayores voluntarios, un sector cada vez más grande en las organizaciones sin ánimo de lucro dado el envejecimiento progresivo de la población. Presentan cualidades distintas a las del voluntario joven y enérgico, pero pueden complementar a estos y crear organizaciones completas cargadas de diversidad. Los mayores merecen el reconocimiento de las generaciones posteriores, sin olvidar el fin social y generoso de la labor del voluntariado que, a cualquier edad, puede llegar a confundirse. La previa preparación y formación como voluntarios puede evitar este tipo de problemas.
Según una investigación elaborada en la Universidad de British Columbia, el trabajo voluntario beneficia a la salud cardiovascular, algo que no es de extrañar, pues está comprobado que los mayores que se dedican a las diferentes actividades de voluntariado recuperan energía física y olvidan durante un rato las limitaciones de la edad.
La experiencia es un valor que estos veteranos suelen utilizar en su cometido, con la mejor de sus intenciones, pero puede no convenir siempre. Tras décadas en las que la mayoría han pasado hambre, guerra, formado una familia y son testigos de la crisis económica y social del siglo XXI, los mayores conservan millones de momentos y situaciones que a veces evocan en su labor de voluntario. En ocasiones, no pueden evitar comparar la vida del otro con la suya propia, y tratan incluso de enmendar acciones del pasado a través de vidas ajenas. Pueden llegar a aconsejar y pretender organizar una vida que no deja de ser la de otras personas y que a la larga puede perjudicarles. La soledad no puede ser el camino que les lleve a esta dedicación tan vocacional como es la del voluntariado, ni tampoco pueden dejarse invadir por un sentimiento de lástima hacia los demás. Un anciano que acude a acompañar a alguien más joven a un centro, en prisión o en su propia casa y que precise de ayuda puede crear un vínculo paternal erróneo, y confundirse con reemplazar a familiar perdido.
¿Cómo evitar llegar a tal extremo? Con formación. Antes de embarcarse en la aventura del voluntariado, de ponerse al servicio de los que los necesitan, expertos en este campo deben asesorarles y mostrarles que los demás no son objetos ni instrumentos, que aquellos a los que van a dedicar su tiempo son sujetos vulnerables que los interpelan. Esimprescindible la adaptación de estrategias y métodos que favorezcan la asimilación de contenidos, actitudes y aptitudes de personas mayores que desean realizar voluntariado. De esta forma descubrirán que su cometido será acompañar y escuchar, acoger sin esperar nada a cambio “por el placer de compartir”, velar con prudencia el cumplimiento de las necesidades de las personas para las que se ofrecen de forma voluntaria.
“Llegas allí y dices voy a enseñarles, pero te enseñan ellos a ti. Vengo a casa cansada muchas veces pero con la necesidad de volver, por ellos y por mí”, comenta Carmen Martínez Siles, una jubilada que dedica tiempo durante la semana a asistir a inmigrantes que llegan a las costas del sur de España. La veterana es consciente de la importancia que puede tener su ayuda, por lo que muestra con orgullo sus libros sobre voluntariado e historia de la organización para la que colabora.
El beneficio del voluntariado en personas mayores ya no solo es corporal, sino también, y aún más importante, mental. El voluntariado motiva, incentiva y estimula la participación de los ciudadanos en la sociedad, aumenta sus niveles de autoestima y se sienten útiles y reconocidos. Si el anciano acepta las reglas del juego, basadas en el respeto, discreción, justicia y solidaridad, y se prepara a conciencia sobre el tema, habrá satisfacción y eficacia.