Unos 20.000 jóvenes vagan por Europa tras ser encandilados con el sueño de jugar a fútbol en primera división. Milo, Francis, Alassane tienen en común que son niños mercancía. Del mismo modo que arrastran el balón por los terrenos de juego, arrastran una enorme presión sobre sus espaldas. Sus mayores rivales muchas veces están fuera del campo: padres, agentes, cazatalentos... Extraídos de su entorno, luchan por un objetivo que, cuando se aleja, expone la peor cara de este deporte.
Un negocio donde sufren los más débiles, los clubes formadores. Pero sobre todo el último eslabón, el niño. Impresionado por los jugadores cuando les ve por la tele y escucha de su padre sus elogios, quiere imitarles. El problema llega cuando, alejado de su entorno, sólo tiene una única, pero perversa, tarea. Triunfar o triunfar.
Alassane Diakité es uno de esos niños. Representa el mercado ilegal de sueños que se ha desarrollado.
“Mi familia pagó dinero para que pudiese cumplir el sueño de jugar en Europa”, cuenta. De la mano de un representante salió de Malí hace seis años. Pero cuando llegó a Francia se dio cuenta de que todo lo prometido no era verdad. Aun así no guarda rencor al tipo que lo engañó. Sólo quiere que nadie repita su experiencia, aunque ahora disfrute del fútbol en un equipo de Madrid.
El periodista Juan Pablo Meneses hizo un “viaje de cacería” por Sudamérica para poder contar las historia de los niños futbolistas. Reconoce que fue difícil encontrar un niño que destacase y no tuviese contrato. Los agentes le pusieron muchas barreras de entrada y le advirtieron de los “riesgoso de la compra”. Y es que puede que el niño nunca triunfe, o si lo hace que otro agente se lo arrebate. Meneses comenta que vivimos en la época del “Postfútbol”, donde el club, incluso el aficionado está “más preocupado del negocio, de recuperar la inversión, que de ganar campeonatos”.
Hernán Zin, también periodista, muestra en su documental Quiero ser como Messi cómo los padres muchas veces son los principales culpables. Debido a que tratan de proyectar sus sueños en la vida de sus hijos. Esta versión la corrobora Gustavo López, ex-futbolista argentino. Recuerda que cuando era joven, unos agentes vinieron a ficharle. Su padre se impuso ya que él era menor de edad. “Cuando cumplas la mayoría podrás firmar con quieras, mientras tenga tu potestad, no vas a firmar con nadie”, le dijo. López llegó a jugar en Europa.
El reglamento de la FIFA sobre el Estatuto y la Transferencia de jugadores regula el traspaso de menores. Pero esta ley no es suficiente, y cuenta con resquicios que aprovechan los clubes para que los jugadores firmen. De esta forma está permitido fichar menores si “los padres del jugador cambian su domicilio al país donde el nuevo club tiene su sede por razones no relacionadas con el fútbol”. El club sólo tiene que contratar al padre o la madre para garantizar la legalidad del proceso.
Esta norma no ha acabado con la sangría. El nieto de Maradona e hijo de Agüero, ya tenía ofertas de contrato de tres equipos diferentes antes de nacer. En Europa la situación es similar. Baerke van der Miej, nieto de un ex-futbolista, con tan sólo un año y medio, ha sido fichado por un equipo holandés. El belga Bryce Brites, con 20 meses, ya forma parte de las categorías inferiores de un equipo de Gante.
Apenas son conscientes de la responsabilidad que cargan, de los sueños ajenos que han invertido en ellos. Una mayor regulación está entre las peticiones que más se escuchan para proteger a los menores. Lo que va en detrimento de los intereses de los grandes clubes. Valores como disfrutar del deporte, y del tiempo entre compañeros desaparecen de la mente de los niños. Ser dignos de los deseos de los padres, o de sus propios sueños ocupa ese vacío. Que cuando aparecen las lesiones, la presión mental, o su progresión se estanca, es lo que perdura. Un inmenso vacío.